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Dios en partículas por Joaquín García Huidobro



Diario El Mercurio, Domingo 08 de Julio de 2012


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Los nombres son importantes. Si el bosón de Higgs se hubiese llamado la "partícula ABEGHHK'tH" [por los científicos involucrados en su predicción: Anderson,  Brout, Englert, Guralnik, Hagen, Higgs, Kibble & 'tHooft (el primero y el último son premios Nobel ya)], como la denomina el profesor Higgs, el gran público no habría entendido la euforia de los científicos ni le habría prestado mayor atención. Pero le pusieron la "partícula de Dios", el mundo entero se interesó por el tema, y todos nos unimos a la alegría de esos investigadores, aunque no entendamos mucho de qué se trata.
Se ve que Dios sigue siendo un buen gancho, incluso en una sociedad secularizada. Así, mientras algunos políticos e intelectuales evitan cuidadosamente la palabra "Dios", la literatura de divulgación científica la emplea para nombrar a uno de los descubrimientos más importantes de las últimas décadas, tan importante que algunos científicos muestran preocupación porque piensan que ya no les quedará nada por investigar.
No es fácil que se les acabe el trabajo. La tendencia general de la ciencia ha sido siempre la contraria: a medida que avanza, acrecienta el trabajo de los científicos. Como explicaba J. M. Petit, cuanto más entendemos algo a través de la ciencia, mejor comprobamos que su complejidad es infinitamente mayor de lo que esperábamos. Así, materias que hace medio siglo ocupaban una hora de clase, hoy han pasado a desarrollarse como disciplinas autónomas. Y cabe pensar que una complejidad infinita exige una Inteligencia infinita capaz de dar cuenta de ella.
¿Llegará un momento en que los físicos, los astrónomos y los matemáticos puedan resolver el problema de Dios? Afirmar eso sería una ingenuidad. Como dice Spaemann, el proyector está, por definición, fuera de la película. Ella puede darnos pistas en cuanto a pensar que el proyector existe, pero no lo encontraremos deteniéndonos en los primeros segundos o milésimas de segundo de la proyección. El proyector, en este caso Dios, está en otro plano.
Por eso, cuando algunos físicos afirman que pueden explicar el mundo sin Dios, están diciendo algo verdadero (siempre que agreguen: "desde el punto de vista astrofísico"). Pero eso no es ninguna novedad, pues lo han dicho innumerables filósofos: Dios no se prueba ni en laboratorios ni en observatorios espaciales.
Si alguien dijera que el hallazgo del bosón de Higgs confirma la existencia de Dios, habría que mirarlo con el más completo escepticismo. Otro tanto deberíamos hacer ante quien pretendiera que los descubrimientos de esta semana permiten acreditar que Dios no existe. A uno y otro habría que explicarles que están confundiendo regiones diferentes del pensamiento y la realidad. Cada método permite conocer una determinada dimensión de lo real, y como Dios no puede ser registrado por la experiencia sensible los métodos que se basan en ella son incapaces de pronunciarse sobre la existencia divina.
En todo caso, aunque no responda la pregunta sobre Dios, esta maravillosa investigación sobre los primeros momentos del universo y la constitución de la materia es muy importante, tan importante que los europeos han gastado en ella el equivalente a 9 mil millones de dólares y continúan apoyándola aun en medio de la crisis.
Cuando decimos "importante" no estamos afirmando que sea importante "para algo", como si gracias a ella se pudieran descubrir, por ejemplo, ciertas técnicas útiles para la industria. Probablemente sucederá un día con el software y los instrumentos empleados en este trabajo, pero acaecerá de manera indirecta, porque no es lo que se está buscando. Lo que se pretende es simplemente saber. Esa investigación es importante en sentido absoluto.
El valor de la astronomía, como el del arte o la filosofía, no depende de su aptitud para producir ciertos resultados. Estas son actividades que valen por sí mismas. Su nobleza reside precisamente en su inutilidad.
En una cultura tecnocrática, como la nuestra, se nos ha enseñado que lo importante es lo útil. La verdad es la contraria: las realidades verdaderamente importantes no son instrumentales. Su valor no depende de su eficacia. ¿O alguien piensa, por ejemplo, que el amor es importante porque fomenta la industria del perfume?
Esos científicos que celebran alborozados la confirmación empírica del bosón de Higgs son unos románticos incurables, unos idealistas que nos muestran que no todo en la vida está marcado por la utilidad. La lección que nos han dado no es sólo de astronomía.

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