A raíz de la alta abstención en las pasadas elecciones ha habido algunas voces pidiendo la vuelta del voto obligatorio. Es interesante esta discusión, porque ambas posturas tienen buenas razones. Por un lado parece muy democrático y libertario que el voto sea voluntario. Pero por otro también es convincente el argumento de que votar es un deber ciudadano y, por lo tanto, debiera ser obligatorio. Recuerdo algo que aprendí de otro país. Una figura jurídica que me llamó mucho la atención y que tal vez sería aplicable en este caso. En esa nación el derecho penal declaraba como prohibida una actuación en particular. Nosotros diríamos que estaba “tipificado” el delito. Sin embargo, ese acto prohibido en particular no tenía pena. Para el estado era una forma de transmitirles a los ciudadanos que eso, aunque no estuviera penado, era considerado como malo o desaconsejable por la ley. Tal vez sería una fórmula posible a futuro. Declarar que ir a votar es obligatorio, pero que el no hacerlo no tendrá pena ni sanción. A muchos nos parece aberrante multar o castigar a alguien por no ir a votar (como era antes). Pero también es cierto que para evitar ese castigo se haya llegado a declarar que el voto es voluntario sin más, como si votar o no votar fuera indiferente y poco importante, también es un extremo poco deseable. Además siempre se ha dicho que lo que la ley declara como bueno o malo, aunque en su origen haya sido por motivos prácticos, termina siendo para mucha gente también moral o éticamente bueno o malo. Esa es una de las razones para no despenalizar las drogas. Aquello que la ley no prohíbe pasa automáticamente a ser “bueno”. En el caso del sufragio podría pasar que, como no es obligatorio ir a votar ni hay multa por no hacerlo, entonces no tendría nada de malo dejar de votar. Yendo más allá con esta línea de reflexión se podría romper la dicotomía en la que se suele mover el estado y las leyes: los actos malos son faltas o delitos y por lo tanto se castigan o penalizan, y fuera de ellos no hay más actos malos. El resto serían todos actos buenos. Si se rompe esa lógica, el estado no daría señales sólo vía multas. Se podría ampliar el espectro. Ya no habría sólo acciones muy malas, sujetas a prohibiciones y castigos, y acciones muy buenas, sin castigos y/o con premios o recompensas muy claros. Podría haber entre medio actuaciones prohibidas, pero sin castigo. O también obligaciones, pero cuyo incumplimiento no conllevaría necesariamente una multa o pena. Incluso podría haber actuaciones no obligatorias, pero que el estado recomienda o fomenta. Entiendo que alguna vez fue así, pero que con el tiempo se consideró que eso era meterse en la vida privada de las personas y que no le correspondía al estado. Pienso que, sin llegar a extremos, hay que recuperar esa facultad de la sociedad y del Estado de poder darse normas de buena conducta y del actuar virtuoso, más allá de definir los casos extremos de delitos punibles. ¿Por qué no hablar claramente que la mentira, la deslealtad y la infidelidad son malos, aunque no siempre puedan ser perseguidos y castigados? ¿Por qué no poder decir que el orden, la honestidad, la familia y el trabajo bien hecho son actitudes queridas por el estado, aunque no siempre se puedan obligar o premiar materialmente? No creo que una sociedad que crea que el único criterio de moralidad y ética es si hay o no hay castigo, pueda desarrollarse de verdad.
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