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Domingo XXXIº / Marcos 12, 28-34
El primer mandamiento

por Monseñor Andrés Arteaga Manieu
Obispo Auxiliar de Santiago 
Diario El Mercurio, domingo 4 de noviembre de 2012

Un escriba se acercó a Jesús con la pregunta sobre el primero de los mandamientos.
El texto invita a pensar cómo Jesús responde con toda su vida a esta pregunta.
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Un escriba se acercó a Jesús con la pregunta sobre el primero de los mandamientos. No es una pregunta más. Habitualmente surge para ordenar la vida y sus prioridades. También para vivir de modo humano y consecuente con lo que creemos. Conocía bien el escriba los mandamientos de la Ley. Jesús responde con dos textos de la Escritura. Destaca como el "más importante", y como único el doble precepto, el amor a Dios y al prójimo (Deuteronomio 6, 4-5 y Levítico 19,18), mandamientos que Dios entregó al pueblo de la Alianza.
El texto invita a pensar cómo Jesús responde con toda su vida a esta pregunta. Se trata de ligar y armonizar el amor a Dios y al prójimo. Jesús dio testimonio radical acerca de ambos. El primero de los mandamientos comienza con "escuchar". Esa actitud esencial de apertura y de atención a Dios que suscita la respuesta humana, surge de la iniciativa divina de comunicarse y compartir su vida. A esa acogida, la llamamos "fe". Y se expresa particularmente en el cumplimiento de los mandamientos y en la oración. Criterio de discernimiento en la vida, es un verdadero regalo. Acto humano que lo involucra todo.
Jesús fue un creyente radical por su actitud de abandono y confianza de hijo ante su Padre, Dios. Sin embargo, la fe sin obras está muerta. Porque la actitud de escuchar a Dios tiene que impregnar toda la vida. La fe puede crecer y consolidarse hasta que permita mirar más allá de las apariencias. Eso lo transforma todo. Aunque se experimenten dificultades y peligros, la fe auténtica genera necesariamente la esperanza, cuando se orienta hacia el futuro. Ahora, por el amor al prójimo en concreto, la fe se hace caridad verdadera. Jesús pudo pedir a sus discípulos amar, a todos y siempre; con todo el corazón, siempre y sin excepciones. Hasta el límite de amar a los enemigos. Por su forma de morir en la cruz. Para eso estamos empeñados en el año de la fe. Que María nos acompañe con su acostumbrada cercanía.

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