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Política populista y política popular: polos opuestos y contradictorios...‏



Populismo corriente

por Fernando Villegas
Publicado en La Tercera, domingo 6 de mayo del 2012.

No hay nada de especial en los arrebatos de populismo que en los últimos años azotan a varias naciones del continente, aunque tampoco nada de original en los primeros brotes que estamos viendo en Chile. El populismo es siempre el mismo, siempre corriente, nunca original, jamás nuevo ni flamante. Es el mismo producto desde cuando Aristóteles lo analizó en la Política, donde hizo un acucioso examen de más de 300 constituciones vigentes en otras tantas polis de su época o anterior. En ese entonces se hablaba de “demagogia”, pero el término no se limitaba, como ahora lo hacemos, a significar el ejercicio de una expresión oratoria cantinflesca muy del gusto de las multitudes, sino a una práctica sistemática de gobierno en esa dirección. Por eso, ambos términos se refieren a lo mismo: la conducta política tendiente a complacer los estados anímicos de la muchedumbre con el pretexto de que se están satisfaciendo las “necesidades del pueblo”.

Ambas cosas son muy distintas. Un político serio -si acaso la expresión tiene sentido lógico- es quien intenta hacer esa distinción, de igual modo que un médico busca identificar la enfermedad y luego curar al paciente, no darle en el gusto con una pócima azucarada. Incluso se habla de “estadista” cuando quien se atreve a ir contra los caprichos del momento lo hace sostenidamente, por virtud de una visión del bienestar a largo plazo y no del de hoy.

Una fuente del populismo o demagogia es, en las democracias, la codicia electoral, el llegar al poder o mantenerse allí, para lo cual se requiere “seducir” o “reencantar” a los votantes. Hay también populismo aun en los regímenes más autocráticos cuando estos, acosados por los problemas y sin ninguna idea salvadora al respecto, acuden al expediente de contentar a las masas con actos que apelan al nacionalismo. Es lo que hizo la junta de Galtieri cuando decidió invadir las islas Falkland, lo que han hecho gobiernos posteriores con sus zarpazos financieros, y es lo que hacen Cristina Fernández y Evo Morales en estos días.

Hablábamos de brotes de populismo en Chile. Aún no maduran, pero ya se ven aflorar los primores. La primera manifestación es cuando esos alardes iniciales dejan de ser vistos como un tumor canceroso en ciernes, para, al contrario, calificárselos como la feliz aparición de la muela del juicio. No otra cosa ha hecho Marco E. Ominami en una reciente columna, donde describió epopéyicamente los actos del gobierno de Fernández y de otros como “herejías”. Las herejías, dijo, son los actos de quienes se plantan frente a lo que es y proponen cosas nuevas que en última instancia apuntan al “progreso”. ¡Cuánto les gusta esta palabra a los voceros de ese sector! El progreso y sus consabidas variaciones, “progresismo” y “progresistas”. Sin duda tienen la concesión vitalicia de la marcha de la humanidad hacia el futuro. 

RAZONES
Ominami y otros han señalado, como soporte a sus miradas políticas, los convulsos cambios que se están produciendo en el orden económico mundial, en lo cual tienen razón; es evidente que este muestra ya trizaduras y fricciones que lo hacen insostenible en el mediano y largo plazo. Eso, sin embargo, no implica que el remedio a los problemas sea, al estilo de los matasanos del siglo XVI, llenar de sanguijuelas el cuerpo enfermo para que le chupen toda la sangre. Menos aún es creer que se “perfecciona la democracia” y la nación se encamina a un orden más igualitario con el simple expediente de prestar oídos a las vociferaciones de los indignados de turno. El populismo es eso: ante grandes enfermedades ofrecer no grandes remedios, sino agradables y fáciles mentiras y ficciones, las falacias habituales que halagan el espíritu de las masas.

OTROS SINTOMAS
Amén del texto y discurso ya conocido de ciudadanos de esos sectores ideológicos, debe agregarse, como síntoma del populismo en ciernes que amenaza al país, el ya patológico uso de las encuestas de opinión. El problema u objeción no es que un gobierno o clase política decida disponer de datos de esa clase, sino que sean vistos menos como información -dudosa y ambigua, por lo demás- a tener en cuenta que como lineamientos para orientar la conducta. Eso es lo básico del populismo. Las formas importan poco. La demagogia puede expresarse del modo clásico, con un tipo en un balcón, a la Mussolini, espetando las idioteces más relamidas del repertorio de banalidades, pero también puede manifestarse con la postura de  políticos en un escritorio, interpretando como si fueran textos sagrados las vaguedades emocionales que vienen del extremo opuesto.

Populismo no es, entonces, privilegiar los intereses del prójimo, del “pueblo”, sino privilegiar los intereses de la casta política, pero, para esos efectos, apareciendo como benefactores del pueblo.  Política populista y política popular son, de hecho, polos opuestos y contradictorios.

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