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Solos como perros por Pedro Gandolfo



Diario El Mercurio, Domingo 04 de Noviembre de 2012





Hablar solos arranca cuando a Lito, en ocasión de su décimo cumpleaños, le es permitido acompañar a su padre, Mario, en uno de los itinerarios de transporte comercial que éste realiza. Con ciertas aprensiones, Elena, su madre, los despide en el que, pronto sabremos, será el último viaje de Mario. Mario está muy débil de salud pues padece un cáncer terminal y quiere regalarle a su hijo el ansiado viaje, justificado -ahora sí- por su paso de la infancia a la adolescencia. La empresa resulta algo prematura, porque el niño tan sólo intuye la condición del padre, dado que no le han participado de la certeza inmediata de su muerte, pero ya es "suficientemente" grande como para embarcarse en asuntos de camioneros.

La novela tendrá una veintena de capítulos no enumerados, pero intitulados alternadamente con los nombres de los protagonistas: Lito, Mario y Elena. Según su punto de vista, cada uno narra el viaje que desembocará en la inevitable muerte de Mario. Sobre la base de esta hipótesis, bien podrían reordenarse los capítulos en tres versiones sobre el viaje. Lito (o el gran capítulo Lito) habla en primera persona desde su psicología adolescente y va pormenorizando los episodios con sus detalles concretos y múltiples particularidades, pero aún revestidos del pensamiento mágico que caracterizan la imaginación de un niño. Los "capítulos Mario", también coinciden con el inicio del viaje, y están narrados en segunda persona, dirigidos de padre a hijo. Están escritos en el hospital, prácticamente en sus últimos momentos: tienen un tono enternecedor íntimo y testimonial. Es decir, aunque no aparezca señalado formalmente en la novela, se trata en la práctica de un larga carta que Mario le dedica a Lito, reconstruyendo a posteriori, se entiende, en profundidad, el sentido del viaje y en la cual también se excusa de las omisiones que condicionaban o que subyacían a la aventura (y que Lito ignoraba). Naturalmente, el relato del niño-adolescente es un relato físico del viaje y, en consecuencia, termina primero en el orden lineal del tiempo narrativo; el del padre, comienza con el viaje y termina a pocos ¿días?, ¿horas?, de su muerte. Finalmente, están los "capítulos Elena". Su voz narra en primera persona la experiencia del viaje y su punto de vista pervive a los anteriores, proyectándola en el tiempo aun a la fase del duelo. Al igual que el relato de Lito, que podría ser la tarea escolar de la composición de la historia de su veraneo, aunque sin explicitarse en la construcción formal, el relato de su padre, expresado en una modalidad epistolar encubierta; el de Elena, adopta un formato confesional, como si de un diario se tratare: incluso se presenta a sí con carácter de documento escritural (no así los otros dos). Éste es sin duda el punto de vista más complejo, porque trasciende, la anécdota (del infante) y el íntimo vínculo padre-hijo, que intencionadamente elabora Mario. El duelo de Elena es anterior al tiempo lineal. De hecho, constituye la parte medular de la hipótesis narrativa desde el inicio. Elena lleva el peso de los dilemas a los que debe enfrentarse quien padece la muerte inminente de un ser querido: su viaje es de orden metafísico, si se quiere.

La estructura narrativa de la novela de Andrés Neuman es sencilla, directa y funciona. Además, de suyo, le da fundamento al título de la novela. Es eficaz en el sentido de que aún prescindiendo de los contenidos, justifica la inconmensurable relación de voces que, siendo o pudiendo ser esencialmente íntimas, en última instancia se reducen a una suerte de solipsismo orquestado. La temática misma, el trance, las circunstancias inmediatas que atraviesan Mario y su familia, no hacen sino reforzar el estrangulamiento de voces ciegas que ante la muerte no se reconocen. Parece una paradoja que sólo el lector integra en su ejercicio, pues sólo él ve "dialogar" estas voces. Sin embargo, ante el experienciar el universal de la muerte (ya sea la propia, ya la cercana), quién no siente, ha sentido o sentiría una soledad radical, una alienación abismal. Elena reflexiona: "Tengo la impresión de que las familias, quizá también los médicos, tranquilizan a los enfermos para defenderse de su agonía. Para amortiguar la alteración excesiva, insoportable, que provoca la fealdad de la muerte ajena en plena vida propia".

En resumen, la reescritura, a tres voces, que lleva a cabo Andrés Neuman del tópico del viaje de descenso hacia la muerte contiene, tanto en el lenguaje empleado como en sus contenidos, méritos indudables y una profundidad de mirada que confirma la solidez de su trayectoria.

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