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La violencia estimulada



por Gonzalo Rojas Sánchez
Diario El Mercurio, Miércoles 18 de Julio de 2012 
http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2012/07/18/violencia-explicable.asp

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Una profesora es brutalmente asesinada por un comerciante en Lolol; una pandilla da muerte a varios espectadores durante un partido de fútbol poblacional en los altos de Viña del Mar; un hincha es encontrado muerto a la salida de otro partido, esta vez, profesional: se presume un ajuste de cuentas entre grupos rivales.
En pocos días, estos dramas. Y en el trasfondo reciente están muy presentes la paliza mortal que le propina a un joven homosexual un conjunto de delincuentes que se hacen llamar neonazis, y la destrucción urbana que causan otros grupos de criminales que se autodenominan estudiantes; y las decenas de bombazos de unos antisociales que se hacen llamar anarquistas.
¿Espontánea y purulenta secreción de una herida abierta en la naturaleza humana? No solamente. Detrás de los actos de violencia ha habido mucha apología, mucho incentivo. Máscaras, las llamó Jorge Millas ya en 1978, cuando denunció la fraseología de Sartre y de Nietzsche, de Fanon y de Marcuse, de Sorel y de Mussolini. Y antes, de modo muy constante, la habían predicado los nacis chilenos, y también el PS en sus congresos de Linares y Chillán, y, por cierto, el MIR desde sus primeros días...
Bueno, cuento antiguo, problemas de otras generaciones, dirán los que siempre miran la historia desde el limbo. Desgraciadamente no es así: los estímulos directos a la violencia siguen muy presentes en la sociedad chilena de los últimos años. Están en los muros de la ciudad en los que se leen encantadoras recomendaciones como "Mata a tu rector" o "Muerte al cerdo capitalista" o "La única Iglesia que ilumina es la que arde".
Han estado en la prensa también. Su presencia más notable fue la entrevista concedida por aquel popular animador de radio y director cinematográfico, quien afirmó: "Yo sería partidario de ir y quemar la catedral, hueón, con todos los curas adentro". Pero su amable sugerencia no le trajo consecuencia legal alguna, ni a él ni al medio que la publicó.
En este contexto, tiene mayor importancia aún la discusión actual sobre el papel de las religiones en las sociedades contemporáneas.
Mucho antes que Vargas Llosa, ya en 1994, el también agnóstico Octavio Paz había clamado en "Itinerario": "En las sociedades democráticas modernas, los antiguos absolutos, religiosos o filosóficos han desaparecido o se han retirado a la vida privada; el resultado ha sido el vacío... que ha hecho de muchos de nuestros contemporáneos seres huecos y literalmente desalmados".
Parece que ambos Nobel han entrevisto algo que no resulta tan difícil de comprender: la así llamada ética laica, sea cual sea su fundamento filosófico, remite a normas de control fácilmente sobrepasables. O es la ley, a la que es sencillo burlar, o es la conciencia, a la que es posible deformar. Predicada la autonomía absoluta, exigida la sumisión de las personas sólo a una legislación que se hace cada día menos exigente, no se ve cómo podría pedírseles a los ciudadanos que eviten efusiones de violencia que su propia individualidad autónoma parece exigirles. Y que otros, además, les predican.
Por su parte, la ética vinculada a las religiones propone máximos. Incluso suponiendo por un instante que Dios no existiera, que los preceptos morales del judaísmo y del cristianismo fueran inventos humanos, bastante exigentes son y, además, encargan su control a las iglesias y al mismo Dios. No es poco freno.
Quizás por eso mismo las éticas laicas exigen -y usan también la ley para conseguirlo- que las religiones se retiren más y más de la esfera pública. Pero "a medida que la virtud se debilita, crece el río de la sangre", afirmó el mismo Paz.
¿Cuál ética puede evitar que siga debilitándose la virtud?

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