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Cuando no pasaba nada por Antonio Martínez



Diario El Mercurio, Domingo 27 de Mayo de 2012
http://blogs.elmercurio.com/deportes/2012/05/27/cuando-no-pasaba-nada.asp

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Estadio Seguro, en su naturaleza, tiene restos antiguos y resistentes, que aún no se fosilizan.
En La Calera, para el partido con O'Higgins, se redujo el aforo a cuatro mil espectadores. Algo innecesario, porque fueron 2.790, pero es el gusto por mandar y prohibir.
A Colo Colo, en el Monumental, se le obligó a jugar un miércoles a las 15:30, porque lo ideal es poca gente y de día, porque Estadio Seguro le tiene un miedo inconcebible a la noche y a la pobreza.
Hay que revisar al espectador común -vecino entusiasta, grupo de amigos, papá con hijo y viejo que apenas camina- donde hay inocentes y culpables, pero quién sabe ¿no es cierto? Trajine, meta mano y que le muestren todo.
La libertad también se pierde a pedazos, pero para Estadio Seguro vale la pena, porque su ideal es un mundo feliz, aunque sea a la fuerza: iguales, ordenados y pacíficos no por educación y convicción -que es demoroso-, sino porque la noche angustia, la multitud amenaza y se modifican horarios, se cambian escenarios y se baja la cantidad de gente.
Basta que un pelado macilento tire una bomba de ruido, un perico atontado un petardo o un niño disfuncional una botella, para que el árbitro enloquezca y como la reina de Corazones de Alicia, se ponga histérico: aquí lo termino y detengo y se quedan sin fútbol todos ustedes.
Esto partió con el afrecho de dirigentes que ya ocultaron mano, castaña y gato, pero que convirtieron a un grupo de chilenos -mucho buscavida, algún indocumentado y varios fracasados- en operadores políticos. Capataces de trabajos sombríos y lejos del escrutinio público: pegar carteles, organizar manifestaciones, acarrear gente, golpear un poco, mostrar el músculo, crear voces y hacer masa.
Un caso policial y definido de policías contra delincuentes que se ganan la vida por la calle, en internet o por los estadios, donde la barra era su sueldo.
Estadio Seguro en vez de encapsular el caso, lo amplificó y extendió a los espectadores.
Ahora los árbitros le muestran tarjetas al público y amenazan con expulsarlo.
Las revisiones son masivas, porque hay nostálgicos del estado policial prepotente. Y que nadie se alarme si alguna vez les pedimos que se empeloten, para eso las carpas y personal de ambos sexos. El que nada esconde, nada teme. Je, je.
¿Sabe lo que echo de menos?, le comenta el operador a su jefe: cuando era chico e iba al estadio, tranquilo, en familia y con alegría. Ese Chile. Eso añoro. Esos tiempos. 1974 o 1975 y esos años, cuando no pasaba nada.

1 comentario:

  1. 2 Comentarios publicados
    Posteado por:
    kiko stuardo gajardo
    27/05/2012 14:08
    [ N° 1 ]
    Es muy cierto Señor Martinez, que los años 74,75 uno asistia a los estadios en familia y era totalmente distinto, existia el respeto y estabamos en una situacion de orden totalmente diferente al de hoy, nuestra sociedad a cambiado y lamentablemente para mal.

    Posteado por:
    Rafael Rosende Alvarez
    27/05/2012 16:45
    [ N° 2 ]
    No entendió la ironía el comentarista que me precede, aunque para ser justos habría que remontarse por lo menos diez años antes de esa fecha para recuperar esa atmósfera placentera en que se iba simplemente a disfrutar de un buen partido de fútbol, donde, por ejemplo, ocurrían escenas como la siguiente que tengo grabada de mi temprana infancia: el gran Alejandro 'Conejo' Scopelli comentando con amigos en un sector de las graderías en el Estadio Independencia de la Católica las alternativas del partido en una tarde calurosa de fines de primavera, comienzos del verano. Un heladero pasa por la gradería ofreciendo sus refrescantes productos. Scopelli le compra toda la mercancía y la reparte entre los niños que estábamos en el sector. Una pedagogía generosa y sabia de incorporar a los niños a la alegría y el disfrute del fútbol. O, esta vez, en el Estadio Nacional, escuchar las impresiones y análisis del partido en una conversa entre Jaime Celedón, Patricio Bañados, Jaime Guzmán y otros próceres (antes o poco después del Mundial del 62), con el que aprendíamos de los secretos del fútbol, más allá de una patota corriendo detrás de una pelota.
    En esa época uno se paraba para gritar los goles o las jugadas más emocionantes y se podía comer un sandwich y una bebida en el entretiempo. Y aunque el ritmo de aquella época no era el de hoy:
    igual vimos las gambetas de Garrincha, las genialidades de Pelé, la calidad del trato del balón de Cua Cuá Hormazábal, los tiros libres de Leonel o algún gol olímpico de Tito Fouilloux. Además, mientras se presenciaba el partido, simultáneamente se podía escuchar el relato vertiginoso de Darío Verdugo que fluía caudaloso por el parlante de una transistor a todo volumen ubicada a unos cinco metros desde uno estaba, mientras con paso cansino un volante cruzaba "la cinta blanca de la mitad de la cancha"...

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