por Mathias Klotz
Diario El Mercurio, Sábado 17 de Marzo de 2012
Diario El Mercurio, Sábado 17 de Marzo de 2012
http://blogs.elmercurio.com/viviendaydecoracion/2012/03/17/la-travesia.asp
Hace muchos años, siendo alumno de arquitectura, me llamaba la atención que la Católica de Valparaíso organizara unos semestres bajo el título de “Travesía”. Según creo, se trataba de algo así como recorrer América, dibujarla, mapearla, contarla, develarla y hacer algunas intervenciones poéticas y proyectuales.
Por una lado, me invadía la envidia de pensar que en lugar de asistir a unas aburridas salas de clases, como nosotros en Santiago, estos afortunados estudiantes estarían en algún rincón del continente, a la luz de una fogata, trazando alguna obsesión descabellada de sus profesores. Por otro, también sentía miedo a la oscuridad, el frío y los peligros que quizás los rondarían, así como la falta de una planificación acotada.
Foto: Mathias Klotz
Entonces, la seguridad de trabajar en mi pieza, en la casa de mis padres y con la estufa eléctrica en los pies, parecía la opción correcta: todo el mito y la envidia asociados a estos viajes se desvanecían y se transformaban en alivio. Por fortuna, mi tolerancia a lo desconocido y lo imprevisto aumentó, mientras los miedos, la oscuridad y los fantasmas se hacían mis amigos.
En estos momentos escribo en medio de una "travesía" y lo que hacían y hacen los profesores y estudiantes de la Católica de Valparaíso cobra mucho sentido. Tanto, que estoy seguro de que debiera hacerse en todas las escuelas que pretendan formar a alguien para la vida, en especial aquellas carreras abocadas al habitar. La mayor deuda del sistema educacional, público, privado, con o sin fines lucro, está en la falta de transmisión de experiencias de vida relevantes.
Mi travesía consiste, ahora, en navegar a vela rumbo a una isla. Su relación con esta columna, aunque pueda parecer contradictorio, (ya que de por sí desplazarse supone un estado de tránsito entre un destino y otro, y por lo tanto carente de domicilio), es que la "travesía" en sí es un "lugar". El hecho de seguir un rumbo en alta mar, en busca del puerto de arribo, se constituye en un lugar tan real y omnipresente que es todo el mundo conocido y domesticado a nuestro alcance, en unos cuantos pies de eslora. Mas allá de esos modestos límites, el cielo, el océano y el horizonte circular, son todo lo que existe.
Dependemos del viento. Su presencia, ausencia y exceso marcan el ritmo cotidiano. Todo comienza en la medida en que desaparecen las señales de los teléfonos. Luego se pierde de vista el perfil de la ciudad. Lo último que vemos es el Aconcagua y la luz del puerto de Valparaíso se desvanece en el horizonte. Pasan los días y este lugar en tránsito, conformado por una tripulación, un barco, una dotación de agua, alimentos y combustible, se hace cada vez más nítido. Establecida una cierta rutina de guardias, comidas, conversaciones y silencios, aparecen seres tan espléndidos como ballenas, grupos de delfines, noctilucas y peces voladores. Por las tardes escuchamos a Los Jaivas, a Silvio Rodríguez, Pink Floyd y otros veteranos de nuestra época de estudiantes. Compartimos algunas penas en silencio y somos felices de estar donde estamos... Pese a la falta de espacio, hay una amplitud contradictoria con el hecho de que cinco personas habitan 20 m2. Seguro es el grado de empatía entre los tripulantes.
La emoción de divisar en el horizonte el perfil de la isla de destino disuelve este lugar efímero que hemos habitado y compartido. Extrañamente, el lugar parece achicarse y, mientras la tierra se acerca y la travesía termina, lo abandonamos. Y, por desgracia, los teléfonos recuperan la señal.
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