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Crisis y coexistencia


Crisis y coexistencia
por Joaquín Fermandois
Diario El Mercurio, Martes 09 de Agosto de 2011
http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2011/08/09/crisis-y-coexistencia.asp

Parece haber estallado una revuelta que rompió el marco de la
educación. La presión por modificar o reemplazar la Constitución, por
un drástico cambio tributario y por una (mal) llamada
"renacionalización del cobre", gana la puja por el control del debate.
La movilización tiene su rostro más visible en la calle y en la
paralización masiva de la educación pública (término discutible).
Avasalla en parte por impericia política del Gobierno, incluyendo, eso
sí, también una orfandad de la derecha en cuanto a lenguaje político.
La Moneda no logró desarrollar una estrategia para encauzar
exigencias, demandas, protestas y movilizaciones. En cambio ha acogido
las demandas sin que, por cierto, después nadie le vaya a agradecer y
ni siquiera reconocer. Si esto va a cambiar con el último ajuste, es
algo que está por verse.

La oposición, en cambio, que antes había dirigido un Chile en muchos
aspectos exitoso, desorientada en su búsqueda de rebeldía sin causa -a
la inversa de la actitud que tuvo la derecha bajo cuatro presidentes
de la Concertación-, se alinea con una famosa expresión del socialismo
de los años 60, de negar "la sal y el agua" a la administración del
Presidente Piñera, amén de sumarse a acusaciones destempladas. Si
logra socavar toda confianza en las instituciones, como ya sabemos de
sobra, tampoco podrá hacer uso de ellas si vuelve al gobierno.

La experiencia republicana -ya lo vivieron los romanos- implica algún
alboroto y hasta perturbación. Admite la disidencia, algún grado de
rebeldía y de intentos de transformar lo cotidiano en carnaval. Más
allá de eso, existen movilizaciones perpetuas que, aun denunciando
lacras, anquilosan lo promisorio. Esto ha sido una frustración
peculiar de muchas democracias limitadas del Tercer Mundo y de nuestra
América. El barullo como manifestación recurrente de síntomas reales o
(más común) imaginarios de patología, es parte de un sistema abierto.
La entronización de la bullanga y del pillaje urbano como picaresca, y
la exacerbación sin contrapartida de la consigna de los "derechos", a
lo que se añaden como siempre gremios poderosos partidarios del "más"
cueste lo que cueste, conducen a congelar esa parte buena y muy buena
que sacó a luz el Chile actual, y que en estos momentos tiende
desdibujarse por los furores imperantes. Imponer el orden a todo costo
resulta al final inaceptable para la sociedad republicana, y evocaría
los fantasmas de Santa María de Iquique.

Entonces, habrá que convivir con movilizaciones que a lo mejor no se
desgastan, al menos en el corto plazo. Tampoco es posible satisfacer
del todo las demandas, salvo que se acometa un suicidio fiscal a la
griega. Sería bueno que se observaran los casos de alguna similitud
con gobiernos que, dentro de un Estado de Derecho, hayan sido
asediados por manifestaciones y pudieron efectuar una labor creativa
acorde con su carácter y sus propósitos políticos.

En Japón, en los años 70, culminó un violento movimiento estudiantil
que fue languideciendo después, y el país tuvo su momento de gloria en
los 80. La parálisis vino en los 90.
De manera más acotada, Margaret Thatcher vivió en el año 1983 su hora
de angustia por el acoso de los mineros del carbón (un caso con algún
parecido a nuestro Lota, en dimensión mayor). No sólo sobrevivió, sino
que sus reformas florecieron, con los límites que tiene la economía
política actual. En los dos casos la sangre no llegó al río en lo
fundamental. En Tokio eran los policías los que más pagaban el pato.

Las épocas de crisis son también ocasiones para reformular un
propósito sin perder el horizonte que da sentido.

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