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Esto no le va a gustar a mi yerno...velocímetro...


Esto no le va a gustar a mi yerno
por Nicolás Luco Rojas
Diario El Mercurio, lunes 1 de agosto de 2011
http://diario.elmercurio.com/2011/08/01/ciencia_y_tecnologia/mas/noticias/4EBEE63B-BF27-4FB8-B324-D38397C0D878.htm?id={4EBEE63B-BF27-4FB8-B324-D38397C0D878}

Mi yerno debe acelerar su camioneta para cumplir sus metas diarias.
Maneja muy bien; la camioneta está como seda. Sospecho que él no mira
el velocímetro.

Bueno, soy hijo de abogado y tuve clases de educación cívica en el
colegio y de derecho constitucional siguiendo el libro de don
Alejandro Silva Bascuñán y entiendo la ley como un contrato social que
respetar.

Por ejemplo, no circulo a más de 80 km/h por la Kennedy, y cuando me
adelantan (casi todos me pasan), pienso: "ése está cometiendo un
delito, es un delincuente", y me siento buen ciudadano. Incluso donde
el límite de velocidad baja a 60 km/h, yo acato aunque me bocineen o
me apunten al cielo con el dedo.

Tengo dos buenos amigos que divergen en esta materia. Uno es
ginecólogo, maneja moto y un BMW; además, sabe de epidemiología. El
otro es ingeniero estructural, vive en Chicureo y se moviliza por la
autopista nueva que da al puente Lo Saldes.
El ginecólogo no cree que la velocidad deba controlarse mucho. Celebró
cuando el límite se subió de 100 a 120 km/h. Capaz que él deba
acelerar cuando corre a atender una urgencia. Los autos modernos
corren, dice.

El ingeniero estructural es moderado en su conducir; últimamente ha
entrado en sospechas, porque los choferes de camiones betoneros y de
otros pesos pesados circulan por la autopista a Chicureo a más de 100
km/h. Tras tal apuro -piensa-, hay un bono extra por vuelta que la
empresa le da al chofer.

Bueno, podríamos instalar cámaras que midieran la velocidad y también
generar un sistema de partes a los infractores. Pero en Chile eso se
probó, y causó tales protestas, que los gobernantes y los
parlamentarios anularon la medida, con tal de quedar bien con los
protestantes.

Pero en el "British Medical Journal" del miércoles pasado, un equipo
de investigadores, liderados por la doctorada en Harvard Ana García
Altés, de la Agencia de Salud Pública de Barcelona, publicó una gruesa
investigación.

Ana García defiende a punta de utilidades económicas las cámaras de
velocidad en las autopistas catalanas, donde el límite es de 80 km/h.

¿Se justifica el costo de mantener 8 cámaras de velocidad?

Hay que pagar las cámaras, los policías, los administradores, los
jueces, y pagar el tiempo que los "apuretes" van a perder para llegar
a destino. Son los costos.

Calcularon cuánto bajarían el número de accidentes, las muertes, los
lisiados, los daños a la propiedad; cuánto se ahorraría en
hospitalizaciones, en juicios. Son las ganancias.

Había que restar.

Raya para la suma: entre 2003 y 2005, Barcelona tuvo un beneficio de
por lo menos 5,6 millones de euros (3.560 millones de pesos) por los
accidentes que se evitaron gracias a las 8 cámaras instaladas.

Vale la pena el sistema.

Los argumentos abundan: la Organización Mundial de la Salud en 2004 y
en 2009 publicó informes sobre prevención de accidentes del tránsito,
sobre seguridad en las carreteras. Las lesiones físicas matan más
gente de entre 1 y 45 años que el infarto o el cáncer. Los accidentes
del tránsito matan cada año más de 1,3 millones de personas, y entre
20 y 50 millones quedan discapacitados para siempre.

En Chile, la Comisión Nacional de Seguridad de Tránsito (Conaset)
publica impactantes cifras en su página web. No se oye padre.

Y yo no me atrevo a decirle mucho a mi yerno. Capaz que choque.

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