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Del balcón se vino abajo a Todo por ganar (Dos columnas)‏


  • Columnas de Jorge Correa y Marcela Cubillos


Del balcón al sótano
Jorge Correa Sutil
Diario El Mercurio, Sábado 03 de Noviembre de 2012


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Las cifras del domingo, particularmente las registradas en Providencia, muestran de manera elocuente que una buena gestión, ni siquiera a nivel local, no es suficiente para ganar en política. Labbé, una vez derrotado, declaró creer que le había faltado comunicación, pero cuando se comunicó dejó de manifiesto por qué había perdido.
El equívoco no lo padece sólo el alcalde de Providencia. Buena parte de la derecha, y desde luego este gobierno, parecen creer que la política consiste en gestionar con pulcritud y comunicar con elocuencia. El gobierno de los gestores 24/7 no logró entusiasmar a nadie. La entrada de los ministros políticos le evitó por un rato las críticas partidarias, pero no lo dotó de proyectos. Sin ellos, un gobierno gestiona minucias y su comunicación carece de toda fuerza.
Los resultados electorales del domingo probaron que la política consiste en algo más que gestionar y comunicar; que una coalición, particularmente si es gobernante, se construye en torno a proyectos nacionales, se sostiene en base a crear un clima de opinión favorable a ellos y se refuerza a sí misma cuando, de tanto empujar sus sueños y negociar los proyectos que los encarnan, llega a transformarlos en obras.
Eso es lo que, por largos años, entendió la Concertación y sus gobiernos. Si en ellos hubo la llamada "democracia de los acuerdos" es porque antes esa coalición fue capaz de ordenarse en torno a proyectos. Esos son los que se le fueron desdibujando o haciendo contradictorios, hasta que fue desalojada de La Moneda. Son los proyectos los que no ha logrado cuajar la derecha que ahora gobierna.
La carencia de proyectos movilizadores suficientes, la falta en definitiva de sensibilidad política es lo que, a mi juicio, explica que, por primera vez en 70 años, una coalición que conquista La Moneda baje su votación en la elección inmediatamente siguiente. Eso es lo que tiene a la derecha por debajo del 33% (elección de concejales); esa cifra clave de las parlamentarias, que podría llevar a la oposición, si es que se une, al doblaje en muchos distritos.
Por cierto que ese 33% se explica fuertemente por la abstención. Pero eso reafirma la tesis. El voto voluntario, cualquiera sea la opinión que nos merezca, llegó para quedarse y mostró hasta qué punto la (in)capacidad de generar alguna cuota de entusiasmo será decisiva en la política chilena. El ciudadano descubrió un modo tan leve como letal de castigar a aquellos que, coincidiendo mejor con sus ideas, no exhiben un ethos , una conducta y un proyecto capaz de entusiasmarlo. Al soberano ahora hay que pedirle el voto y para que se disponga a votar, ya no basta demostrarle, con la foto de algún acompañante, que se pertenece al lote de sus ideas. Ahora, además, hay que convencerlo de que vale la pena levantarse a votar por aquellos de su tendencia. Las razones y/o las emociones deben serle suficientes al ciudadano, ahora libre de quedarse en su casa, para hacer el esfuerzo, que no consiste tanto en acudir a las urnas, como en realizar un acto de confianza.
La Concertación, por su parte, tiene una candidata y un ethos , pero carece aún de un proyecto de gobierno. A menos que le entren aires triunfalistas, ello debiera alcanzarle para ganar la próxima presidencial, especialmente si la derecha insiste en una candidatura carente de sustancia. Sin embargo, si la Concertación no construye un proyecto o si insiste en proyectos irrealizables, como lo es el de la asamblea constituyente, este persistente dinosaurio de la política chilena también va a experimentar en carne propia, y tal vez con efectos mortales, el mismo castigo que hoy padece la derecha: el frío sótano de la indiferencia de los suyos.

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