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La decadencia de la tristeza

La decadencia de la tristeza
por Salvador Elizondo
Diario El Mercurio, Revista de Libros
viernes 7 de abril de 2006

Es un hecho que la tristeza está condenada a desaparecer.

Las situaciones en que nos pone la vida moderna,
especialmente la actividad incesante que genera
y su altísima velocidad, dificultan cada vez más
la percepción o la experiencia
de este sentimiento que tuvo una vida fugaz
(hablando en términos de literatura)
en la conciencia o en la atención de los hombres.

Cada día los tristes se vuelven más raros
y si acertamos a encontrarnos con uno
su condición de triste se nos mostrará
como el resultado de la multitud de constricciones
que por todas partes amenazan su tristeza,
y más que a un triste veremos a un raro.

Pero si la tristeza ha perdido
el dominio de la literatura
no así el del alma humana.

Lo que pasa es que ya no hay tiempo
ni fijeza de la atención
para percibir esa modulación
 tan tenue del tono anímico
cuando pasa de do mayor a re menor.

(...)

Como generadora de escritura
la tristeza parece ser un invento alemán.

El sentimiento de Weltschmerz
inexplicable obtiene su expresión culminante
en obras como el Werther,
cuyas páginas no solamente
describen el sentimiento de tristeza
sino que, en su momento,
también la produjeron
masivamente entre sus lectores.

Pero Goethe no era un triste.

Era demasiado mundano
y demasiado analítico
para no contemplar la tristeza
como algo exterior o ajeno a él
y de considerarla con el mismo criterio
con que analizaba una muestra geológica
o un fragmento de estatua.

En el curso hacia la máxima subjetivización
de la concepción original de Goethe
la tristeza sufre las más inauditas metamorfosis
- en prosa y en verso- a lo largo de todo el siglo diecinueve.

La más evidente de las transformaciones
es la del nombre, siempre impreciso,
con que se la va conociendo,
como si en esa inconexión
entre el nombre y la cosa
se cifrara su misterio o su explicación:
mal de Werther, ennui, spleen tedio,
caffard, clorosis, neurosis, etcétera,
ninguno de los cuales expresa cabalmente
la naturaleza del estado de ánimo
que nombran mejor que el término original.

Entre Los sufrimientos del joven Werther
y Tristesse d'été la tristeza
sigue el camino de toda la carne,
pero en sentido contrario:
en Goethe mata;
en Mallarmé, paradójicamente,
la tristeza es a la vez efecto (Brise marine)
y causa (Tristesse d'été) de la concupiscencia.

Lo que para Goethe es un fenómeno
para Baudelaire será una sensación
y para Mallarmé la sombra
o la ausencia de una sensación.

Podría decirse que el defecto principal
de la tristeza es su carencia de interés o de substancia.

Los celos producen un Otelo,
la ambición una lady Macbeth,
la sensibilidad exacerbada un des Esseintes,
pero los tristes pueblan
el inmenso territorio de la literatura
en calidad de personajes ínfimos.

Considerada siempre
desde el punto de vista literario
la tristeza puede ser el objeto
de una descripción
o el resultado de una lectura.

Hay casos
- notablemente el de Un coeur simple-
en que ambos aspectos
se conjugan en una sola obra,
es decir en que la descripción
de la tristeza produce a su vez tristeza.

Pero en Flaubert
la conjunción es demasiado artística;
deslumbra su perfección técnica.

Otro tanto sucede con Poe:
la construcción rítmica de "The Raven"
atenúa su significado desolador
y la proeza opaca al poema.

De ahí tal vez provenga
la prevención generalizada contra la tristeza.

En el fondo es una cuestión de equilibrio
entre causa y efecto que muy pocos autores
han sabido o podido guardar.

Destacaría yo Dubliners de Joyce
como la obra maestra
de la tristeza en nuestro tiempo.

Es tal vez el último gran libro
que se consagra a ella.

Cabría preguntarse si la tristeza
no es una condición inherente
al ánimo del autor
que se traduce en su escritura
o si de hecho existen situaciones
que, descritas de cualquier manera,
guardaran intacta su tristeza esencial.

Pero la experiencia íntima
parecería contradecir esto
ya que cuando la percibimos
o la sentimos más intensamente
es cuando la tristeza
se manifiesta sin causa alguna.

Nadie se sustrae a la infinita tristeza
que produce en un día soleado el paso de una nube.

Ese ensombrecimiento momentáneo
no actúa sobre la retina sino sobre el alma.

La misma sensación de tristeza profunda
se experimenta entre bambalinas de los teatros
después de la función,
en el éxodo sombrío de la plaza de toros
después de la corrida,
en el ámbito circense:
la tristeza del payaso, del tigre
y de la mujer barbada es proverbial.

No se diga del vasto catálogo
de cosas tristes que la poesía
consagra o concretiza en imágenes
cuya capacidad de producir
siempre renovada la misma sensación
es inagotable; como si ese acervo
de circunstancias tan particularmente penosas y fútiles
compusieran una gama característica
de los modos de la sensibilidad. (...)

.......

El escritor mexicano Salvador Elizondo
falleció el miércoles de la semana pasada.

Este artículo está incluido en su libro "Camera Lucida"

(FCE, México, 2001)
Salvador Elizondo.


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