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Derecho a la estampida‏



Derecho a la estampida
por Roberto Merino
Diario Las Últimas Noticias
Lunes 21 de Mayo de 2012

Uno de los fantasmas 
que debe enfrentar el columnista semanal
consiste en la dispersión mental aguda:
estados de inconsistencia pasajeros pero persistentes.

Es lo contrario de la obsesión o de la idea fija:
en semejante disposición anímica uno pareciera
rebotar entre un pensamiento y otro
como una bola de flipper.

Ninguna de las imágenes 
que logramos visualizar
constituyen un camino por donde irse.

Probablemente todas estas molestias
no tienen mayor trasfondo
y provienen de los desórdenes del sueño,
pero para el que pretende escribir algo más
que fragmentos son paralizantes.

Dan ganas de sacudir la cabeza 
o de salir disparado al galope
o de lanzar un grito espantoso,
pero como estamos en 
un lugar público más vale
reprimirse estos impulsos.

Qué envidia dan en este sentido
los pasiones sagrados del zoológico,
que aunque recluidos de por vida
en un foso parecieran liberar tensiones
lanzando unos chillidos que calan el alma
o emprendiendo unas estampidas desesperadas.

Corren en círculos por su foso
quizás imaginando 
que van por la orilla interminable
del mar en las costas de Arabia
y que respiran brisa marina
y no polvo de preduscos apisonados.

La imposibilidad de concentrarse 
en una cadena específica de asociaciones
se parece al desagradable momento
de la noche en que constatamos
que ya no podremos dormir.

Se trata de un especie 
de insomnio diurno
en el que se mueren, 
por lo demás, las emociones.

Miramos el día nublado 
más allá de los vidrios
y no sentimos nada.

Revisamos fotografías familiares
y no sentimos nada.

En la televisión nos muestran algunos 
"momentos estelares de la humanidad"
y sentimos menos aun.

Nos da lo mismo la primera guerra mundial,
la feria de innovaciones tecnológicas,
la estatura del australopitechus.

Recordamos en la indiferencia total
a un mentecato sin rostro
al que alguna vez le escuchamos decir:
"Me gusta lo que hago, 
¡y más encima me pagan, huevón!"

Yo recomiendo, en estos estados,
pensar en animales.

Simbólicamente habitan una esfera básica,
primigenia, que restituye a la mente
algo del declive hipnótico que le falta.

Pasar de los pasiones a los gibones
y a sus alarmantes aullidos,
ver unas gaviotas secándose
en un promontorio rocoso blanqueado 
por el estiércol de varios siglos,
concentrarse en el rostro expresivo
de las lagartijas: 
ojos enloquecidos, boca abierta 
ante la complacencia del calor del sol, 
ojos encapotados por el frío.

Creo haber escrito 
sobre este asunto
más de una vez.

Sobre lo benéfico que resulta
para el espíritu realizar
un paneo imaginario
sobre los caballos salvajes
de Vodnii o de Assateague,
da lo mismo cuál isla,
sólo importan que haya
libres y brumosas extensiones,
vientos y olas reventándose
con lejanos estruendos
en los espumosos roqueríos.

Es una escena un poco kitsch
y bastante romántica
que pareciera devolvernos
algo profundamente propio.

No sé qué.

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