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El gobierno chileno y sus circunstancias: los dos años de Sebastián Piñera


Análisis & Opinión

Guillermo Holzmann

Analista, ex subdirector del Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile (2005-2009). Su desarrollo académico está en el área de Estrategia, Seguridad-Inteligencia y Defensa. Es profesor y académico de variados magíster dentro de su país, así como investigador asociado y profesor de la Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos dependiente del Ministerio de Defensa Nacional. Asimismo, es miembro de International Association For Intelligence Education (Iafie), International Political Science Association (IPSA), Latin American Studies Association (LASA), Red de Seguridad y Defensa de América Latina (Resdal), entre otros. Es analista político en diversos medios radiales, televisivos y escritos, tanto en Chile como en el extranjero.
  • Jue, 03/15/2012 - 12:15
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El complejo escenario político en que se encuentra el gobierno de Chile, a mitad de su mandato, se caracteriza -como ya sabemos- por una crítica generalizada contra el sistema político, la eficiencia institucional y la capacidad de satisfacer las expectativas ciudadanas. Diversos estudios y encuestas dan cuenta de una debilidad democrática, que comienza a ser tangible, más allá de la percepción que se pueda tener.
Al efecto, resultaría reduccionista centrarse solamente en los errores y carencias gubernamentales sin incorporar similares criterios respecto a los partidos políticos y una estructura estatal incapaz de responder oportunamente a las exigencias de una sociedad más activa y demandante.
Por una parte, la falta de sintonía ciudadana del gobierno constituye probablemente una variable importante para contextualizar la falta de anticipación y la poca prolijidad en el manejo de conflictos políticos, que lo lleva a un desgaste constante, que se expresa finalmente en una baja evaluación ciudadana. A su vez, los vacíos mostrados por la oposición, como por los partidos de centro derecha, permiten un proceso de presidencialización de los próximos dos años, afectando directamente las elecciones municipales –que pasan a tener un cariz nacional en las propuestas y discursos-, como también a generar la sensación de que el gobierno se encuentra cada vez más solo frente a sus circunstancias.
Esta suerte de orden complejo genera incertidumbre social y motiva una cierta radicalización entre quienes apoyan a Piñera y al gobierno (ya como entes separados), de aquellos que plantean una crítica ideológica respecto al quehacer de la “política” por parte de distintos actores.
Un aspecto digno de destacar es lo que hemos denominado la Paradoja de Piñera: cumplimiento de las metas macroeconómicas (crecimiento, empleo, inflación), sumado a políticas sociales de alta relevancia e impacto (postnatal, eliminación de cotización de salud en jubilados y otros), versus una opinión pública que destaca más a los ministros que al propio presidente y lo instala con un apoyo que ronda el 30% y que, dados los últimos acontecimientos, tenderá a bajar o en el mejor de los casos mantenerse.
La ecuación pareciera ser simple: si Chile es el país más globalizado de América Latina, debiera tener un desarrollo -en términos de calidad y dignidad de vida- que efectivamente disminuya la brecha de desigualdad frente a lo cual ni los partidos, ni las empresas, ni los trabajadores poseen una hoja de ruta que permita articular los distintos intereses en juego. La conclusión salta a la vista, se ha producido un empoderamiento ciudadano que promete desestabilizar el normal proceso político chileno.
Un aspecto digno de destacar es lo que hemos denominado la Paradoja de Piñera: cumplimiento de las metas macroeconómicas (crecimiento, empleo, inflación), sumado a políticas sociales de alta relevancia e impacto (postnatal, eliminación de cotización de salud en jubilados y otros), versus una opinión pública que destaca más a los ministros que al propio presidente y lo instala con un apoyo que ronda el 30% y que, dados los últimos acontecimientos, tenderá a bajar o en el mejor de los casos mantenerse.
A la paradoja señalada se suma el develamiento de un falso mito, como es el hecho de que todos pensábamos que Chile había logrado consolidar su democracia. Sin embargo, estos dos últimos años han dado cuenta que en los últimos 20 se administró un modelo donde todos aparecen cooptados, pero no se generaron los cambios tendientes a estructurar una democracia –en términos de participación y representación- que fuese coherente con el objetivo globalizante de nuestro Estado.
Por tanto, el lograr un buen crecimiento económico resulta ser necesario, pero no suficiente. Del mismo modo, la calidad de vida no se obtiene solo por mayores ingresos. En ambos casos se precisa de componentes políticos y sociales que orienten la decisión en las políticas públicas hacia un Estado proactivo con la ciudadanía y más lejos del clientelismo político que se ha instaurado en los últimos 30 años.
Esta situación es la que plantea el desafío estratégico de un Chile que es capaz de mantener grados importantes de gobernabilidad en el ejercicio de la alternancia del poder, pero que a poco andar queda subsumido en una agenda ciudadana que no maneja ni anticipa.
En este contexto, más allá de compartir los diferentes diagnósticos en torno a los dos años de esta administración, cabe plantearse una reflexión necesaria: si un gobierno logra buen resultado en las variables macroeconómicas, que aseguran crecimiento, y ello resulta insuficiente para que gobierno sea bien evaluado, necesariamente se debe colocar el acento analítico en las debilidades del sistema en forma integral, pues la paradoja no constituye un evento aislado sino que probablemente se transforme en un sino tanto para éste como para los próximos gobiernos.
Seguramente hay quienes se focalizan en la figura del presidente parafraseando lo que fue Lagos, con el laguismo, Bachelet con el bacheletismo y hoy Piñera con piñerismo, dejando en evidencia que nuestra elite (política y empresarial) está teniendo una visión reduccionista de una problemática que terminará golpeando la mesa, con costos políticos y económicos para todos los actores. De ahí entonces la complejidad de evaluar y proyectar un gobierno que se maneja en un escenario multivariado y donde se prefiere muchas veces tomar distancia o creer que la proliferación de precandidaturas presidenciales es un signo prematuro de una buena salud democrática, que en los hechos no lo es.
Todo lo anterior nos permite entender mejor la movilización social que terminó opacando la plataforma política y mediática que el gobierno había previsto para empezar sus últimos dos años de gestión. Todo indica que la agenda no la maneja el gobierno, sino que allí inciden una serie de participantes con objetivos poco claros y con intereses de toda índole, presagiando un proceso político con trabas importantes al momento de negociar la agenda legislativa y la aprobación de proyectos, al negociar con los propios partidos políticos, frente a líderes descolgados de cada uno de ellos y con una convergencia ciudadana, en torno a la necesidad de un cambio que no aparece con un liderazgo claro y donde, sin embargo, estudiantes, trabajadores y ciudadanos empiezan a tener mayor protagonismo.
Chile necesita una hoja de ruta más allá de lo programático, como también un liderazgo orientado a un cambio gradual, que asegure calidad política, social y económica. Si ello no se vislumbra en los próximos meses, inevitablemente se procederá a un blindaje del presidente esperando de la mejor forma posible que surja una alternativa en las próximas elecciones presidenciales. Entretanto mantendremos el crecimiento en forma razonable pero sin desarrollo social ni político. En suma, habremos perdido la oportunidad de un avance cualitativo.

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