El horizonte es como la belleza.
Es una belleza que se instala
en el ojo del que lo contempla.
Es una frontera virtual
que nos sirve para caminar
siguiendo el vértigo
de remover dicho contorno
para saber qué hay más allá.
un largo y delgado madero,
que flota a orillas del cielo
como las barcas
que describía Huidobro.
El horizonte es la delgada línea
que separa el celeste del azul profundo.
El horizonte es una manifestación
de que la Tierra es redonda,
que las fronteras no existen
y que de persistir en perseguirlo
terminaremos en el punto de partida
aunque absolutamente cambiados.
El horizonte marino
es lo que separa
esa inmensa carpa
en la que todos cabemos
con ese otro trozo de cielo salado.
El horizonte es el borde
de la alfombra mágica
desde donde salimos
disparados hacia las estrellas.
El horizonte, a ojos cerrados,
es la línea de los sueños
en el que pestañea gana.
El horizonte
es esa línea escurridiza
con que pretendemos
engañar al tiempo
antes que la noche
nos haga desaparecer a ambos.
Estamos parados
-o más bien tendidos-
sobre múltiples horizontes.
El vértigo se produce
cuando levantamos la vista
y contemplamos un nuevo horizonte
desde la perspectiva que nos confiere
nuestra condición de mascarones de proa
adheridos a este navío planetario.
El horizonte es un polizonte
que cuando aborda los barcos
en la frontera del cielo,
se encarga de hacerlos desaparecer.
El horizonte se corre por la tangente.
El horizonte es un espejismo.
El horizonte es uno mismo.
El horizonte no es nadie.
El horizonte eres tú.
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