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Concienca de fragilidad internacional‏



Una palabra para Chile
por Joaquín Fermandois 
Diario El Mercurio, Martes 10 de Julio de 2012 



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Chile ha vivido desde el siglo XIX con la conciencia de fragilidad internacional. Existen dos fuentes de esta sensación. Una, más general: vivimos en un continente de inestabilidad política, y ello, como último reflejo se revela cuando lo conversado un día no es válido al día siguiente; se comienza siempre de nuevo en infecundo retorno al origen.
Luego, la estructuración de las fronteras del siglo XIX y las consecuencias de la Guerra del Pacífico -dos caras de un mismo proceso- nos han dejado con relaciones vecinales en que la delicadeza y los sentimientos a flor de piel asoman reiteradamente, y nosotros nos movemos entre el fastidio y la incomprensión. Por eso, y no sólo por "residir en un barrio", es que las relaciones con los países latinoamericanos tienen prioridad en nuestra política exterior. Esto, sin embargo, no puede consistir en un puro seguir la corriente, ya que en último término ésta nos arrastraría.
En estas últimas semanas Chile logró capear algunas tormentas gracias a la destreza en la acción. Con todo, falta desarrollar en el Gobierno -no sólo en la Cancillería, y ojalá en una parte consistente del público interesado- una defensa provista de ideas acerca del "camino chileno", aunque difiera de las voces más altisonantes que se dejan escuchar, en la tradición de vaudeville que ha caracterizado a una parte de la política latinoamericana.
En el caso de Paraguay, Chile actuó con serenidad. Allí ocurrió un drástico cambio legal y constitucional, siguiendo la letra, pero contra el espíritu de la Constitución tal como se lo entiende en una sociedad abierta. Es decir, fue una suerte de "golpe blando", con apresuramiento sólo justificable en la más extrema de las situaciones (como demencia evidente del Jefe de Estado). Chile "llamó a consultas" -no se "retiró"- al embajador en Asunción; se sumó a la condena regional, pero ayudó a evitar sanciones económicas obligatorias (¡qué hipocresía continental, cuando se pide a voz en cuello el fin del "bloqueo" a Cuba!), y hacemos vista gorda a otros procesos de igual calibre. Es difícil mantenerse en la cuerda floja, pero en general es la norma de la política exterior de un país civilizado: debe competir entre fuerzas contradictorias y efectuar un compromiso entre valores e intereses. No hay escapatoria a diseñar filigranas. Que no se olvide que en 2002 La Moneda alcanzó a dar su asentimiento al golpe contra Chávez, antes que éste consiguiera ser restaurado en el poder.
Andrés Oppenheimer ha enumerado estas inconsistencias en las decisiones de Unasur y Mercosur. Hay que añadir otra, que tiene que ver con la eterna crisis de nuestro continente. El derrocamiento de un Presidente es un golpe; la autoperpetuación de un Presidente es un golpe también. Chávez surgió de dos golpes de Estado y se mantiene por una técnica de movilización y de polarización inducida (la conocemos los chilenos). Se parece al vivir jugando con un "golpe de Estado cotidiano". Rafael Correa y Evo Morales han efectuado lo mismo; Cristina (y "él"), más atrás y con otra historia, es copia a distancia; y Fernando Lugo también. Un líder de una democracia no suprime ni alienta las movilizaciones, las encauza.
Chile tiene un interés particular, ya que se nos haría intolerable (supongamos) resistir cercados por este tipo de sistemas en toda la región. Nuestra relación con América Latina debe asumir una palabra que sin perder de vista constreñimientos que nos legó la historia, pueda expresar verdades que den sentido a la acción y alimenten nuestros intereses estratégicos. El principal de éstos: que la razón se mantenga a flote en el continente.

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