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La inmunidad del tedio



por Pedro Gandolfo

Diario El Mercurio, Revista de Libros
Domingo 25 de marzo de 2012
 
David Foster Wallace, autor, asiste a un curso de contabilidad para darle forma a su novela. A su vez, David Wallace, personaje de la novela, también nativo de Philo, Illinois, se propone escribir -y lo efectúa- en las páginas de El rey pálidoun fragmento autobiográfico sobre cómo pasa de ser un joven inconformista, nihilista y disperso a ordenar su existencia, decidiendo su vocación ipso facto en un instante de epifanía, al haber entrado por error -quizá bajo el influjo de las drogas- a la última clase del curso final de Finanzas Avanzadas para graduados y atendiendo a una suerte de arenga postrera: el discurso final del profesor jesuita del ramo acerca de la vida que llevará el contador. Tal es el carisma, la emanación de autoridad y veracidad en el discurso que inspira el catedrático en David que, extático, determina reclutarse en la Agencia Tributaria Federal, sellando su futuro laboral. Pronto aprendería la fórmula del éxito en la Agencia: "La clave burocrática subyacente es la capacidad para soportar el aburrimiento... Si eres inmune al aburrimiento no hay literalmente nada que no puedas conseguir". A los pocos días acude a la Agencia Tributaria Federal, siendo destinado en calidad de examinador y rango de funcionario GS-7 ("pasapáginas"), de la repartición 047 de la Central Regional de Examinadores (CRE) del pueblo de Peoria, al sur de Chicago. La dimensión autobiográfica de la historia es narrada en primera persona por David Wallace, el examinador, quien se esmera mediante anotaciones sistemáticas y formulaciones autorreferentes en identificarse con el autor de la novela: ocurre una explícita y deliberada simbiosis entre realidad y ficción.

Paralelamente, se entraman capítulos sin correlación estructural ni necesariamente temporal con el relato autobiográfico, mediando un narrador omnisciente e incluso a veces una suerte de "narrador nulo". Por ejemplo, hay capítulos en los que se expone tan sólo documentación, o bien diálogos, sin ninguna clase de contexto entre personajes anodinos. Y en aquéllos en que hay el narrador omnisciente, no queda claro si David Wallace dispone de otro(s) narrador(es), aparte del David Wallace agente: "Al mismo tiempo, les garantizo que yo no soy Chris Foguel y que no tengo intención alguna de someterlos a ustedes a una regurgitación de todas y cada una de las sensaciones y pensamientos pasajeros que tengo a bien recordar". Aparentemente, es el agente David Wallace quien asume la ubicuidad.

El grueso de las escenificaciones paralelas representa situaciones rutinarias que ocurren en la Agencia Tributaria, situaciones que dan cuenta de la monotonía y el aburrimiento opresor de los protocolos burocráticos y de cómo a la luz de la condición humana se reducen al absurdo. En este sentido, el punto de vista de Wallace resulta agudo e irónico, puesto que, aunque trata normalmente a sus personajes con neutralidad y benevolencia, solidarizando, e incluso idealizando el ethos institucional del burócrata, expresa el tedio que a priori representa ese universo para el ciudadano de a pie.

La temática del aburrimiento y el contexto institucional elegido por Wallace funcionan orgánicamente con fluida naturalidad, logrando recrear la atmósfera agobiante que se propone. No obstante, recurre con una delirante obcecación a descripciones larguísimas y densas, pero banales o insustanciales, y no sólo de objetos de representación comunes y corrientes. A veces se extiende por decenas de páginas con descripciones de carácter técnico, por ejemplo, jurídico-contables o de manuales de procedimientos y de toda suerte de protocolos insoportables y tortuosos para el lector, al punto del abuso. Es inevitable evocar las insondables pesadillas de Kafka en la lectura de El rey pálido . Sin embargo, en la novela de Wallace ocurre una curiosa inversión: mientras que en las fantasías kafkianas el lector empatiza y se identifica con el pathos del héroe, en ésta, tanto por efecto de las forzadas descripciones, como de la misma temática tratada, el autor transfiere la atmósfera del tedio a la lectura misma -y no a la historia, a la anécdota-, transformando la experiencia de la lectura, a ratos, en una verdadera pesadilla, y provocando antipatía por los personajes.

La novela impresiona como si fuese un tedioso proyecto deconstructivo del tedio, llevando el canon de la estética postmoderna a extremos barrocos al introducir toda suerte de recursos, como si estuviera escrita para una reducida élite: autorreferencialidad, meta-autorreferencialidad, desestructuración temporal, gran cantidad y abultadísimas notas al pie de página (que muchas veces, más que sintetizar la explicación de un contenido, son, al revés explicadas por un contenido sintetizado en el texto principal), capítulos bizarros, confusión de identidades, citas de párrafos imaginarios, y un largo etcétera.

A pesar de que El rey pálido es una novela póstuma de David Foster Wallace (su amigo y editor, Michael Pietsch, reunió gran cantidad de material y la reconstruyó "en el espíritu" de la ética y la estética), se aprecia modélica, desmesurada y potente.

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