El Señor subió el calvario
no sólo sudando la gota gorda
como buen chileno
como lo expresa De Rokha
en uno de sus poemas,
sino que le puso el hombro
su hombro sagrado y llagado,
roído por el áspero y pesado madero
-la llaga más dolorosa
de todas sus dolorosísimas llagas-
la cruz llegando al hueso,
cargando literalmente
con todos los pecados del mundo
en su santa y a la vez frágil humanidad.
No hay dolor que no sintiera,
no hay vejamen que no recibiera,
no hay insulto que le fuera ahorrado
ni alivio que no se le denegara.
Todo lo asumió, en silencio
y en perfecta obediencia
y completo abandono.
Por mí, por el Chico Molina,
por la señora Juanita,
por el Peuco Valenzuela,
por Cachuga, por Juan Diablo,
por la María, por mi sargento Reveco,
por Popeye, por Humbert,
por el Flaco, por el Guatón,
por el Negro, por Ricky,
por todas nuestras madres,
por el último náufrago,
por el desaparecido en acción,
por el olvidado, el que fue asesinado,
el que fue despedazado, la que fue eliminada.
Por los buenos y por los malos,
por los arrepentidos y por los santos,
por los pecadores y por los porfiados.
Por los humildes y por los orgullosos.
Por los inocentes y los culpables.
Por los que lo mataron y despreciaron.
Por los que nos quedamos callados
Por los que miramos para el otro lado.
Por los que fuimos cobardes y desleales.
Por los que no somos
tan buenos como creemos
ni tan malos como tememos.
Todo lo temo de mi debilidad
Todo lo espero de tu misericordia.
Amén
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