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La piedra en el zapato por Carlos Peña



Diario El Mercurio, Domingo 08 de Julio de 2012
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Carlos Larraín se ha convertido en un escollo para el gobierno de Sebastián Piñera. El hombre no tiene la talla de un gran político, pero molesta como si lo fuera.
Era perfectamente predecible.
Y es que Sebastián Piñera y Carlos Larraín representan dos maneras de ser de derecha. Uno plutócrata, el otro aristócrata; uno centrado en el dinero, el otro en la tradición; uno católico de guitarreo, el otro de incienso; uno forjado en los ochenta, la época de las tarjetas de crédito y los caracoles, el otro en tiempos inmemoriales, cuando la clase era asunto de nacimiento; uno provisto de un instinto de acumulación, el otro de espíritu dispendioso; uno con tío obispo, el otro con capilla propia; uno con tics que acusan el deseo de reconocimiento, el otro con la naturalidad de quien ha transitado todos los salones.
No pueden ser más distintos.
Lo más probable es que, a pesar de haberlo apoyado, con la esperanza, sin duda, de influir en él, Carlos Larraín hoy día mire más bien con distancia y con un leve desprecio al gobierno de Piñera. Acostumbrado a mandar -sea con la fuerza de su pura voluntad o con el poder del dinero, como lo hizo en las campañas del partido-, descubrió de pronto que Piñera le era indócil, que el dinero no le seducía, pues le sobra, y que frente al Presidente de la República -eso es Piñera, después de todo- su voluntad languidece.
Alguna vez se ha dicho que el gran problema de la derecha es la proliferación de las personalidades. Parece probarlo su historia en el siglo XX. Cuando accedió al poder no a las patadas, sino mediante los votos, lo hizo abrazado a una personalidad, Jorge Alessandri, que terminó ahogándola al extremo de casi hacerla desaparecer. El transcurso del gobierno de Piñera parece probar lo mismo -el peso de las personalidades-, puesto que a eso parece reducirse esta sorda enemistad que, con dichos sesenteros y en desuso, Carlos Larraín deja traslucir.
Quizá en esa sorda distancia -que no es propiamente ideológica, y convendría llamar más bien sociológica- radique el empeño de Carlos Larraín por llegar a un acuerdo con Ignacio Walker para instaurar el semipresidencialismo y reformar el sistema electoral. De las dos cosas, lo que más interesa a Larraín es lo primero (transitar a un régimen semipresidencial), y la explicación salta a la vista: ese tipo de régimen asegura que en un triunfo de la centroizquierda, algo que Larraín parece avizorar, la Decé, con su papel moderador, especialmente en cuestiones de moralidad, tenga un lugar. En su acercamiento a la Decé no sólo hay cuestiones de clase -ese habitus que comparte con Walker-, sino también ideológicas. El suave conservantismo democratacristiano le parece más confiable que el liberalismo que a veces se anida en su propia tienda.
Y es que el mundo según Larraín se divide entre conservadores y liberales, entre quienes saben qué bienes y valores hay que defender y quienes, por su parte, están -a pretexto de la tolerancia, piensa él- dispuestos a cederlo todo. Los partidos y los partidarios están más lejos o más cerca de él según de qué lado de esa línea única, que clasifica la totalidad de lo que existe, se encuentren.
A su lado la UDI, con toda su historia pesada y brumosa, parece dotada de un comportamiento ágil e ideas claras, capaz de saber, de un vistazo, cómo sortear las dificultades de la época. En eso la UDI cuenta con la ventaja que representa haber contado con Jaime Guzmán como mentor. Él supo, sin abandonar nunca lo fundamental de lo que creía, pasar del corporativismo al individualismo mercantil y de la democracia a la dictadura sin problema alguno. Esa plasticidad debió corresponderle a Renovación Nacional, que si la hubiera cultivado se habría convertido en el partido fundamental del gobierno de Piñera.
Pero -ya se sabe- la política no es inmune a las personalidades. Y a Renovación Nacional le tocó la personalidad de Carlos Larraín.
Un sujeto que decidió representar su clase y su tradición con tal firmeza, que nunca ha podido escapar de sus limitaciones.

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