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El aura del pasado



por Roberto Merino
Diario Las Últimas Noticias
Lunes 11 de Junio de 2012

No sé en qué 
radica la mágica atracción
que todo el mundo siente
por las fotos y filmaciones
de los días pretéritos.

Basta que pasen 
dos o tres décadas
y lo que fue un registro 
de la cotidianidad
común y corriente 
se transforma
en un objeto cifrado 
que pareciera guardar un secreto.

La imagen adquiere aura y profundidad.

El fenómeno es abismante.
Yo lo experimento siempre.

Si ajusto mis recuerdos
a ras de realidad puedo calibrar,
por ejemplo, el nivel de chatura
que presentaba el día a día
a mediados de los años setenta:
sé que la cosa era una permanente
sucesión de horas de almuerzo,
de horas de estudio, de horas de noticias,
de horas de acostarse y de levantarse
y no mucho más que eso.

Pero si me muestran 
una foto del momento
quedo suspendido, al borde 
de una emoción inminente,
como si fuera el testigo
de una revelación.

Los letreros en las calles,
la tipografía de los diarios,
los pantalones de la gente,
los cortes de pelo,
la ornamentación municipal,
el tono de la atmósfera, en fin,
la conjuración de los detalles vulgares
nos recuerdan que la existencia
es un fastidioso misterio.

Hace poco circuló en internet
una foto panorámica
de la Plaza Italia en 1967,
tomada aparentemente
tras un día de lluvia.

En verdad se veía tan bonito todo,
la ciudad parecía a la medida
de la vida promedio,
sin ansiedades ni estridencias.

Aquel era un mundo ideal,
con sentido urbano y arquitectónico,
racional y acogedor.

Sin embargo recuerdo
haber pasado ese año
por el mismo lugar
sin sentir ninguna 
de estas sensaciones positivas.

Era la realidad no más;
las micros eran viejas,
les sonaban las latas 
[y los vidrios]
por lo general iban atestadas
y olían pésimo 
[yo recuerdo el olor a fierros];
el Mapocho estaba más sucio 
entonces que hoy, desde los puentes
se podían ver los guarenes hozando
entre los arbustos mugrientos
donde hacía su hogar los pelusas,
personajes fijos del Santiago callejero
de antes, rotosos, toscos y altisonantes,
a quienes era frecuente ver viajando
en los parachoques de las micros.

Los testimonios más antiguos
que conozco sobre la presencia
del smog en Santiago provienen
de los diarios de Luis Oyarzún,
quien ya en 1966 ó 67 hablaba
de la corona de polución
que se podía observar
desde el cerro Santa Lucía.

Hace un par de años
le quitaron su característico
olor a mierda y nadie dijo nada.

Los locatarios del Puente del Arzobispo
ya no necesitan encender inciensos
para contrarrestar las emanaciones del río
(la verdad es que la mezcla 
del sándalo y de los gases deletéreos 
era especialmente revulsiva).

El hecho es que 
los beneficios del presente
no son fáciles de determinar.

Para la mente humana
parece más verosímil considerar
que toda iniciativa actual
es una desmejora
respecto de lo que había.

En relación al pasado 
se mistifica desde 
el tamaño de las frutillas
hasta la calidad de la educación.

La alabanza del pasado
y el menosprecio del presente
es un tópico de la psicología colectiva.

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