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Burbujas adulteradas



por Gustavo SantanderDiario El Mercurio, Martes 12 de Junio de 2012  
http://blogs.elmercurio.com/ya/2012/06/12/burbujas-adulteradas.asp

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Fernanda ha pasado más de una hora hablándome de la relación -agónica, me quedó claro al final de la noche- con su pololo. Me contó casi todo el proceso de enamoramiento -cómo se conocieron, cuándo decidieron irse a vivir juntos, las cosas que le habían gustado de él- para desembocar en las dudas, las rutinas, la amenaza de un quiebre. No sé en qué momento la conversación derivó en esta suerte de consultorio sentimental en el que quedé atrapado. Como en un partido de fútbol que prometía, la primera mitad del encuentro estuvo lleno de ilusión: rompimos el hielo rápidamente, hicimos bromas, coincidimos en varios temas. A ella le provocó tomar champaña y yo acompañé la sugerencia. No puedo negar que la elección de la bebida me ilusionó con una noche apasionada, pero esta vez las burbujas parecieron llegar cargadas de melancolía en lugar de libido, y en la medida en que las copas se vaciaban, Fernanda dio rienda suelta a su desilusión y yo me convertí en la oreja perfecta para su desahogo. Como si se tratara de una clase sobre el Imperio Romano, la historia de amor de Fernanda había vivido sus años de auge y ahora se enfrentaba a la dolorosa caída. Y como todo gran emperador, ella no estaba consciente de que estaba viviendo sus invasiones bárbaras -parecía obvio que el pololo tenía a alguien más- y que se acercaban los últimos días de su reinado. Había una carga emocional tan grande en sus reclamos, que en un momento -mientras la escuchaba con cara de estar profundamente interesado en cada detalle de lo que contaba- llegué a preguntarme, imaginando que ella era así todo el tiempo, cómo este pobre hombre había durado tanto tiempo sin tirar la toalla.
Quién sabe por qué se desnudó conmigo -sólo metafóricamente hablando, para mi desgracia- y se soltó a contarme decenas de detalles de su relación. Puede haber sido que la champaña se deslizó por un mal estado de ánimo e hizo de las suyas, o quizás fui solo un hombro cómplice y desconocido, como cuando llegamos a la barra de un bar y -como si se tratara del diván de un psicoanalista- le largamos al barman nuestras propias y lacrimógenas historias fallidas, con lujo de detalles y declaración de principios incluida, para luego salir de ahí más ligeros, más fuertes, más superados y, por supuesto, más ebrios.
Pero como no estaba en mis planes huir porque las cosas no se dieron como las imaginaba, seguí escuchándola y ella siguió contándome. Al cabo de un rato, esa exacerbada carga de sentimentalismo fue menguando y Fernanda bajó la guardia, quedándose reflexiva en algunas partes de su monólogo. Supongo que el alcohol unido al relato le detonaron un cúmulo de recuerdos y esa suerte de bombardeo emocional la fue dejando en silencio.
"Yo creo que todo se va a arreglar" le dije, pensando justamente lo contrario, aunque incapaz de destruirle la ilusión: "¿Quieres un postre?", rematé cambiando diametralmente el tema. Ella asintió con la cabeza, sonriendo levemente. "¿Te tinca este de chocolate?" me dijo, sosteniendo su dedo índice sobre una descripción pretenciosa de algo que parecía muy dulce. "Lo que quieras", contesté. Más tarde, ya en el taxi de vuelta y con el ánimo más compuesto, nos burlamos de algunos programas de televisión, de los participantes de un reality y de una pobre chica pillada in fraganti por la cámara de seguridad de un edificio; quedamos en vernos un día de estos, como la falsa promesa de un político en campaña, y nos despedimos entusiasmados, sabiendo que no nos buscaríamos pronto.

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