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Alone y la crítica como género literario


HERNÁN DÍAZ ARRIETA Reedición oportuna


Ediciones de la Universidad Diego Portales reedita uno de los últimos libros que publicó el reconocido autor chileno en 1971: Crónica literaria francesa . Se trata de una selección de crónicas propias extraídas principalmente de "El Mercurio", sobre las letras que más apreciaba Alone y que llegaron a formar parte de su propia biografía. Hay también en este libro pistas suficientes para entender el verdadero sentido que tenía para él la crítica literaria. Adelantamos aquí el prólogo.  

por Daniel Swinburn

Diario El Mercurio, Revista de Libros,
Domingo 3 de Junio de 2012

Cuarenta años después de la publicación original de este libro -uno de los últimos de la prolífica producción de Alone-, es aquí reeditado y, con ello, se rescata del semiolvido a una de las figuras señeras de las letras chilenas durante el siglo veinte. Hernán Díaz Arrieta (1891-1984) fue sin duda el más influyente crítico literario de esa centuria, y sus columnas aparecidas durante más de medio siglo, entre 1921 y 1977, en muy diversos medios escritos, aunque de manera mayoritaria en el diario "El Mercurio", contribuyeron a formar el gusto literario de tres generaciones de lectores.
Reúne este libro al crítico con su literatura más querida y más leída a lo largo de su vida: las letras francesas. Un idioma, el francés, que, al ser sólo leído, quedaba para él libre de los contactos ordinarios y se transformaba en una "especie de lengua sagrada [...], ideal para el ensueño y la evasión", según dice en su introducción a este volumen. Se trata de una pasión que no se limitó únicamente a la literatura, sino que abarcó desde el principio el amplio abanico de las humanidades y las bellas artes relativas a la cultura francesa, extendiendo sus inquietudes a todos los ámbitos. Sus lecturas sobre Francia formaron su gusto estético de manera radical a lo largo de ochenta años, leyendo desde el duque de Saint-Simon hasta Françoise Sagan, de Balzac a Proust, de Gide a Camus, pero también a muchos otros autores que moldearon su juicio sobre la historia, su ideario político, sus tanteos filosóficos o su búsqueda de trascendencia.
Hay aquí una selección de "crónicas literarias", como las llama el propio Alone, de autores franceses publicadas entre 1946 y 1970, la mayoría de ellas aparecidas justamente en "El Mercurio", donde escribió desde 1939. Figuran además algunas crónicas sin datos precisos sobre su origen, pudiendo ser algunas de ellas inéditas al momento de publicarse en 1971, o bien rescatadas de otros medios escritos que el autor no indica. Están omitidos en esta selección algunos textos sobre autores franceses que Alone publicó en el diario La Nación, donde trabajó desde 1921 hasta su partida a "El Mercurio". Por ejemplo, los nueve extensos artículos que escribiera en 1928 sobre En busca del tiempo perdido , de Marcel Proust, donde desglosa de forma sistemática los atributos esenciales de una de las obras que más influyeron en su vida de lector y crítico. Ellos fueron rescatados en una publicación del año 2001 ( Para leer a Proust: la mirada de Alone , El Mercurio-Aguilar), pero otras crónicas francesas debieron quedarse olvidadas en ese diario y, por motivos que desconocemos, el autor no las contempló en este libro.
La crónica biográfica y autobiográfica
Dentro del amplio abanico que abarcó el trabajo de Alone en el periodismo literario, tuvo como objeto central, desde sus primeros pasos, el mundo de la creación novelística y de la poesía. Su aproximación desde la crítica estuvo influida por la tradición romántica iniciada, entre otros, por uno de sus autores favoritos -Sainte-Beuve- y profundizada en el siglo XIX por sus lecturas de Anatole France, Ernest Renan e Hippolyte Taine, entre otros. Una escuela que atribuye gran importancia a la biografía del autor y su contexto social en la valorización de la obra. Y esta selección de autores franceses que se publica es una muestra de su interés por la crónica biográfica, un género donde se mezclan comentarios de técnica narrativa y abundantes anécdotas sobre la vida del autor que ayudan a establecer el sentido último de su obra de creación. Para Alone, los libros biográficos sobre sus autores preferidos son tan relevantes en el análisis de un escritor como sus obras artísticas, y abundan ejemplos de ello en esta selección, como las numerosas crónicas que le dedica a la biografía monumental de George Painter sobre Marcel Proust, o la importancia que le asigna a los Diarios de André Gide, para entender su obra de ficción. Figuran, además, varias crónicas de biografías de André Maurois sobre autores de su gusto: Balzac, Victor Hugo, George Sand o los Dumas.
Una revisión del Diario íntimo de Alone -publicación póstuma, de 2001- nos permite conocer mejor los gustos que condicionaron su trabajo como escritor y cronista. En una entrada de 1947 se lee: "Ah, leer lo que uno quiere, disponer de lecturas, elegirlas y ordenarlas libremente: es como organizarse la felicidad. A mí me gustaría, por ejemplo, entre otras cosas, juntar una gran colección de memorias, diarios, confesiones y en general documentos íntimos, cartas privadas, etcétera, leerlas bien, compararlas, saborearlas y describirlas. Es uno de los géneros que hallo más agradables. Y crítica [...]. ¿Para qué más? Novela, cuento, poesía, sí, bien, pero lo otro, ah, lo reúne todo...".
Esta fascinación que tuvo siempre Alone por la literatura intimista, confesional, debió influir de manera decisiva en su forma de abordar la crítica literaria, pues siempre vio en este género un ejercicio personalísimo, donde le era imposible separar el objeto de estudio de su propia subjetividad. Recordando a otro de sus mentores, Anatole France, afirma en este libro que "ya se ha dicho que en este género lo que se encuentra es la historia personal del crítico [...]. Sabiéndolo o ignorándolo, todo el que explica una obra y comenta a un escritor lo corrobora. Así, los comentarios como las explicaciones son un pretexto para hablar de sí mismo a propósito de otros. El funesto 'yo' es un personaje inevitable".
Alone practicó la crítica también como un espacio autobiográfico, a un extremo que hoy se nos aparece como un anacronismo en el ejercicio del género. En su favor puede alegarse que fue absolutamente honesto al plantear los términos de esa manera, de tal forma que sus lectores no podían engañarse al respecto. Leyendo las crónicas de Alone conocemos de igual manera al escritor y al autor que lo describe. Sus crónicas son en cierta manera sus memorias, sus confesiones, las que nunca publicó en vida, por lo menos bajo esas formas. Podemos enterarnos de sus obsesiones sexuales, su gusto aristocratizante, sus dudas religiosas, su debilidad social por el "gran mundo", una mirada decadentista sobre su época, sus temores ideológicos. Hay en estas crónicas "francesas" más sobre su vida que en su libro Pretérito imperfecto (1976), supuestas memorias que sin embargo se leen como un conjunto de crónicas literarias sobre autores, en su mayoría chilenos, donde nuevamente se confunden la biografía y la autobiografía.
La crítica como género poético
Esta actitud muy personal frente al fenómeno literario lo llevó incluso más lejos, al plantear la crítica como un espacio creativo, con igual estatus y legitimidad que la novela o la poesía, ya que en todas estas formas se confundían, a su juicio, la libre expansión expresiva del yo. Se lee en este libro: "La crítica literaria ha sido, es y, hasta nueva orden, será un género poético, un arte, una manera que tienen los críticos de manifestar su personalidad y decir sus sentimientos a propósito de los autores, en vez de hacer como los poetas o los novelistas que se confiesan con el público a propósito de las personas o de los viajes que han visto o que han imaginado. Nada más".
Esta opinión tajante escrita a mediados del siglo pasado no debió causar tanto pudor, pues era relativamente admitido que la figura del principal cronista literario de un medio -escribiendo en una época de oro de la prensa escrita- fuera visto como un "autor", que no se limitaba solamente a explicar y valorar la literatura de otros, sino que le estaba permitido en cierto grado producir, él mismo, literatura. "Los autores que consideran la crítica un género subordinado a la 'obra de creación' deberían meditar", escribe Alone. A través de sus crónicas reconocemos su intención -poco disimulada- por generar con su oficio una "obra de creación", apelando, a través de los grandes autores que comenta, por un espacio en el parnaso. "El asunto de la creación novelesca y el de la creación en la crítica se juntan de tal modo que no cabe distinción entre ellos", escribe a propósito de André Gide -y su trabajo de crítico, memorialista y novelista-, profusamente estudiado en estas páginas.
Hay entre estas crónicas de literatura francesa numerosas otras citas que podrían servir para elaborar un verdadero manifiesto del crítico como un creador que lo asimila al artista, visión que desafía el sentido común contemporáneo que constriñe el oficio a una tarea más bien subsidiaria, profesionalizante, con pretensiones de objetividad científica y que es ejercida por una figura que está a medio camino entre el académico y el periodista hábil, moviéndose en un espacio medial cada vez más precario. No son pocos los escritores que en la actualidad miran con nostalgia la que juzgan como la gran época de la crítica literaria y de la cual Alone sería, para nuestro medio, su más fiel exponente. Una crítica que influía de manera determinante en la opinión pública, que generaba debate y, no pocas veces, alineamientos apasionados. Contra ese estilo, arbitrario y subjetivo, pero exitoso en su momento, habría arremetido la escolástica universitaria del posestructuralismo y otras escuelas con su pretensión obsesiva de objetivismo científico. Y, luego, la progresiva decadencia del periodismo literario en los periódicos provocada por la revolución tecnológica que ha ido arrinconando al género a espacios cada vez más marginales.
Su manifiesto artístico
Este libro recuerda algo de lo que fue ese pasado en contraste con el panorama actual de la crítica confinada a sobrevivir en diarios y blogs bajo la forma de una "reseña insustancial", como afirmara Mario Vargas Llosa. A través de estas crónicas leemos en cambio, con placer, un juicio estético -nunca definitivo, siempre en revisión-, una biografía, una historia de la literatura francesa, un copioso anecdotario social, confesiones, una manifestación del gusto en toda su arbitrariedad, un ejercicio de estilo, y sobre todo, un gran homenaje a la lectura y los lectores.
Nunca pudo Alone escribir la gran novela que siempre soñó. Su esfuerzo por alcanzar esa meta estuvo lleno de frustraciones y sólo pudo esbozar algo de lo que buscaba en una obra primeriza, La sombra inquieta . Desconfiaba de la imaginación ("no creo en las cosas que imagino"), no lograba construir la armazón de sus múltiples "anécdotas espléndidas" que coleccionaba en sus diarios. Su gran creación, a la postre, fueron sus crónicas literarias, un género que él concibió en un principio como un medio digno para ganarse la vida en el periodismo, pero que devino en su verdadera obra de creación, su manifiesto artístico.

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