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Sucedáneos para llenar el vacío cotidiano


Columna 'Tinta China'

por Leonardo Sanhueza
Diario Las Últimas Noticias
Martes 12 de junio de 2012

Hará unos diez años,
cuando la moda de las catas de vino
estaba en su apogeo
y hasta los más rústicos tragasables
se habían habituado a tomar
la copa por el pie,
el poeta y librero anticuario
César Soto me explicó
ese fenómeno desde 
un punto de vista sociopolítico:
la cultura del vino, decía Soto,
había ocupado el lugar 
que las utopías habían dejado vacante.

En otras palabras, 
las catas representaban
una sofisticación cultural,
con la cual cierta elite 
huérfana de ideas
intentaba llenar 
el vacío cotidiano
y anular el efecto 
del sinsentido comunitario
mediante pequeños shocks
de bienestar individual.

En ese momento, la teoría
sonaba un poco extravagante,
pero no le quitaba lo plausible;
con el tiempo, además,
vimos que se quedaba corta
y que era sólo el primer peldaño
de una serie de "tendencias"
que, como una hipnótica
brassband de Nueva Orleans,
acompasaban el funeral de las ideas.

Muy pronto se vio
que la enología amateur
era insuficiente
y hubo que llamar refuerzos:
los quesos "con sabor",
los chocolates y cervezas belgas,
la rúcula y el berro, las catas de té.

Después de pasar por 
el inabarcable mundo del aloe vera,
la magia salutífera del reiki
y los misterios del sexo tántrico,
actualmente ya vamos en el yoga y el 
siempre fluctuante concepto de "vida sana".

A cada rato hay panaceas que surgen
mientras otras se desmoronan.

Mi generación creció bajo la convicción
de que no había cosa más benéfica
que la leche, por ejemplo; es más:
sin leche, un niño estaba condenado
a ser un tarado.  Ahora hay ideas
diferentes al respecto e incluso hay quienes
la consideran derechamente un veneno.

Un día es la leche, 
otro día es el sexo matinal
o la música de Mozart:
así de cambiante 
es el bienestar sin sociedad.

Casi todos los días
aparecen esas típicas noticias
que anuncian la caída
de un mito médico
o un nuevo descubrimiento
sobre la longevidad,
siempre según el último estudio
de no sé qué universidad inglesa.

Ahora mismo 
busco las noticias del día
y me encuentro con esto:
según el estudio de marras,
la actividad física no ayuda a combatir
los síntomas de la depresión; es decir,
los más empeñosos deportistas son 
tan vulnerables a los efectos de la depresión
como los sedentarios más tristes.

La vieja metáfora marxista de que
"todo lo sólido se desvanece en el aire"
es muy tremendista, pero su precisión
para describir fenómenos sociales es admirable.

Desde los grandes movimientos de la historia
hasta la minucia cotidiana, el modelo
del desvanecimiento de las seguridades
parece ser una ley.

Cosas que hasta ayer nos parecían
frivolidades, hojarasca sin fundamento,
de un momento a otro representan
para alguien su tabla de salvación.

Aquella escalada de sofisticación
y búsquedas exotistas, 
en una sociedad sin seguridades,
dejan de ser expresiones de cultura
o refinamiento para convertirse
de plano en agarraderos existenciales,
como refugios o tambos de autoayuda,
en los cuales se puede permanecer un rato,
hasta que la desesperación o el aburrimiento
nos hace huir a una nueva etapa,
como un sapo que persigue el claro de luna
saltando de loto en loto.

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