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Molothrus bonariensis‏



Al entrar en la pieza de Benito
que todavía duerme,
la luz de la lucarna ilumina
la silueta prolijamente delineada
de un paseriforme
en el que se quedó dibujando hasta tarde.

Se trata del reconocible Mirlo,
una preciosa ave que presenta
dimorfismo sexual,
los machos son de colores
oscuros con iridiscencias metálicas
y la hembra de tonalidades
de un fino marrón.

Se le suele ver en los prados de plazas y parques,
con su curioso caminar y simpáticos saltos,
aunque también posee una estrategia
reproductiva no muy ejemplar.

Andan solos en pequeños grupos,
a diferencia del Tordo, más grande,
de pico más aguzado,
y que se suele desplazar 
en bandadas numerosas y melodiosas
por los contornos de la ciudad
entre terrenos arbolados y despejados.

El mirlo acostumbra a parasitar nidos
de otros paseriformes como chincoles y diucas.

Deposita un huevo en dichos nidos,
el cual suele eclosionar antes.

Lo primero que hace el polluelo
recién nacido, de forma instintiva,
es empujar fuera del nido
los huevos de los progenitores
que pasarán a encargarse
de criar a este intruso.

A las pocas semanas,
no es raro contemplar
a una cría de mirlo,
más grande que 
sus padres postizos,
perseguirlos todo el día 
clamando incesantemente
por más alimento, 
al punto de que 
los agobiados encargados
de esta crianza impuesta
se debaten entre el hastío
y responder a sus instintos
de buenos padres.

Es originario de Argentina
y no se sabe bien
si fue introducido
en el país, o cruzó
la cordillera por el sur.

En cualquier caso,
el ave tan bien representada
en el papel por Benito,
se luce en toda su belleza
haciendo olvidar
el prontuario
que lleva desde la cuna.

Esta estrategia evolutiva,
prospera hasta 
que los anfitriones
se percatan del engaño,
lo que puede tomar
varias generaciones.

El sistema tiene que tener
un corte en algún momento,
de lo contrario
-si fuese muy exitosa-
llevaría a los parasitados
al borde de la extinción.

En ambientes naturales,
esta estrategia funciona
en los bordes de bosque,
salvándose los nidos
de más al interior,
al que no llegan
mirlos, cucos y otras aves 
que prefieren ahorrarse la crianza.

En aves acuáticas,
existe una estrategia
parecida pero inocua.

El pato rinconero,
por ejemplo,
deposita un huevo
en nidos de otras anátidos
(no elimina rivales),
y como son nidífugos,
es decir escapan del nido
casi apenas nacidos,
solamente aprovechan
la capacidad instalada
de incubación de otros patos,
sin poner en riesgo 
el destino de los demás huevos
(a lo más, tal vez, demorando
un poco más la eclosión
por la disipación de calor
invertida en el huevo extra).

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