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El odio nada bueno engendra, sólo el amor es fecundo...‏



¿De qué color es la sombra del odio 
en que tantos han sido educados 
y de la cual tanta patología social se nutre? 
por Sergio Melnick
Diario La Segunda, Jueves 14 de Junio de 2012

El odio es una enfermedad psíquica personal, a veces social. Tanto el odio como la pobreza son desafíos que, cuando no se resuelven, terminan rompiendo las sociedades en que anidan. Los movimientos espirituales y religiosos normalmente trabajan contra él, pero nunca han logrado erradicarlo. Es más: a veces ellos mismos se han contagiado, como cuando, en nombre de la fe, se mata y se hacen atentados. La reflexión sobre la naturaleza humana resulta entonces perentoria. No está claro si el ser humano es lobo u oveja. Parece que ambos. Entonces, ¿quién gana al final? Aquel que mejor alimentamos.
Por la propia naturaleza del odio, siempre se manifiesta en diversas formas de violencia. El odio engendra odio, la violencia engendra violencia, las palabras sacan palabras. Por cierto, el amor engendra amor, la tolerancia engendra tolerancia y el respeto engendra respeto. Ahí está la clave. Pero, ¿quién da el primer paso?
Las guerras son normalmente producto del odio o, si no lo son, lo engendran a todo evento en su curso. Por eso, son terribles y siempre llenas de injusticias.
Entonces, ¿de qué color es la sombra del odio? Del color de quien la mira; el odio no tiene un solo color. Es una emoción humana bastante común, nefasta tanto para quien odia como para el odiado. Como dice Coelho, hasta las prostitutas nacen vírgenes: nadie nace odiando; es algo que nos acontece en lo personal, por circunstancias en la vida, o que, en lo social, es aprendido o transmitido. Casi todos han sentido esa terrible emoción de una u otra forma. La mayoría logra tomar consciencia y controlarlo, sabiendo que nada engendrado por el odio es finalmente bueno.
El odio es una forma enferma de lo que se llama “inflación del ego”. Es poner todo el mal en el otro lado. Tanto mal se ve en el otro, o lo otro, que “merece” ser odiado. Y tanto “bien” se ve en la propia mirada, que se siente el derecho y hasta la obligación de eliminar ese mal en el otro. Lo curioso es que la mirada es exactamente igual en ambos lados. Entonces, ambos extremos que se odian están necesariamente equivocados desde la perspectiva de la sociedad. Pero la solución ya no es fácil. Por eso ocurren las atrocidades.
Chile vivió un episodio terrible de explosión de odio al final del siglo 19 y también en los 70. En ambos casos llegamos a guerras, cada cual a su manera. En los 70, nuestra clase política fracasó en llegar a una solución pacífica e institucional. Por cierto, yo tengo una opinión sobre quién fue más responsable, y eso es totalmente real en mi propia realidad psíquica. Al otro bando le pasa exactamente igual. Pero ésas son representaciones de nuestra mente, no la “realidad”. Es sólo “nuestra” realidad, como nos diría Maturana.
El domingo vimos manifestaciones muy fuertes de ese odio en las calles. Un odio que necesariamente ha sido cultivado, o enseñado, ya que quienes ejercían la violencia eran muy jóvenes y no tuvieron las vivencias de lo que pasó. Se les ha transmitido una historia odiosa. Se les ha educado en el odio. Lo que vimos debe ser una advertencia. El odio es una enfermedad extremadamente dañina para la sociedad. Quienes tienen la responsabilidad de luchar públicamente contra él son nuestros líderes, nuestra clase política, nuestros dirigentes empresariales, las autoridades morales e intelectuales. Y las personas también tenemos nuestras propias tareas.
En Chile hay odio en los estadios, en algunos líderes estudiantiles, en políticos trasnochados, en movimientos extremistas, en obsesionados por el pasado, en personas e ideas racistas, en diferentes formas de intolerancia, en posiciones homofóbicas. Es claro que en mucho tiempo, quizás jamás, nos pondremos de acuerdo sobre la historia del73. A pesar de ello, debemos ser capaces de ponernos de acuerdo en el futuro. Si no, el odio va a volver a emerger, como el domingo, escalará y terminaremos en lo que nadie quiere, que ya conocemos, donde cualquier bando puede llegar a la dictadura para someter al otro.
Este gobierno ha fomentado la unidad nacional y sus voceros han sido ponderados y cuidadosos con su oposición. Justo la antítesis de Vidal. Me parece entonces que, a iniciativa del Gobierno, con los ex presidentes, los presidentes de las cámaras, el presidente de la Corte Suprema, los presidentes de los partidos, líderes religiosos, quizás algunos premios nacionales, deben juntarse de emergencia y empezar a luchar formalmente contra el odio como una patología social, de la misma manera en que se lucha contra la pobreza. No deben tratar de llegar a una versión oficial del pasado ni a un proyecto de futuro, sino sólo a una manera conjunta de avanzar contra el odio. Es una inversión muy rentable.
El odio no se combate con más odio.

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