Mar. 17 , 2012
Publicado en Reportajes de La Tercera, sábado 17 de marzo de 2012.
Claudio Orrego sincera dentro de la DC el mismo debate que tienen al menos dos de los otros tres partidos de la Concertación: actuar o esperar a la carta más popular.
La candidatura presidencial de Claudio Orrego tiene componentes bastantes más explosivos de lo que parece a primera vista. Quizás no sea una bomba, pero tampoco es un simple petardo. Orrego rompió la parsimonia de los plazos que venía analizando la directiva de la Democracia Cristiana debido al creciente galope de otras postulaciones de la Concertación -como Andrés Velasco y Ximena Rincón-, pero sobre todo como un modo de confrontar la intención de algunos dirigentes DC que querrían anticipar su adhesión a Michelle Bachelet para mejorar la posición del partido.
Los más entusiastas bacheletistas de la DC desearían que congelar toda definición presidencial hasta después de las municipales de octubre, coincidiendo con el plazo que, según los mentideros, habría definido la ex Presidenta para decidir lo que hará. Orrego ha venido a plantear que la DC haga exactamente lo contrario, esto es, que anuncie que tendrá candidato propio y competitivo, y que lo haga nada menos que en la junta nacional del 13 y 14 de abril.
Este es sólo el primer obstáculo que encara el alcalde de Peñalolén. Pero al desafiarlo, sincera dentro de la DC el mismo debate que tienen al menos dos de los otros tres partidos de la Concertación: actuar o esperar a la carta más popular. Esto último, esperar, se parece mucho a convencerla, incluso rogarle, lo que significa perder toda capacidad de influencia en el caso de que sea finalmente la candidata.
La DC viene enfrentando problemas de identidad, que se reflejan o son la causa de su deterioro electoral a lo menos desde el 2000, cuando dejó de dominar La Moneda. El punto más bajo de ese ciclo fue la derrota de Eduardo Frei en el 2010. Un partido en esas condiciones tiene dos opciones: o se resigna a su estado, aceptando la primacía de un candidato ajeno (como Bachelet), o trata de revertir la tendencia, corriendo el riesgo de agudizarla.
El orreguismo parte de la base de que, frente a la perspectiva de que la derecha permanezca en el poder, y visto que ese partido no vivió un éxtasis místico durante el período de la Presidenta (cf. Adolfo Zaldívar), hay pocas razones para no intentar lo segundo. Es un razonamiento político muy parecido al de Tomás Jocelyn-Holt, aunque éste prefirió dejar la DC y ponerse bajo el quitasol de Chile Primero.
Entonces viene el segundo problema. Si Orrego consigue que la DC acepte tener un candidato competitivo, entrará en el dilema del resto de la Concertación, ahora sobre la necesidad de realizar primarias. Los sectores de la DC (Jorge Pizarro, Aldo Cornejo) y del PPD (Guido Girardi) que quieren acelerar la proclamación de Bachelet, así como los socialistas, podrían querer desestimar las primarias, por inoficiosas, caras e irrazonables.
José Antonio Gómez no aceptará esa idea, como no la aceptó frente a Frei. En principio, Velasco tampoco. Y ahora se suma Orrego, que promueve unas primarias abiertas a todos, incluso a Marco Enríquez-Ominami. Nadie sabe si Bachelet aceptaría esas condiciones (que no tuvo el 2006, gracias a la renuncia de Soledad Alvear).
La paradoja de este debate es que el sector que más ha promovido el mecanismo de las primarias, la Concertación, podría enfrentar en ellas una nueva amenaza de fragmentación. Al presentar una candidatura con aspiraciones de transversalismo, Orrego adelanta en parte las asperezas de esa discusión, que no se repartirá entre los partidos, sino dentro de ellos.
Y entonces viene el tercer obstáculo, que es el más duro. De haber candidatura DC (y PPD y PRSD), y de lograr primarias abiertas, Bachelet tendría una competencia durísima. Orrego no lo ha dicho, pero sus discursos sobre la renovación, los nuevos votantes y la necesidad de reformular el contrato social sugieren que en esa competencia la ex Presidenta sería presentada como la candidata del establishment, de la "vieja guardia" y de la no renovación, contraria a las "caras nuevas" y a "no repetirse el plato".
Es lo que trató de hacer Enríquez-Ominami con Frei, con no poco éxito. La diferencia es que él se propuso actuar desde fuera y en contra de los partidos. Intentarlo desde dentro, como lo insinúa Orrego -y, de otra manera, también Velasco y Rincón- plantea un escenario más novedoso, aunque también más desgarrador.
Sería injusto atribuir enteramente al alcalde de Peñalolén la apertura de este camino pedregoso. Ese título les corresponde a Velasco y Rincón. Pero Orrego dio un par de golpes simbólicos -el apoyo de Patricio Aylwin y la constitución de un grupo programático all star- que sugieren una voluntad más consolidada. Falta saber si aguantará una marcha tan larga y con obstáculos tan colosales.
De momento, el significado de todo esto es que la coalición opositora ha entrado en una nueva etapa. Es posible que plantear un debate político en términos de esperar a una persona o apurarse con otras sea un poco crudo, un tanto básico. Pero los tiempos de la política no están todavía para finezas. Y menos los tiempos de la Concertación.R
Claudio Orrego sincera dentro de la DC el mismo debate que tienen al menos dos de los otros tres partidos de la Concertación: actuar o esperar a la carta más popular.
La candidatura presidencial de Claudio Orrego tiene componentes bastantes más explosivos de lo que parece a primera vista. Quizás no sea una bomba, pero tampoco es un simple petardo. Orrego rompió la parsimonia de los plazos que venía analizando la directiva de la Democracia Cristiana debido al creciente galope de otras postulaciones de la Concertación -como Andrés Velasco y Ximena Rincón-, pero sobre todo como un modo de confrontar la intención de algunos dirigentes DC que querrían anticipar su adhesión a Michelle Bachelet para mejorar la posición del partido.
Los más entusiastas bacheletistas de la DC desearían que congelar toda definición presidencial hasta después de las municipales de octubre, coincidiendo con el plazo que, según los mentideros, habría definido la ex Presidenta para decidir lo que hará. Orrego ha venido a plantear que la DC haga exactamente lo contrario, esto es, que anuncie que tendrá candidato propio y competitivo, y que lo haga nada menos que en la junta nacional del 13 y 14 de abril.
Este es sólo el primer obstáculo que encara el alcalde de Peñalolén. Pero al desafiarlo, sincera dentro de la DC el mismo debate que tienen al menos dos de los otros tres partidos de la Concertación: actuar o esperar a la carta más popular. Esto último, esperar, se parece mucho a convencerla, incluso rogarle, lo que significa perder toda capacidad de influencia en el caso de que sea finalmente la candidata.
La DC viene enfrentando problemas de identidad, que se reflejan o son la causa de su deterioro electoral a lo menos desde el 2000, cuando dejó de dominar La Moneda. El punto más bajo de ese ciclo fue la derrota de Eduardo Frei en el 2010. Un partido en esas condiciones tiene dos opciones: o se resigna a su estado, aceptando la primacía de un candidato ajeno (como Bachelet), o trata de revertir la tendencia, corriendo el riesgo de agudizarla.
El orreguismo parte de la base de que, frente a la perspectiva de que la derecha permanezca en el poder, y visto que ese partido no vivió un éxtasis místico durante el período de la Presidenta (cf. Adolfo Zaldívar), hay pocas razones para no intentar lo segundo. Es un razonamiento político muy parecido al de Tomás Jocelyn-Holt, aunque éste prefirió dejar la DC y ponerse bajo el quitasol de Chile Primero.
Entonces viene el segundo problema. Si Orrego consigue que la DC acepte tener un candidato competitivo, entrará en el dilema del resto de la Concertación, ahora sobre la necesidad de realizar primarias. Los sectores de la DC (Jorge Pizarro, Aldo Cornejo) y del PPD (Guido Girardi) que quieren acelerar la proclamación de Bachelet, así como los socialistas, podrían querer desestimar las primarias, por inoficiosas, caras e irrazonables.
José Antonio Gómez no aceptará esa idea, como no la aceptó frente a Frei. En principio, Velasco tampoco. Y ahora se suma Orrego, que promueve unas primarias abiertas a todos, incluso a Marco Enríquez-Ominami. Nadie sabe si Bachelet aceptaría esas condiciones (que no tuvo el 2006, gracias a la renuncia de Soledad Alvear).
La paradoja de este debate es que el sector que más ha promovido el mecanismo de las primarias, la Concertación, podría enfrentar en ellas una nueva amenaza de fragmentación. Al presentar una candidatura con aspiraciones de transversalismo, Orrego adelanta en parte las asperezas de esa discusión, que no se repartirá entre los partidos, sino dentro de ellos.
Y entonces viene el tercer obstáculo, que es el más duro. De haber candidatura DC (y PPD y PRSD), y de lograr primarias abiertas, Bachelet tendría una competencia durísima. Orrego no lo ha dicho, pero sus discursos sobre la renovación, los nuevos votantes y la necesidad de reformular el contrato social sugieren que en esa competencia la ex Presidenta sería presentada como la candidata del establishment, de la "vieja guardia" y de la no renovación, contraria a las "caras nuevas" y a "no repetirse el plato".
Es lo que trató de hacer Enríquez-Ominami con Frei, con no poco éxito. La diferencia es que él se propuso actuar desde fuera y en contra de los partidos. Intentarlo desde dentro, como lo insinúa Orrego -y, de otra manera, también Velasco y Rincón- plantea un escenario más novedoso, aunque también más desgarrador.
Sería injusto atribuir enteramente al alcalde de Peñalolén la apertura de este camino pedregoso. Ese título les corresponde a Velasco y Rincón. Pero Orrego dio un par de golpes simbólicos -el apoyo de Patricio Aylwin y la constitución de un grupo programático all star- que sugieren una voluntad más consolidada. Falta saber si aguantará una marcha tan larga y con obstáculos tan colosales.
De momento, el significado de todo esto es que la coalición opositora ha entrado en una nueva etapa. Es posible que plantear un debate político en términos de esperar a una persona o apurarse con otras sea un poco crudo, un tanto básico. Pero los tiempos de la política no están todavía para finezas. Y menos los tiempos de la Concertación.R
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