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Clubes Sociales

Al alero del recuerdo
Texto, Paula Donoso Barros
Fotografías, Viviana Morales
Diario El Mercurio, VD, sábado 17 de marzo de 2012
http://diario.elmercurio.com/2012/03/17/vivienda_y_decoracion/vivienda_y_decoracion/noticias/B0CB4D30-9301-48AD-9DA6-F5E10776B340.htm?id={B0CB4D30-9301-48AD-9DA6-F5E10776B340} 

Los clubes sociales -esas burbujas donde montepiadas, bailables, bingo, ponche, dama y borgoña, son palabras cotidianas- van desapareciendo. Son tal vez los últimos años de estas tradicionales redes que amparan a sus socios del vértigo de los nuevos tiempos. Afuera, el mundo no es el mismo y hasta el barrio que los rodea cambió sus vecinos. Cada vez con menos socios, algunos logran reinventarse, para conquistar a las nuevas generaciones.    


ENCUENTRO DE LOS "TÓXICOS"

La mesa está puesta. Esta noche vendrán "al menos treinta damas, entre montepiadas y socias, para celebrarlas como corresponde en el Día Internacional de la Mujer". Habrá canapés, borgoña, jugos, torta y cascada de chocolate. Después, baile hasta la medianoche.

En el Club Social de los Jubilados de la Prensa son buenos para la fiesta. Su sede, en San Francisco 565, reúne a linotipistas, encuadernadores, prensistas, antiguas áreas gráficas de distintas editoriales, diarios y revistas. También a los que trabajaron en la Papelera y en Bata, "cuando la empresa tenía su imprenta para las cajas de zapatos", comenta Miguel Morales, que cumplió dos décadas en la directiva del club que se formó el año 59.

Antes de eso, el gremio era habitué de los bares y boites de las calles París y Nueva York, donde se dejaban caer después de los turnos de cierre; pero necesitaban un lugar propio, más cuando la jubilación de "los tóxicos", como se llamaba a los que trabajaban manipulando tinta, papel y diluyentes, era a los veinte años de servicio. Eran los mismos que preparaban cola de mono con el medio litro de leche que les entregaban todos los días sus jefes para contrarrestar el efecto de los químicos.

Los enorgullece su sede, con biblioteca, atención médica dos días a la semana, mesa de pool; una canchita de tejo y una gruta con la Virgen; también modernidades como un gimnasio de máquinas y un sillón de masaje, a lo que les da derecho la cuota mensual de tres mil pesos. Sin contar las cabañas en El Tabo y el uso del mausoleo.

La mayoría bordea los 85, y el más joven cumplió 72. Mientras los socios disminuyen, aumentan las montepiadas: "Las mujeres duran más, somos más desordenados nosotros...".

LOS PASOS DE EDWARDS BELLO

Cada domingo, en Santo Domingo 2341, los antiguos funcionarios de El Mercurio bailan tango y siguen las lecciones maestras de Silvia Yunis, en el salón principal de la Corporación de Jubilados que preside Augusto Carvajal: "Hubo viejos visionarios que se empeñaron en que tuviéramos una casa. Era terrible que después de jubilar, de un día para otro, amigos de toda la vida no se volvieran a ver; sólo se sabía de ellos cuando se morían".

No es la primera sede, pero sí la definitiva. "Aquí tenemos la opción de comentar un pasado bonito, bohemio, de una estabilidad laboral que hoy el mundo no conoce".

Con los años, la corporación ha tomado forma. Primero fue juntarse, "acordarse de chascarros y contar mentiras", pero luego comenzaron a organizar ciertas ayudas para los socios, a hacer bingos y eventos para financiarlas. "Aquí hay nostalgia, cómo no, si el diario era una familia: mi abuelo, mi padre y cuatro hermanos trabajamos allá; pero también discutimos el  mundo, conversamos otros temas".

El destino quiso que la sede no fuera cualquier casa, sino la última que habitó Joaquín Edwards Bello. En una de sus piezas se suicidó el escritor y periodista en 1968, según el ex compaginador Víctor Valdés, "porque los poetas sufren de un corazón muy grande". Dicen que se aparece, que a veces camina por el segundo piso, donde está la mesa de pool que regaló Fernando Díaz Palma. Es broma, todos lo saben, pero Silvia, por si acaso, dice que nunca se queda sola.

SOCIAL, EN EL OTRO SENTIDO

Es de los pocos hitos que quedan del viejo barrio San Pablo, industrial y comercial. Por lo mismo, muchos de sus socios son antiguos empresarios del sector, amantes del box. "Dadores de sangre", les dicen, porque no reciben más que el agradecimiento por su cooperación. Aquí prima el deporte, no hay un casino donde juntarse a comentar el combate con una cerveza helada, porque el decreto con que el presidente Arturo Alessandri creó la nueva sede del Club México en 1963, con los aportes del presidente mexicano López Mateo, prohíbe la venta de alcohol. Lo de "Club social y deportivo" viene desde su creación en 1934, "pero no apunta a la vida social, sino al hecho de que los deportistas del boxeo son niños pobres, con muchas carencias", aclara Luis Valenzuela, secretario general. Así, la ayuda se concentra en vestuario, reforzamiento en materias escolares, "en ser una escuela de vida con valores deportivos y cívicos".

La actividad es incesante durante las tardes. Grupos de socios deportistas, cerca de trescientos en total, entrenan, comentan. Quince veces el año pasado se reunieron en veladas de boxeo, con combates profesionales y amateurs. Otras, muchas menos eso sí, han utilizado para charlas educativas el salón del segundo piso, donde la amistad chileno-mexicana quedó estampada en dos murales enfrentados, "son nuestro patrimonio". Uno, donde el artista mexicano que firmó B. Parra se inspiró en la independencia de su país. El otro, el que Nemesio Antúnez creó especialmente para el club, inspirado en Cuauhtémoc y Lautaro. Usan la sala para reuniones internas, porque llega poco público a las actividades educativas o culturales que han intentado organizar. "La gente ha perdido el espíritu gregario; la vida se consagró al trabajo y nadie se da el tiempo para sociabilizar", es la explicación de Luis Valenzuela. Y suma que el entorno tampoco es el mismo: "Hoy estamos rodeados de puros departamentos, otro público; el desafío es incorporar a los nuevos vecinos para que nos revitalicen".

SAN DIEGO CON SWING

Aquí cantó sus tangos Marianito Mores y no era raro encontrarse con Alodia Corral, la voz más querida de la radio en los '60, cuentan en medio del choque estridente de las fichas de dominó los parroquianos que siguen llegando como a "su casa", a un lugar que en rigor está cerrado.

El Club Social Comercio Atlético acumula historia desde 1932, cuando se inauguró en San Diego 1130, en una antigua casona que habilitó y entregó en comodato el dueño de la Casa Val, uno de los más importantes propietarios del sector San Diego, entonces el mayor centro comercial santiaguino. Los locatarios se organizaron para tener allí su propio centro de reunión, enfocado por estatuto a la entretención, diversión y deporte.

-Había muchos socios, mucha vida artística; mucha energía-, dice Gonzalo Gallardo, parte de una generación de relevo que llegó con la intención de revivirlo. Les queda un gimnasio y un club de pimpón, de los que reciben ingresos por arriendo, y una casa de dos pisos lista para reabrir, a la espera de un nuevo concesionario que borre las malas experiencias anteriores.

Suma no más de treinta y cinco socios nominativos "y doce reales" dice Gallardo, casi todos hijos y nietos de los originales, entre los cuales él es un afuerino que llegó siguiendo a "La Generala", un juego de dados y puntos que ya sólo encuentra acá. Entró a la directiva con la intención de retomar la tradición artística del lugar y fomentar la cueca urbana y así lo hicieron con harto ruido, hasta hacerse conocidos en el circuito, incluso como parte de la ruta patrimonial del Barrio Franklin. "Generamos un ambiente espectacular con Los Chinganeros, Los Tuqueros, Las Niñas. Es fascinante ver a cabros de veinte años zapateando cuecas achoradas".

En diciembre fue el último encuentro y para abril preparan el relanzamiento: "Como buena picá, con buenas comidas y buenos grupos; la tradición tiene demasiado swing para perderla".

LA CAZUELA DE LOS DEPORTISTAS

Juan Ramsay, para quien no sepa, fue un famoso futbolista chileno de principios del siglo pasado. "Fue un visionario", explica Yolanda Piña, ex basquetbolista y actual directora del club que tomó el nombre de su benefactor hace 42 años, después de su muerte. "A Ramsay le preocupaba la mala vida que tenían los futbolistas y boxeadores después de terminar su carrera, y lo que hizo fue recurrir a sus amistades acomodadas, conseguir una casa en comodato y crear allí un hogar para ellos".

De eso hace más de setenta años. Desde entonces siguen preocupados de incentivar el deporte en los veteranos, con canchas y una sede social en Camilo Henríquez 340. Donde hoy están las canchas, antes estaban las camas del hogar alineadas con separadores de metal. Tenían convenios con centros médicos y farmacias; todo lo pagaba el club, que llegó a contar con 400 benefactores: algunos aportaban cuotas, otros sus servicios profesionales gratuitos. "Al final no hubo cómo mantener el hogar, que duró hasta el año 1986 más o menos. En su lugar se levantó un pequeño gimnasio".

El casino, entonces sólo para los socios, hoy es un reconocido punto de colaciones, con las mejores cazuelas del sector, y lugar de encuentro atiborrado cuando bandas como Chico Trujillo, y artistas como Álvaro Henríquez lo usan para sus presentaciones.

Con una cuota de dos mil pesos mensuales, los cerca de ciento cuarenta socios pertenecientes a diversas ramas deportivas mantienen los tres mausoleos de la institución. "Nos preocupamos de poner flores y hacer romerías el 1 de noviembre; de conseguirnos el orfeón municipal. Esa es nuestra obra, acoger al que no tiene". 

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