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Ayudan los libros a aliviar la existencia?‏




Por Roberto Merino 
Diario El Mercurio, Revista de Libros, domingo 4 de noviembre de 2012

Un corresponsal lejano me pregunta por mail si podría decir que hay libros que me ayudan a vivir. Se refiere estrictamente a libros literarios, no a los del género denominado autoayuda, del cual no tengo la menor idea. 

La respuesta involucra una figura muy personal. Los motivos por el cual los textos de un escritor pueden aliviarnos la existencia no son del todo claros ni mucho menos transferibles de un individuo a otro. De hecho, mi amigo menciona en este sentido a Natalia Ginzburg, a Lichtenberg y a William Hazlitt. 

Coincidimos en la afición por este último. El digresivo Hazlitt hace reír, lo que de por sí crea con su imagen fantasmal una relación afectiva.

Si los libros no ayudaran a vivir, o a pasar el tiempo, no tendría ninguno, y actualmente se acumulan tantos en mi departamento que han desbordado los estantes y pasado a las mesas, instaurando un desorden que parece definitivo. Pensaba por lo mismo que ya se está haciendo necesario ejecutar un escrutinio severo, redisponiendo algunos volúmenes en los anaqueles y mandando a otros tantos a las cajas de cartón en las que iniciarán un viaje hacia los ignotos territorios del desecho o del reciclaje.

La utilidad de los libros no tiene nada que ver con el discurso ilustrado sobre el mejoramiento espiritual de los pueblos. No ha sido comprobado que los pueblos que leen sean más felices que los que no lo hacen o superiores a ellos. Por lo demás, es un fastidio inocular una perspectiva moral hasta en ese último reducto de intimidad que nos va quedando: la lectura. El moralismo sopla por todas partes y quiere incluso apoderarse de nuestros sueños. Por eso resulta tan hostigoso cuando se reclama por la resistencia a leer que muestran los niños de hoy. Los que levantan la voz en este sentido debieran echar un vistazo a los textos que vienen en los libros escolares: muchas veces son infantilizantes, faltos de talento, aburridos. El principal enemigo de la lectura infantil es el prurito por "fomentar valores" y de otorgarle a la literatura la función de vehículo o escaparate.

En mi contestación a la pregunta inicial hablé de John Aubrey, de Thomas Hardy, de Leon Bloy. Son los primeros autores que se me vinieron a la mente al pensar en las veces que los libros me han sacado de algún socavón anímico. Pero son tantos más, tantos como momentos de desajuste he experimentado en mi vida. Tendría que nombrar también -en la letra "b"- a Barthes, a Borges, a Bachelard, a Beckett. Sin duda la inteligencia ajena desplegada sin fanfarronería nos alegra la vida: las palabras precisas que hacen el efecto de una revelación o los destellos de sensibilidad que podemos reconocer como propios aunque hayan sido expresados allá lejos y hace mucho tiempo.

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