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El baile de máscaras y el fin de los chantas‏


El fin de los chantas
por Francisco José Covarrubias
Diario El Mercurio, Sábado 08 de Diciembre de 2012


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Lo que hemos visto en los últimos meses con el escándalo de las acreditaciones ha sorprendido a muchos. Y no es para menos. Universidades de neón, sin ninguna gestión, sin ningún proyecto, que a través de pitutos, mentiras y coimas lograron -al estilo de las fachadas de Hollywood- parecer lo que no eran.
Detrás de esos proyectos hay malos empresarios, que se metieron en un negocio prohibido, vulnerando -a lo menos- el espíritu de la ley que les impide lucrar.
Es cierto que no son los únicos que la han vulnerado. Existen otros más serios, que incluso han montado proyectos que -sin ser de excelencia- no son malos, y que también la han vulnerado. Por cierto en el baile de máscaras todos dicen no lucrar. Conglomerados internacionales -en cuya página web internacional declaran su afán de lucro-han llegado a Chile a hacer filantropía. Fondos de inversión -que tienen por objetivo la rentabilidad en todos sus negocios- han entrado a las universidades a hacer caridad. En fin, la hipocresía ha sido siempre un deporte nacional.
Conviven estas universidades privadas con varias universidades estatales, que, pese a no tener fines de lucro están capturadas, tienen una pésima gestión y entregan una malísima educación. Conviven, también, con universidades privadas serias y apegadas a la ley, algunas de las cuales tienen proyectos de excelencia, están dentro de las mejores de Latinoamérica y han sido gestadas por insignes empresarios.
Pero una cosa es la discusión del lucro (que a mi modo de ver debiera permitirse, pero lo dejo para otra columna) y otra es la realidad de estas tres, cuatro o cinco universidades involucradas en el escándalo. Universidades que han buscado vender aire, al mando de malos empresarios. ¿Cómo es posible que hayamos llegado tan lejos?
Empresarios inescrupulosos han existido siempre y en las distintas áreas de la actividad económica. No son la mayoría, no opacan las bondades de la labor empresarial, pero han existido siempre.
¿Qué debe hacer el Estado para enfrentarlos?
La primera tentación es regularlo todo, pero ello es imposible. Ha sido muchas veces demostrado que la regulación es como la bufanda, cuando aprieta mucho, en vez de calentar, estrangula.
La solución, la mayor parte de las veces, suele ir por otro lado.
En este sentido es bueno rescatar a uno de los menos conocidos padres de la Economía, Jacques Turgot, quien en el siglo XVIII ya advirtió la imposibilidad de controlarlo todo. Turgot propuso algo más simple: "El consumidor estafado aprenderá por experiencia y dejará de frecuentar al mercader estafador, el cual caerá en descrédito y, de ese modo, será castigado por su fraude".
No cabe duda: las bondades de la competencia suelen ser mucho más efectivas que la severidad de la ley.
Curiosamente el "mercado de las universidades" no ha funcionado tan mal en este sentido, ya que, pese a las enormes inversiones publicitarias, estas universidades investigadas han tenido a los peores puntajes de la PSU. Los buenos han sabido huir. Sin embargo, ello no es suficiente.
En la educación universitaria los montos son demasiado altos, el tiempo es muy largo y la información demasiado difícil de comprobar. Y, como hay un problema de fe pública, se hace necesario que exista un organismo que determine si una determinada universidad tiene las condiciones mínimas para existir. Esperar que éstas caigan, como la fruta podrida por su propio peso, puede ser demasiado costoso.
El Estado certificador, sin embargo, tiene varios riesgos. El más evidente es que se vea tentado a inmiscuirse en la autonomía de los proyectos universitarios. Pero una buena ley debiera acotar ese riesgo.
En ese sentido, el proyecto anunciado por el ministro Beyer suena bien. Terminar el sistema corporativista actual y reemplazarlo por un consejo acreditador, nombrado por la Alta Dirección Pública, dará mayor certidumbre. Pero lo más importante: debiera hacer desaparecer a varias de las actuales "universidades".
La transición será dolorosa. Habrá que ver qué hacer con esos alumnos. Pero, al final del día, presenciaremos, junto con la reconversión de los proyectos salvables, el hundimiento inmediato -con una piedra amarrada al cuello- de los proyectos chantas. En buena hora.

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