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Solari, Ricardo Pasión por la historia y preocupaciones de futuro



La disputa sobre las responsabilidades en el golpe de Estado del 11 de septiembre siempre ha provocado grandes tensiones. Las recientes declaraciones del ex presidente Aylwin al diario español El País han generado un nuevo debate. Los temas son los mismos de siempre: los problemas del gobierno de Allende, la responsabilidad civil en la voluntad de las FF.AA. de intervenir y dar el golpe, el propio papel de la DC como principal fuerza opositora.
Aunque las reflexiones sobre la historia son apasionantes, la élite política debe tener en cuenta que las discusiones sobre el pasado cautivan menos a los ciudadanos que los deberes respecto de los problemas cotidianos. Y, también, que existen reglas mínimas de consistencia. No es posible que los mismos que se congregaron a homenajear al ex presidente se enfrasquen con él, sólo días después, en una disputa sobre acontecimientos ocurridos cuatro décadas atrás. Que Aylwin, a sus 93 años, confirme su personal mirada histórica no debería provocar mayor extrañeza.
Hay que tener una visión muy sesgada para no asumir que el gobierno de Allende tuvo muchos problemas, no sólo por la acción de los adversarios, sino por errores y divisiones entre sus partidarios, o como para ocultar que una parte de la dirigencia de la DC trabajó activamente por el golpe. Que vivíamos en la “guerra fría” y que los norteamericanos estaban metidos hasta el codo intentando desestabilizar al gobierno democrático de Allende desde el primer día. Nada de eso es nuevo.
Estos hechos, además, son parte de la abundante investigación accesible, en Chile y en todas las buenas bibliotecas del mundo interesadas en nuestro país. Del mismo modo en que es irrefutable que el discurso altisonante del secretario general del Partido Socialista de la época agudizaba el conflicto, tampoco se puede negar el vínculo entre un sector de la DC y el generalato golpista. Mientras algunos DC justificaron el golpe, otros públicamente lo condenaron. Son hechos, más que juicios de valor, a la luz de la historiografía disponible.
Es difícil imaginar que a estas alturas los involucrados cambien su juicio respecto de cómo pasaron las cosas, porque la estantería se estremeció demasiado y las heridas son difíciles o imposibles de curar.
Pero lo que tiene el mayor valor de proyección es que los mismos actores de esas intensas pasiones fueron capaces de sobrevivir a esas disputas para dar un futuro al país. Los protagonistas del conflicto, DC y PS, lograron superar sus tremendas distancias para construir caminos comunes y contribuir a recuperar la democracia.
Y que, para toda una generación de chilenos, el ejemplo de dignidad de Salvador Allende, el que decidió morir en La Moneda, el conductor de ese gobierno “lleno de debilidades” , como diría don Patricio, fue la principal inspiración para dedicar sus energías a terminar con la dictadura.
Pero el desafío ahora es otro. Se actualiza al calor de esta polémica y tiene que ver con el futuro. ¿Cuál es el sentido presente del pacto entre la DC y el PS? ¿Cuál es la contribución particular de esa alianza para el progreso de Chile? ¿Cuánto aporta esta relación privilegiada a la gobernabilidad de la sociedad chilena? ¿Cuáles son las coincidencias programáticas que sustentan esta convergencia? ¿Es posible una coalición mayoritaria sin la Democracia Cristiana? Son todas preguntas que requieren respuestas sólidas, que superen los clichés comunicacionales.
Por fortuna, no existen verdades históricas definitivas. La discusión sobre el pasado no se cierra jamás. Pero, como siempre, el deber de la política es proponer miradas y tareas de futuro. Y el desafío es mayor, porque se enfrenta a una sociedad cada vez más escéptica y distante, pero a su vez con más expectativas y aspiraciones. Justo ahora que se inicia un nuevo ciclo electoral, esta nueva realidad ofrece una tremenda oportunidad para aclarar las posiciones.

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