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Esas calles vacías por Leonardo Sanhueza



Diario Las Últimas Noticias
Martes 6 de noviembre de 2012

Hoy es el día de san Leonardo,
patrono de los prisioneros de guerra,
herreros, cerrajeros, porteros, mineros,
verduleros, tenderos, partos y caballos.

Nunca he sabido muy bien
por qué me bautizaron así;
todo indica que no hubo 
una razón específica,
sino varias circunstancias
que, juntas, propiciaron ese nombre,
pero sin duda Leonardo Favio
fue un estímulo crucial
no sólo para mi bautismo,
sino para mi propia existencia en la tierra.

Es más: he llegado a la convicción
de que, sin Favio, yo no habría nacido.

De eso vine a tener noticia
a mediados de los ochenta,
una vez en que mi madre y yo
nos quedamos despiertos
hasta más allá de la medianoche,
viendo un programa de televisión
en que Leonardo Favio iba a presentarse.

Naturalmente, 
yo estaba frente al televisor 
de la manera más desaprensiva,
por la mera inercia de ver
lo que hubiera que ver,
pero recuerdo que mi madre
estaba sentada al borde de la silla,
con una única esperanza del show:
que Favio cantara "Hoy corté una flor".

Después de cumplir ese deseo
el mundo podía acabarse
y ya habría valido la pena.

La canción la remitía
a una época feliz de su vida,
porque era la favorita de mi padre
y se había vuelto un símbolo
de los primeros años de matrimonio,
previos a mi nacimiento
y la ulterior disolución de esos días
que, con el tiempo y la muerte,
se develaron acaso más brillantes
de lo que realmente fueron

Desde que tengo memoria 
he escuchado a Leonardo Favio
y su recuerdo tiene un espesor relevante,
que excede los lindes 
de la mera experiencia musical.

Sus canciones me devuelven un mundo doble,
como todas las canciones que escucho
por puro gusto y que alguna vez
pertenecieron a mi prehistoria.

Eso me sucede también
con Pérez Prado, por ejemplo,
o con Leo Dan: esa extraña
sensación de placer opaco
que dan las audiciones preferidas
cuando en ellas se entremezclan
la nostalgia propiamente tal
y la nostalgia de un tiempo ajeno
pero ligado a nuestra vida.

Por otro lado, la voz de Favio
dramatizó la cursilería cínica del bolero
y actualizó las tristezas teatrales del tango
inventando esa cosa llamada balada romántica
que ahora nadie sabe muy bien qué significa,
pero que resume cierta época
en que la ingenuidad amorosa
de la adolescencia podía perfectamente
crispar espinazos adultos
y mantener viva esa manera inocente
de imaginar las relaciones humanas.

El tópico del amor de verano
o del desamor desgarrado del hombre
sólo alcanzaron su cúspide con Favio,
que les dio una impensada jerarquía,
un peso que no cabía esperar
de lo banal y pasajero.

En las antípodas de las chucherías
de Palito Ortega y del humor
en ocasiones festivo de Leo Dan,
la sencillez de Favio es engañosa
y, cuando se muestra superficial,
en realidad pareciera estar 
tratando de tocar un nervio
en lo más profundo de los recuerdos.

Piénsese nada más en esa canción
que le gustaba a mi padre,
la parte en que dice:
"Nos iremos charlando por las calles vacías,
Y nos iremos besando por las calles vacías
Y sabrán que te quiero esas calles vacías".

Ahora que ha muerto Leonardo Favio
estamos un poco más solos, es cierto,
pero esas calles vacías no se han borrado:
por el contrario, son cada vez más 
nítidas e interiores. Ya nada las puede disolver

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