WELCOME TO YOUR BLOG...!!!.YOU ARE N°

Tiempo de acuerdos



por Héctor Soto

Publicado en Suplemento Reportajes de La Tercera, 09 de junio, 2012.
¿Por qué consensos ahora? El gobierno no está en su peor momento, la economía funciona y la oposición se soba las manos con el nombre de Bachelet. Pero algo hay que hacer para reacreditar la política.

En Chile, los consensos han sido producto sólo de avalanchas electorales muy fuertes o de temores ante riesgos inminentes. Ejemplo de las primeras fue la victoria DC en las elecciones de 1965, que alcanzó para darle al gobierno de Frei Montalva mayoría absoluta en la Cámara Baja, aunque no en el Senado, y que se hizo sal y agua en muy pocos años; como ejemplo de los segundos están los acuerdos expresos y tácitos de la transición, amplios y transversales, cuando todo el arco político parecía caminar sobre huevos, mientras Pinochet parecía hacerse el simpático en la Comandancia en Jefe del Ejército.

El acuerdo del 2003, entre Pablo Longueira, entonces timonel de la UDI, con el ministro Insulza y el Presidente Ricardo Lagos, se hizo en presencia de las incertidumbres que planteaba a uno y otro lado del espectro el escándalo MOP-Gate. El consenso giró en torno a la Alta Dirección Pública y el financiamiento de las campañas electorales. La convergencia parecía un buen negocio. Le permitió al gobierno zafarse del cepo del escándalo en un momento objetivamente delicado y Longueira acreditó desde su partido estatura de estadista para ordenar el sistema político dos años antes del triunfo de Lavín que las encuestas del momento estaban anticipando.

Ahora, el cuadro es distinto. El gobierno está complicado: no obstante el salto de siete puntos que se mandó el Presidente en la última encuesta Adimark, la administración sigue con bajos niveles de aprobación y qué duda puede caber que un acuerdo político le serviría para sortear la cuesta final de su mandato. La situación de la oposición es distinta porque, desarticulada en términos de proyecto, aunque congregada con mayor o menor fuerza en torno a la figura de Michelle Bachelet, pareciera tener casi todo a su favor: el viento, los números de las encuestas y ningún liderazgo capaz de hacerle sombra.

¿Cuál es el riesgo, entonces, para forzar un acuerdo ahora? ¿Se está derrumbando el gobierno? No, de hecho, su posición estuvo más débil el año pasado, cuando el movimiento estudiantil parecía tenerlo por  las cuerdas. ¿Se está pulverizando la oposición? Bueno, hay desorden y desencuentro, pero, vamos, sin Michelle las cosas podrían estar mucho peor. ¿Está en problemas el país? Sí, claro, más allá de que el clima político no es muy edificante a partir de las grescas sobre el 27/F y el caso bombas, Chile está complicado en diversos planos, aunque la economía sigue tirando y nada hace temer que la olla a presión estalle este año o el próximo, según vienen pregonando los diagnósticos apocalípticos desde hace años. En realidad, desde hace décadas.

Pero el riesgo no es de derrumbe. Sí de una gradual deslegitimación del sistema político. Pocas veces el gobierno, el Parlamento, los partidos, las instituciones del Estado estuvieron con el rating tan bajo. El fenómeno le ha dado en los cachos a todo el arco político por igual. Tuvo que llegar a la testera del Senado un político de peso como Camilo Escalona para darse cuenta de que la caída libre de la política  arrastraba a todos. Vaya que se trata de un golpe de timón el suyo. Baste recordar que su antecesor era de los que preparaba escenarios patibularios para los ministros que acudían al trabajo de las comisiones parlamentarias. Y que el año pasado al menos, la Concertación se plegaba a la presión callejera de la ingobernabilidad. Si este no es un nuevo giro, entonces que alguien rebobine la película, porque no hay duda que fue proyectada con los rollos cambiados.

LA CALLE ESTA DURA
Reforma tributaria, leyes sobre materias de educación, algunas reformas políticas, eventualmente algo relativo a energía, la lista de temas en los que la sociedad chilena está pidiendo a gritos acuerdos es larga. Pero hoy el problema es doble, porque, por un lado, con la carrera presidencial desatada, el momento es poco propicio para aplicar los paños fríos que requiere toda negociación; por el otro, todo indica que aquí no van a resultar, como en el pasado, las reuniones a puertas cerradas. La sociedad chilena definitivamente cambió y eso hace harto más arduo el desafío de los acuerdos.

Si las cosas salen bien, puede que haya avances. En reforma tributaria tal vez, donde el Ejecutivo tiene la sartén por el mango en función de ser de iniciativa exclusiva, y posiblemente, también en materias de educación, donde Harald Beyer está lanzado y todo el país expectante. Pero va a ser difícil reformar el binominal; hasta los estudios técnicos están retrasados. Ni siquiera la Concertación se ha puesto de acuerdo en un sistema alternativo, y en el oficialismo el tema divide a la coalición. Para qué hablar de política energética, donde el “tartufismo” de la clase política ha sido la norma para contarle al país un cuento distinto del real. El resultado es que llegamos al entrampamiento perfecto: hoy no existe margen para aprobar una sola central generadora y -entre recursos judiciales, elusiones políticas, decisiones diferidas y furias ciudadanas- el país deja todo para mañana, como si el mañana no fuera nunca a llegar.

La calle está dura para los acuerdos. Pero todo indica que si no se consiguen, el veredicto de la calle con la política va a ser más duro aún.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

COMENTE SIN RESTRICCIONES PERO ATÉNGASE A SUS CONSECUENCIAS