De una columna de opinión del escritor
Roberto Ampuero, actual embajador
de Chile en México, publicada recientemente
en el diario El Mercurio, extraje algunas
observaciones, que acompañadas
de otras que nosotros mismos hemos notado
en torno a lo forma de expresarnos
se resumen en las siguientes:
Está bien defender la libertad de expresión.
El problema es nuestra dificultad de expresión.
No hay que confundir facilidad de palabra
con dificultad para quedarnos callados.
Lo otro es la forma en que conversamos:
se caracteriza por una forma atropellada,
sin que se entienda a ratos lo que se enuncia.
Unos interrumpen a otros,
abundan las muletillas, varios hablan a la vez.
Manejamos un vocabulario reducido,
usamos los mismos verbos y adjetivos básicos,
pocos emplean sinónimos o palabras precisas.
No sabemos cómo discrepar sin ofender,
cómo criticar sin herir, cómo convencer sin aplastar.
Confundimos debatir con pontificar.
Quien piensa diferente es un enemigo.
Carecemos de la capacidad para matizar.
Estamos perdiendo elegancia y tolerancia.
En vez de argumentos, peñascazos.
Hay que construir espacios que permitan
un debate fecundo y civilizado...
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