Publicado en La Tercera, 08 de diciembre de 2012
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El gobierno del Presidente Piñera tiene hoy un horizonte político mucho más despejado y distendido que en cualquier momento de los últimos tres años. La pregunta de rigor es qué tanto le puede servir esta ventaja. ¿Será para construir un legado? ¿Será para jugársela por un gobierno de continuidad?
Puede ser un exceso de benevolencia con La Moneda, pero son muchos los observadores que creen que es ahora, faltándole entre quince y dieciocho meses de mandato, cuando mejor podrán desplegarse las potencialidades del gobierno de Sebastián Piñera. Es un poco tarde, desde luego, aunque en esto, como en casi todo, más vale tarde que nunca. En mayor o menor medida, todas las administraciones son presas de su propia historia, de las lecciones que aprendieron a tiempo, y esta no será una excepción.
Sin embargo, es claro adonde apuntan los que apuestan al tramo final del gobierno. Efectivamente, cuando ya se han pagado los costos por los errores cometidos; cuando bajó la presión de las expectativas -las cuales lejos de cumplirse más bien terminaron defraudadas-; cuando la oposición, con Camilo Escalona a la cabeza, ya está de vuelta en las sendas de la racionalidad y la moderación política, luego de su larga cana al aire el año pasado en las cantinas del populismo y la ingobernabilidad; cuando el gabinete está libre de las tensiones que generaban en su interior los dos precandidatos presidenciales; cuando La Moneda tiene claro que ya nada tiene que endosarles, simplemente porque no tiene capital político para hacerlo; cuando la batalla del Presidente por conquistar la simpatía de la gente simplemente se perdió, y es mejor aceptarlo de una vez por todas y dejarse de andar repartiendo sonrisas en televisión; cuando todo eso ha ocurrido, sí, es cierto, tal vez sea cierto que la carga del gobierno esté mucho más aliviada como para concentrarse en lo único que tiene que hacer -gobernar- y renuncie a querer caerle bien a medio mundo, que es precisamente el rubro donde las cuentas le han sido más adversas.
Menos sonrisas
Quizá sea una simple casualidad, pero la comparecencia del Presidente al programa Tolerancia Cero del domingo pasado dejó ver algo de lo que podría ser la nueva lógica de la administración. Lo que allí se vio fue un Presidente muy serio, muy al tanto de los temas analizados, manejando un flujo enorme de información, empeñado en todo momento en no ponerse la máscara de la sonrisa, sino en darse a entender con claridad en temas delicados y en bajar expectativas acerca del desenlace del juicio de La Haya. Al ir a la televisión en vivo, el Mandatario asumió riesgos enormes. Casi demenciales. Cualquier lapsus, cualquier vacilación, cualquier error al pasearse por los campos lingüísticamente minados de la frontera marítima chileno-peruana (tema extremadamente complejo incluso para diplomáticos experimentados), podrían haberle costado muy caro, tanto al país como a él. Sin embargo, el Presidente salió invicto. Fue de lo mejor de Piñera. Si ese va a ser el tono de lo que viene, bueno, las perspectivas podrían ser promisorias. La combinación de un gobierno menos ansioso con una oposición más responsable puede ser muy buena para el país, especialmente si se traduce en leyes orientadas a mejorar nuestra competitividad y a restaurar, hasta donde se pueda, el prestigio de la política y las instituciones. Algo, por favor, hay que hacer por los partidos políticos, que se están hundiendo, y por la institucionalidad electoral, que quedó algo abollada tras la reciente elección. Hay que hacer algo concreto, y pronto: la ley de las primarias es un paso, pero faltan otros.
Sería injusto exigirle a esas alturas a La Moneda que dirima el incordio en torno al sistema binominal. No existiendo consenso sobre este particular ni en la Concertación ni en la Alianza -sobre todo en lo relativo a qué sistema debería ser adoptado en reemplazo del actual-, es pedirle peras al olmo que el gobierno encuentre la piedra filosofal para conciliar cosas que en principio al menos son un poco inconciliables entre sí: mayor participación y competitividad, mejor representatividad, pero con estímulos efectivos para la generación de bloques políticos ordenados y fuertes. Llevamos décadas hablando de las insuficiencias y limitaciones del binominal. Pero vaya que es revelador que ni siquiera a nivel de partidos, para no hablar de las coaliciones, la clase política haya logrado ponerse de acuerdo respecto de un sistema razonable de reemplazo. Ahora que los políticos están con miedo, pues sienten que cualquier cosa puede ocurrir bajo la vigencia del voto voluntario, serán incluso menos los dispuestos a abrir otro frente de incertidumbre para las parlamentarias.
La pregunta del para qué
Si es cierto que el gobierno ahora tiene la cancha más despejada, la pregunta que cae de cajón es para qué. Curiosamente, eso no está muy claro. ¿Será para aprobar otros dos o tres proyectos de ley en materias cruciales o difíciles? ¿Será para redondear lo que será su legado? ¿O primará la tentación -inevitable en cualquier administración que se está yendo- de preparar el escenario político para un gobierno de continuidad?
Aunque ninguna de estas hipótesis sea excluyente, el gobierno debería tomar conciencia de algunas cosas antes de definir la que será su opción preferente. Debería saber, por ejemplo, que el piso político para la discusión de leyes realmente decisivas se está acabando; en cuanto empiece la campaña, nadie tendrá ni un minuto para legislar en serio. Debería saber también que este ha sido un gobierno realizador, pero hasta ahora más bien probretón en términos de legado. Y no debiera olvidar que su peso político es hoy por hoy escaso, particularmente para los fines de elegir el color del gobierno que vendrá. Eso, que no consiguieron ni siquiera gobiernos que fueron populares, va a ser simplemente imposible en el caso de éste.
El gobierno del Presidente Piñera tiene hoy un horizonte político mucho más despejado y distendido que en cualquier momento de los últimos tres años. La pregunta de rigor es qué tanto le puede servir esta ventaja. ¿Será para construir un legado? ¿Será para jugársela por un gobierno de continuidad?
Puede ser un exceso de benevolencia con La Moneda, pero son muchos los observadores que creen que es ahora, faltándole entre quince y dieciocho meses de mandato, cuando mejor podrán desplegarse las potencialidades del gobierno de Sebastián Piñera. Es un poco tarde, desde luego, aunque en esto, como en casi todo, más vale tarde que nunca. En mayor o menor medida, todas las administraciones son presas de su propia historia, de las lecciones que aprendieron a tiempo, y esta no será una excepción.
Sin embargo, es claro adonde apuntan los que apuestan al tramo final del gobierno. Efectivamente, cuando ya se han pagado los costos por los errores cometidos; cuando bajó la presión de las expectativas -las cuales lejos de cumplirse más bien terminaron defraudadas-; cuando la oposición, con Camilo Escalona a la cabeza, ya está de vuelta en las sendas de la racionalidad y la moderación política, luego de su larga cana al aire el año pasado en las cantinas del populismo y la ingobernabilidad; cuando el gabinete está libre de las tensiones que generaban en su interior los dos precandidatos presidenciales; cuando La Moneda tiene claro que ya nada tiene que endosarles, simplemente porque no tiene capital político para hacerlo; cuando la batalla del Presidente por conquistar la simpatía de la gente simplemente se perdió, y es mejor aceptarlo de una vez por todas y dejarse de andar repartiendo sonrisas en televisión; cuando todo eso ha ocurrido, sí, es cierto, tal vez sea cierto que la carga del gobierno esté mucho más aliviada como para concentrarse en lo único que tiene que hacer -gobernar- y renuncie a querer caerle bien a medio mundo, que es precisamente el rubro donde las cuentas le han sido más adversas.
Menos sonrisas
Quizá sea una simple casualidad, pero la comparecencia del Presidente al programa Tolerancia Cero del domingo pasado dejó ver algo de lo que podría ser la nueva lógica de la administración. Lo que allí se vio fue un Presidente muy serio, muy al tanto de los temas analizados, manejando un flujo enorme de información, empeñado en todo momento en no ponerse la máscara de la sonrisa, sino en darse a entender con claridad en temas delicados y en bajar expectativas acerca del desenlace del juicio de La Haya. Al ir a la televisión en vivo, el Mandatario asumió riesgos enormes. Casi demenciales. Cualquier lapsus, cualquier vacilación, cualquier error al pasearse por los campos lingüísticamente minados de la frontera marítima chileno-peruana (tema extremadamente complejo incluso para diplomáticos experimentados), podrían haberle costado muy caro, tanto al país como a él. Sin embargo, el Presidente salió invicto. Fue de lo mejor de Piñera. Si ese va a ser el tono de lo que viene, bueno, las perspectivas podrían ser promisorias. La combinación de un gobierno menos ansioso con una oposición más responsable puede ser muy buena para el país, especialmente si se traduce en leyes orientadas a mejorar nuestra competitividad y a restaurar, hasta donde se pueda, el prestigio de la política y las instituciones. Algo, por favor, hay que hacer por los partidos políticos, que se están hundiendo, y por la institucionalidad electoral, que quedó algo abollada tras la reciente elección. Hay que hacer algo concreto, y pronto: la ley de las primarias es un paso, pero faltan otros.
Sería injusto exigirle a esas alturas a La Moneda que dirima el incordio en torno al sistema binominal. No existiendo consenso sobre este particular ni en la Concertación ni en la Alianza -sobre todo en lo relativo a qué sistema debería ser adoptado en reemplazo del actual-, es pedirle peras al olmo que el gobierno encuentre la piedra filosofal para conciliar cosas que en principio al menos son un poco inconciliables entre sí: mayor participación y competitividad, mejor representatividad, pero con estímulos efectivos para la generación de bloques políticos ordenados y fuertes. Llevamos décadas hablando de las insuficiencias y limitaciones del binominal. Pero vaya que es revelador que ni siquiera a nivel de partidos, para no hablar de las coaliciones, la clase política haya logrado ponerse de acuerdo respecto de un sistema razonable de reemplazo. Ahora que los políticos están con miedo, pues sienten que cualquier cosa puede ocurrir bajo la vigencia del voto voluntario, serán incluso menos los dispuestos a abrir otro frente de incertidumbre para las parlamentarias.
La pregunta del para qué
Si es cierto que el gobierno ahora tiene la cancha más despejada, la pregunta que cae de cajón es para qué. Curiosamente, eso no está muy claro. ¿Será para aprobar otros dos o tres proyectos de ley en materias cruciales o difíciles? ¿Será para redondear lo que será su legado? ¿O primará la tentación -inevitable en cualquier administración que se está yendo- de preparar el escenario político para un gobierno de continuidad?
Aunque ninguna de estas hipótesis sea excluyente, el gobierno debería tomar conciencia de algunas cosas antes de definir la que será su opción preferente. Debería saber, por ejemplo, que el piso político para la discusión de leyes realmente decisivas se está acabando; en cuanto empiece la campaña, nadie tendrá ni un minuto para legislar en serio. Debería saber también que este ha sido un gobierno realizador, pero hasta ahora más bien probretón en términos de legado. Y no debiera olvidar que su peso político es hoy por hoy escaso, particularmente para los fines de elegir el color del gobierno que vendrá. Eso, que no consiguieron ni siquiera gobiernos que fueron populares, va a ser simplemente imposible en el caso de éste.
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