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Vigilia de la pureza y esplendor de la palabra a orillas del silencio...‏




Iommi y Peirano
por Pedro Gandolfo
Diario El Mercurio, Revista de Libros, domingo 18 de noviembre de 2012


http://diario.elmercurio.com/2012/11/18/al_revista_de_libros/critica/noticias/33170E25-A16D-4BE7-84F4-5865D06A130C.htm?id={33170E25-A16D-4BE7-84F4-5865D06A130C}
 
La poesía chilena, a diferencia de la narrativa, mantiene una vitalidad asombrosa en sus distintas tradiciones, diversidad geográfica y generacional. Dos poetas de provincias, en principio con una propuesta poética distinta, son un buen ejemplo de esa fertilidad permanente y creciente.

Godofredo Iommi Amunátegui continúa con Bosque vacío una escritura consistente con toda su trayectoria anterior y fiel a una visión mínima acerca de las posibilidades del poetizar en el mundo de hoy. Iommi, no obstante la singularidad de su itinerario, se aproxima a aquellos poetas y tradiciones para quienes el poema es un vigilante y guardián de la pureza y esplendor de la palabra, vigilia que sólo se puede llevar a cabo en los límites del silencio. En lo formal, la convicción de Iommi lo conduce a un versificar escueto, esencial, compuesto de versos aislados, mínimos y concentrados que, incluso, en ocasiones no alcanzan a constituirse ellos mismos en versos. No se trata de aforismos ni fragmentos ni de la asimilación de alguna forma japonesa de poetizar, sino de una poesía que se afana en mostrar radicalmente los pecios de un naufragio poético. Así señala: "A veces/ basta/ un verso/ adosado/ al vacío" y más adelante "Asir/ al paso/ un fragmento/ de ruina". Los poemas de Iommi son poemas fronterizos, que apenas sobreviven a una catástrofe de sentido, son poemas erguidos en el límite entre el silencio y la palabra (no en vano se repiten familias de palabras que aluden a ese carácter liminar: "margen", "borde", "anverso", "orla", "orilla"), son un decir que sólo permite atisbar aquello inalcanzable más allá del "logos": "Un/ gesto/ vislumbra/ el/ abismo", dirá, y en otra parte: "el acorde/ concede/ un/ contorno". El ejercicio poético de Iommi busca, a baja voz, en un poetizar con sordina, indicar, girando en torno a sus bordes, el contorno de un sentido en fuga al cual el poeta sólo puede acceder fragmentariamente. La musa, para usar una terminología antigua, que nutre estos poemas se encuentra herida y, por consiguiente, no puede dictar ya versos abundantes, sentenciosos y proféticos. Solo "concede". La belleza de este poemario flota, precisamente, gracias a la ligereza y modestia de lo que el poeta inscribe en la página: sólo un hilo tenue que reúne las cosas dispersas y que el poeta recoge con esmero y oficio: "Desvarío/ de/ los perros/ alrededor/ de la ceniza".

En Quisiera haber dicho , su tercer poemario (después de Respirando callejones y El solitario de mis naipes ), Lorenzo Peirano consolida, de igual modo, una voz poética muy personal y, a la vez, tributaria de una tradición nacional y universal que fluye de manera invisible tras sus versos. La poesía de Peirano se construye a través de una reflexión permanente de la condición sufriente del ser humano condenado a la muerte, el absurdo y el olvido. Su poética expresionista se encuentra cargada de imágenes sugerentes e inquietantes -sobre todo, de carácter visual-, de adjetivaciones inesperadas, de giros oscuros en que aparece súbitamente lo turbio, demencial y execrable, en medio de una serenidad preñada de tensiones: "Esta calle o pueblo/ acentúa la fiebre de mis manos./ Inútil, camino por la vereda del poniente/ y percibo que a nadie le interesa el rojo atardecer".

La soledad del poeta, una suerte de loco permanentemente incomprendido, es otra constante del poetizar de Peirano. El poeta y sus cantos no parecen encontrar ya oyentes en un entorno insensible para los símbolos y desdeñoso hacia lo que no proporciona una utilidad inmediata. Así, en este hermoso poema señala: "Partí desde la única ciudad/ en busca del principio de mi sangre:/ la acequia desbordada, el estribo/ de recuerdo/ superposiciones,/ aromas indecibles que todavía permanecen./ Partí de pronto,/ quise recibir/ quise salvarme debido a los zarzales,/ imaginando llamas y respuestas,/ frente a las ruinas del jardín,/ detrás de la certeza, junto a mujeres severas/ de ojos verdes y a espectrales inquilinos/ cabizbajos... Pura soledad/ la del tiempo requerido/ por mis manos; no encontré/ señales en la tierra apisonada./ Tal vez/ el relampagueo de un desprecio".

En Quisiera haber dicho también se advierte un poetizar después de una catástrofe, después de una ruina generalizada que afecta al poeta y su oficio, de un vacío frente al cual al poeta sólo le cabe una resistencia mediante la palabra justa, encontrada y pulida con el dolor, resistencia casi destinada a la derrota. Hay versos, no obstante, en que asoma el cristianismo desolado del poeta (acaso aquel del "Creo porque es absurdo"), posando una luz incongruente sobre el fondo terrible de sus versos.

Bosque vacío y Quisiera haber dicho son, pues, ejemplos destacados de una seriedad y rigor en el decir poético que escasea hoy. La escritura es consecuencia de una meditación, de un largo trabajo de lectura y acabamiento en las formas, de búsqueda y hallazgo de la palabra esplendente.

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