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CHINA, el último libro de Henry Kissinger

Diario El Mercurio Domingo 1 de Abril de 2012
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Información privilegiada 
Una mirada al pasado y futuro del gigante asiático.

A partir de documentos históricos y del conocimiento íntimo que ha tenido Kissinger de varias generaciones de líderes chinos, el autor examina el modo en que China ha abordado la estrategia y la negociación a través de la historia y las perspectivas que visualiza para el futuro. Un libro "fascinante, astuto y en ocasiones perverso", según la crítica del New York Times.  

MICHIKO KAKUTANI New York Times 

Hace cuatro décadas el Presidente Richard M. Nixon envió a Henry A. Kissinger a Beijing para restablecer contacto con China, una antigua civilización con la cual los Estados Unidos, en aquel momento, no había tenido vínculos a alto nivel diplomático desde hacía más de dos décadas. La Guerra Fría había llegado a su fin; la Unión Soviética (una amenaza tanto para China como para los Estados Unidos y un incentivo para la cooperación chino-norteamericana) se había relajado y una reforma económica en China había transformado a un país pobre y de bajo nivel educativo en una gran potencia con un papel cada vez más esencial en el mundo globalizado.

El fascinante, astuto y en ocasiones perverso nuevo libro de Kissinger, "China", no sólo trata del rol central que él desempeñó en la apertura de Nixon hacia esa nación, sino que también intenta mostrar como la historia de China, tanto la antigua como la más reciente, moldearon su política externa y sus actitudes hacia Occidente. Si bien este volumen les debe mucho a la erudición pionera de historiadores como Jonathan D. Spence, su retrato de China se basa en el conocimiento íntimo y de primera mano de Kissinger de varias generaciones de líderes chinos.

Excepcionalismo cultural

El libro traza hábilmente los ritmos y patrones de la historia china (sus ciclos de volcarse hacia el interior en una actitud de aislamiento defensivo y hacia el exterior, al resto del mundo), y esclarece a la vez las diferencias filosóficas que la separan de los Estados Unidos. Todo país tiene un sentido de destino manifiesto, pero "el 'excepcionalismo' norteamericano es misionero", señala Kissinger. "Sostiene que Estados Unidos tiene la obligación de difundir sus valores a todos los rincones del mundo".

El "excepcionalismo" de China, por el contrario, observa Kissinger, es cultural: China no hace proselitismo ni pretende que sus instituciones "sean relevantes fuera de China", pero tiende a clasificar "a todos los demás países como distintos niveles de tributarios basados en su aproximación a las formas políticas y culturales de China".

Acechando por debajo de las reflexiones de Kissinger sobre la historia china hay un subtexto que no es tan sutil. Este volumen, en forma muy similar a su anterior libro de 1994, "Diplomacia", es también un astuto intento por parte de un personaje controvertido de pulir su legado como asesor de seguridad nacional y secretario de Estado de Nixon . Es un libro que promociona la marca propia de pensamiento "realpolitik" de Kissinger, y al hacerlo a menudo minimiza el costo humano de las décadas de reinado despiadado de Mao y cuestiona las consecuencias de los recientes esfuerzos de los Estados Unidos por ejercer presión en materia de derechos humanos en China.

Algunas de las conversaciones más reveladoras entre Kissinger y Mao ya aparecieron en el libro de 1999 "Las transcripciones de Kissinger", extraídas del Archivo de Seguridad (National Security Archive) no gubernamental. Esos documentos demuestran que Kissinger fue mucho más zalamero en sus discusiones con líderes extranjeros que lo que sugieren sus relatos personales. Cuando se trata de hablar acerca de los líderes chinos que conoció, Kissinger, el obstinado apóstol de la "realpolitik", puede sonar casi como un soñador. Su simpatía por esos líderes no es tan sorprendente, teniendo en cuenta su descripción de ellos como practicantes del mismo tipo de política de poder sin sentimentalismos por la que él mismo se hizo famoso. Este enfoque, sostiene, permitió que China, "a pesar de su insistente propaganda comunista, se comportara esencialmente como un 'agente libre' geopolítico de la guerra fría", formando una sociedad táctica con los Estados Unidos para contener a su país comunista compañero, la Unión Soviética.

Esta especie de pragmático interés propio de China, señala Kissinger, ha continuado.

Tiananmen y revolución

En cuanto a la brutal represión de los disidentes por parte del gobierno de Deng Xiaoping en la plaza Tiananmen en 1989, Kissinger dice que la reacción de los norteamericanos dejó perplejos a los chinos: "No podían entender por qué Estados Unidos se había sentido ofendido por un acontecimiento que no le había causado ningún perjuicio a intereses materiales de ese país y que China reclamaba no tenía validez fuera de su propio territorio".

Por lo demás, la opinión de Kissinger sobre Tiananmen y el gobierno chino da una sensación decididamente ambigua: "Como la mayoría de los norteamericanos, me impactó la forma en que se puso fin a la protesta de Tiananmen. Pero, a diferencia de la mayoría de los norteamericanos, yo había podido observar la tarea hercúlea que Deng había llevado a cabo durante una década y media para remodelar a su país: logrando que los comunistas aceptaran la descentralización y la reforma; la tradicional insularidad china hacia la modernidad y el mundo globalizado -una perspectiva que China había rechazado a menudo-. Y yo había sido testigo de sus constantes esfuerzos por mejorar las relaciones chino-norteamericanas".

Kissinger es aún más fríamente displicente sobre las decenas de millones de personas que perdieron sus vidas durante los años de Mao en el poder y las consecuencias devastadoras de su Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural. Kissinger escribe sobre lo que describe como una escena "conmovedora" en la que "Nixon felicitó a Mao por haber transformado a una civilización antigua, ante lo cual Mao replicó: 'No he podido cambiarla. Sólo he podido cambiar unos pocos lugares en los alrededores de Beijing'".

Luego, Kissinger, sorprendentemente añade: "Después de toda una vida de lucha titánica por desarraigar a la sociedad china, era bastante patético el reconocimiento resignado de Mao de la omnipresencia de la cultura china y del pueblo chino".

Convencido de muchos de los mitos que Mao promocionó sobre sí mismo, Kissinger lo describe como "el rey de los filósofos".

"Mao enunció la doctrina de la 'revolución permanente', pero cuando lo requería el interés nacional de China, podía ser paciente y adoptar una visión a largo plazo", escribe. "Su estrategia proclamada era la manipulación de 'contradicciones', pero estaba al servicio de un objetivo supremo extraído del concepto confuciano de 'da tong', o la Gran Armonía".

Para algunos, reconoce Kissinger, "el tremendo sufrimiento que Mao le infligió a su pueblo superará con creces sus logros". Pero al mismo tiempo nos entrega la siguiente fría racionalización: "Si China permanece unida y surge como una superpotencia del siglo XXI", muchos chinos pueden llegar a considerarlo como al antiguo emperador Qin Shihuang, "cuyos excesos fueron reconocidos más tarde por algunos como un mal necesario".

El melancólico Deng

Las descripciones que hace Kissinger de los sucesores de Mao proyectan una intimidad que agradece. Recuerda a Zhou Enlai "conversando con la gracia fluida e inteligencia superior del sabio confuciano". Agrega que el elegante Zhou -que sería "criticado por haberse concentrado en suavizar algunas de las prácticas de Mao en lugar de haberse opuesto a ellas"- se enfrentó al clásico dilema del "consejero del príncipe", que debe buscar el equilibrio entre "los beneficios de la capacidad de cambiar los acontecimientos contra la posibilidad de exclusión, en caso de haberse podido oponer efectivamente a alguna política en particular".

De Deng Xiaoping, un "valiente hombrecillo de ojos melancólicos", Kissinger recuerda que Deng y su familia sufrieron mucho durante la Revolución Cultural -él fue exiliado y tuvo que hacer trabajos forzados y su hijo, relata Kissinger, "fue torturado por Guardias Rojos y arrojado desde lo alto de un edificio en la Universidad de Beijing" y luego no fue admitido a un hospital por su columna fracturada. A su regreso al gobierno, Deng hizo lo posible por cambiar el énfasis de la Revolución en la pureza ideológica por los valores de "orden, profesionalismo y eficiencia" y Kissinger le atribuye a él las modernizaciones que transformarían a la "deslucida China de Mao de comunas agrícolas" en un bullente gigante económico.

Aunque Kissinger no ahonda en los recientes debates sobre la enorme deuda de EE.UU. con China, o cómo una China cada vez más poderosa podría afectar al resto del mundo (tema de libros como el de Martin Jacques, "When China Rules the World", y de James Kynge, "China Shakes the World"), observa que el Presidente Hu Jintao y el primer ministro Wen Jiabao "presiden un país que ya no se siente restringido por ser un aprendiz de la tecnología e instituciones occidentales", y que la crisis económica de 2008 "socavó seriamente la mística de la destreza económica occidental" entre los chinos.

Estos desarrollos, a su vez, sostiene Kissinger, han provocado una "nueva marea de opinión en China -entre la generación de estudiantes jóvenes que hacen oír su voz y usuarios de internet y muy posiblemente en partes del liderazgo político y militar- en el sentido de que se está llevando a cabo un cambio fundamental en la estructura del sistema internacional".

Hoy: ¿suma cero?

Argumentando que una relación de cooperación entre Estados Unidos y China es "esencial para la estabilidad y paz mundial", Kissinger advierte que de iniciarse una guerra fría entre ambos países, "se detendría el progreso a ambos lados del Pacífico durante toda una generación" y "las controversias se propagarían a la política interna de cada región en un momento en el que problemas globales como la proliferación nuclear, el medio ambiente, la seguridad energética y el cambio climático exigen una cooperación global". Debe tenerse en cuenta que Kissinger es el presidente de Kissinger Associates Inc., una firma internacional de consultoría que trabaja con empresas que tienen intereses comerciales en China.

"Las relaciones entre China y los Estados Unidos", escribe, "no tienen por qué ni deben convertirse en un juego de suma cero".

El libro traza los ritmos de la historia china y esclarece las diferencias con Estados Unidos.

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En la edición de hoy del diario El Mercurio,
el editor extrajo de una reciente entrevista a Kissinger
algo que resulta más inquietante y provocador
de lo que se lee en la entrevista in extenso,
aunque igual resulta algo potencialmente aterrador:

«Si uno observa la relación de Estados Unidos con China
(...) el conflicto parece inevitable»-

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