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Violencia y enfermedad mental



Dr. Otto Dörr 
Academia de Medicina



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Los macabros crímenes de Lolol representan un caso extremo de una serie de hechos violentos protagonizados por enfermos mentales. Poco antes una actriz fue atacada brutalmente por un hermano que venía de ser dado de alta de un establecimiento psiquiátrico. Y el mes anterior, la Dra. Olga Fadol, colega uruguaya que trabaja en el Hospital Psiquiátrico, fue agredida por un paciente que le fracturó el cráneo.
No mucho tiempo atrás un sacerdote fue acuchillado al interior de la Catedral por otro enfermo. En el hospital mencionado han ocurrido ya 18 hechos de agresión a funcionarios en lo que va del año. Esto en cuanto a casos que se encontraban bajo algún tipo de tratamiento.
A ello habría que sumarle innumerables crímenes y hechos violentos que con alta probabilidad han sido cometidos también por enfermos psiquiátricos. Pensemos en las Medeas (mujeres que asesinan a sus hijos para vengarse del marido que las abandonó), en los suicidios "altruistas" (personas que, en su delirio, matan a la esposa o a los hijos, para "librarlos" de los males de este mundo) y en muchos otros crímenes que tienen en común su carácter bizarro e incomprensible, como el ocurrido en Lolol.
La reciente y espantosa matanza en Denver fue también provocada, probablemente, por una persona con sus facultades mentales perturbadas.
¿Quiere decir esto que los enfermos mentales son más violentos y asesinos que los supuestamente normales? Hasta los 60 los estudios mostraban que no había diferencias significativas entre ambos grupos. En estudios recientes sí aparecen, pero siempre que concurran dos circunstancias: un episodio psicótico agudo, lo que duplica la posibilidad de conducta violenta, o si se agrega a la enfermedad el consumo de drogas, y en ese caso el aumento es de cinco veces con respecto a la población general.
¿Cómo se explica entonces que en nuestro país se observe esta acumulación de hechos de sangre a manos de pacientes psiquiátricos? Sólo veo tres posibles razones para ello:
Primero, la insuficiencia de las políticas de salud mental en el país: La reforma psiquiátrica que se iniciara en Italia a fines de los 60 y se extendiera luego por todo el mundo occidental no se limitó en Europa al cierre de esos grandes hospitales herederos de establecimientos semi-carcelarios creados durante la Ilustración, con el objeto de "proteger" a la sociedad de la sinrazón. No. Ella implicaba también la implementación de una serie de instituciones intermedias, como hospitales diurnos y nocturnos, unidades psiquiátricas en hospitales generales, hogares protegidos, centros de acogida y rehabilitación y, sobre todo, de la llamada "psiquiatría sectorizada". Esta consiste en que las ciudades se dividen en sectores de salud mental, cada uno de los cuales debe contar con todas las instituciones mencionadas, de manera que ningún enfermo quede sin tratamiento.
A lo anterior habría que agregar el significativo aumento de las camas forenses. En Chile, en cambio, se han disminuido las camas en los establecimientos psiquiátricos, pero no se han creado las instituciones intermedias en la proporción correspondiente.
Segundo, el factor droga. Vimos que el consumo de marihuana y cocaína aumenta dramáticamente las conductas violentas en los enfermos mentales. En el país han venido creciendo las tasas de consumo, hasta ubicarnos, al menos en lo que a la marihuana se refiere, entre los países del mundo con mayor abuso de esta sustancia. Además, los enfermos mentales son más sensibles al consumo, porque la droga puede desencadenar una psicosis allí donde sólo había vulnerabilidad y provocar también fuertes recaídas en pacientes ya compensados con los psicofármacos. El caso del asesino de Lolol es un claro ejemplo de esta vinculación entre enfermedad mental, consumo de drogas y violencia.
Tercero, el tipo de sociedad que hemos creado: la sociedad posmoderna ha olvidado progresivamente la dimensión religiosa y vive embriagada por el consumo, en un mero presente desarraigado de la tradición y sin apertura hacia un futuro trascendente que pueda darle sentido a la existencia. El motor no es la solidaridad, sino la competencia. En este mundo los enfermos mentales no tienen lugar, como sí lo tuvieron en la Antigüedad, en la Edad Media y hasta el siglo XVIII, mientras en los siglos XIX y parte del XX estuvieron encerrados. Hoy están libres, pero en Chile, por lo menos, no reciben el cuidado suficiente. La sociedad debe hacerse responsable del tratamiento y la protección de estas personas, quienes, junto a los niños y ancianos, son los más indefensos. Su violencia no es sino la reacción ante un mundo que perciben hostil. Ahora bien, esa violencia normalmente no llega a manifestarse, porque es transformada en autismo o en delirios compensatorios, mecanismos de sublimación que no funcionan cuando hay droga de por medio.
Habría que agregar, por último, que las enfermedades mentales no son meras "fallas" o "defectos" de algún órgano o función, como en el caso de las enfermedades del cuerpo. Ellas representan una posibilidad humana presente en nuestra especie desde sus inicios y, como tal, es digna de respeto y en algunos casos, de admiración. Muchos hombres extraordinarios a lo largo de la historia han sido enfermos mentales.
Esta vinculación ya fue descrita por Aristóteles en el Libro XXX de su obra "Problemata" y demostrada en los últimos años por estudios tanto genéticos como biográficos. Hölderlin, Lord Byron, Schumann y Nietzsche son sólo algunos ejemplos de esta larga lista de genios que han transformado la locura en obras imperecederas.

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