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Elvis y el estilo

Elvis y el estilo
por Luis López Aliaga
Diario La Tercera, domingo 15 de abril de 2007

Los romanos le llamaban stilus
a una especie de punzón
de hueso o de bronce
con el cual escribían
sobre unas tablillas
recubiertas de cera.

Es desde
ese pasado instrumental
que la idea de estilo
carga con la mochila
de la exterioridad.

Por eso, quizá, más tarde
se le intentaría reconocer
por el flanco académico, normativo
o derechamente burocrático
de las carreras de letras o periodismo
y de algunos talleres literarios.

Muchos proyectos de escritores
imaginan así que les basta
con sus cursos de "redacción y estilo".

Pero el estilo literario remite más bien
a la particularidad del individuo,
a sus cicatrices, a sus imperfecciones.

Un fondo humano, demasiado humano,
que debe buscar a tientas su forma.

De lo contrario es sólo una cáscara,
un insecto disecado que se rompe
con el roce de la yema de un dedo.

Como la construcción de la personalidad,
el estilo es también
una lucha, un esfuerzo, una porfía.

De lo interior a lo exterior,
no a la inversa.

Por eso aún creo -romántico-
que el estilo de un escritor
es también su forma de vivir.

Una mirada que desborda, claro,
la de los escritores entendidos
como máquinas de producción literaria,
como profesionales de un oficio
aprendido en talleres o aulas universitarias.

Lo "novedoso", esa exigencia propia
del mercado de la entretención,
es una ansiedad
que el mundo editorial
le transmite al escritor
y le impide, muchas veces,
abocarse a esa batalla muda
por encontrar su voz.

Otra paradoja:
lo novedoso suele ser
una manera de estandarizar
la oferta literaria
y, de paso, anular
la anomalía, el riesgo.

Un autoritarismo
que ni el cacareo
supuestamente progresista
en favor de la diferencia
logra disfrazar del todo.

Son modas que en los circuitos cultos
se intentan vender como evoluciones,
marcas generacionales
u homenajes perpetuos al maestro.

Y aquí viene bien recordar
el sexto mandamiento onettiano:
"No sigan modas,
abjuren del maestro sagrado
antes del tercer canto del gallo".

El proceso funciona más o menos así:
un autor logra imponer su mirada del mundo,
a veces incluso a costa de su propia vida,
y de inmediato se llena de satélites
que orbitan a su alrededor
en busca de un botín que no les pertenece.

Sus obras se convierten así
en hermosas y acogedoras casas con onda,
no con estilo, armadas según
los suplementos de vivienda y decoración.

La única diferencia
con los llamados bestsellers
es su escasa capacidad expansiva
y su permanente mala conciencia.

De más está decir
que los autores de bestsellers
carecen de estilo.
Y no les importa, claro.

Más que esos
"seres en los que habita
una profunda negación del mundo"
-según Vila-Matas-,
Bartebly representa la actitud
de los que no están dispuestos
a sucumbir ante la manzana
de las fórmulas sacralizadas.

Incluso un ser opaco como el escribiente
tiene la posibilidad de marcar con su impronta
su paso por el mundo; y lo aprovecha
con los pocos recursos que le deja
aquel universo de oficinistas neoyorquinos.

Bartleby no es una enfermedad,
no es el síndrome de quien
no es capaz de actuar
o de quien padece
algún grado de afasia,
Bartleby es la lucha
del que busca hasta el final
ser fiel a su estilo.

En el poema 'Style', Bukowski dice,
según la traducción del joven escritor Pablo Toro
que ha "visto perros con más estilo que hombres/
Aunque no muchos perros tienen estilo./
Los gatos lo tienen en abundancia".

Y a la luz de sus ejemplos,
la conclusión parece ser la siguiente:
si el estilo es una forma de vivir,
es también -o sobre todo-
una forma de morir.

Heminway volándose los sesos
con una escopeta sería,
según el viejo Hank,
el corolario perfecto
de un escritor con estilo.

También puede ser Vallejo
en un hospital de París,
muriéndose peruanamente
un día del que tenía ya el recuerdo.

O el pequeño Augusto Monterroso
concluyendo una larga vida de 81 años
en Ciudad de México;
un longevo que amó siempre
la brevedad y la paradoja.

Auque quizás baste con una imagen,
que ahora se encuentra fácil en Youtube:
un Elvis Presley ya obeso, sudoroso,
embutido en su traje blanco
con un sol azteca
que se le abre en el pecho,
cantando 'My Way' en Indianápolis.

La última canción,
de su último concierto,
dos meses antes
de morir por sobredosis.

Con los ojos en el piso
o en la hoja con la letra
que ya no recuerda,
Elvis canta como si supiera
que ese es el único desenlace posible:

"For what is a man,
what has he got?
If not himself,
then he has naught..."
(algo así como:
¿Pero qué es un hombre,
qué ha logrado?
Si no es fiel a sí mismo,
entonces no tiene nada").

Eso es estilo.
Morir con las botas puestas,
con esas botas blancas
y puntiagudas de Elvis.

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