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La ciudad muda por Sebastián Gray



Diario El Mercurio, VD, Sábado 03 de Noviembre de 2012
http://blogs.elmercurio.com/viviendaydecoracion/2012/11/03/la-ciudad-muda.asp

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Asentado ya el polvo de las pasadas elecciones municipales -bailoteo para unos, remezón para otros-, qué duda cabe de que el mayor desconsuelo ha sido la escasa participación ciudadana. Apenas cuatro de cada diez electores hicieron un asunto de consciencia elegir sus autoridades locales. No deja de ser sorprendente: al mismo tiempo que la ciudadanía reclama espontáneamente por aquello que le es más inmediato (el bienestar de su entorno, el apoyo en momentos de adversidad, la aparente falta de planificación, los proyectos inconsultos, las normas abusivas), no confía en que sus autoridades electas sean representativas, eficientes, comprometidas, o tal vez siquiera responsables. Es posible que la alta política partidista, algo rancia, laberíntica y sospechosa para muchos, al permear también estas elecciones locales, ahuyenta a la mayoría. Quién sabe; hoy casi nadie lo explica con certeza.
Pero el problema es grave, sobre todo porque es imposible cambiar el destino de nuestras ciudades, hoy en plena crisis de desarrollo desenfrenado, sin la participación masiva y estructurada de la ciudadanía en la toma de decisiones para la planificación y el diseño, por lo menos a la escala de barrios. Una alcaldía y un concejo poco representativos tienen escasos incentivos para consultar y responder por sus decisiones; por otra parte, al no votar, la ciudadanía queda desvinculada de sus autoridades en la discusión de la ciudad ideal.
La democracia nació en las ciudades-estado de la antigüedad, amuralladas, orgullosas de su autonomía e identidad; fue la vida gregaria la que empujó a esas primeras sociedades a establecer reglas de convivencia o "urbanidad", y así también a debatir el aspecto y destino de su entorno. Somos herederos de esa forma de vida forzosamente solidaria, tan propia de la especie como que a partir de la era presente más de la mitad de la humanidad habita en ciudades.
Si en algún momento perdimos el rumbo, así como la solidaridad, la participación también se educa. Se promueve naturalmente desde la infancia; se aprende en pequeños y sucesivos ejercicios políticos (en el sentido más puro), desde la intimidad de la familia y la escuela hasta en organizaciones vecinales, comunales y más allá, en el mundo de las utopías. Es lo que nuestros padres llamaron con orgullo "educación cívica", hoy agónica por haber sido largamente demonizada, mientras nos lamentamos en una ciudad muda como resultado. Hay que volver a empezar. Por fortuna, el reciente despertar de los barrios, la tímida defensa de la belleza y de la historia, nos llenan de esperanza.

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