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Todos los niños son unos genios lingüísticos‏



El lenguaje es una aptitud compleja y especializada,
que se desarrolla espontáneamente en el niño
sin esfuerzo consciente o instrucción formal.

Se organiza sin ninguna conciencia de su lógica subyacente,
es cualitativamente el mismo en todos los individuos
y se distingue claramente de otras aptitudes más generales
para procesar la información o comportarse de forma inteligente.

Un corolario es que la mayor parte de la complejidad del lenguaje
surge de la mente del niño, no de las escuelas o los libros de gramática.

Todo esto sugiere que el lenguaje se origina en una circuitería
destinada al mismo que ha evolucionado en el cerebro humano.

Surge entonces la cuestión de qué otros aspectos del intelecto humano
son instintos procedentes de circuitos neuronales especializados.

Soy un psicólogo experimental 
consagrado al estudio del lenguaje humano,
del que me interesan todos sus aspectos:  
cómo aprenden a hablar los niños,
cómo compone la gente los enunciados en su mente
y cómo los entiende en una conversación,
dónde se localiza el lenguaje en el cerebro
y cómo cambia a lo largo de la historia.

La gente tiene un conocimiento erróneo del lenguaje.

Los conceptos del lenguaje que impregnan el discurso público
-y que asumen tanto los humanistas como los científicos-
es que el lenguaje es un artefacto cultural
que fue inventado en cierto momento de la historia
y que los niños adquieren por imitación 
o instrucción explícita en las escuelas.

¿De dónde procede el lenguaje?

La universalidad es un primer paso
para establecer el carácter innato de un rasgo.

El descubrimiento a principios del siglo XX
de que todas las sociedades humanas sin excepción
poseían una gramática compleja
fue un acontecimiento notable e inesperado.

No hay nada parecido a un lenguaje de la Edad de Piedra.

A menudo encontraremos que una cultura de lo más primitivo
en lo material tiene un lenguaje fantásticamente sofisticado y complejo.

Igualmente, en el seno de una sociedad
la gramática compleja es universal.

No estamos hablando de la gramática normativa,
es decir no estamos hablando de la serie de convenciones
según un idioma o dialecto estándar escrito, algo que 
toda persona instruida en dicha lengua o dialecto debe dominar,
pero separado de la conversación ordinaria.

La gramática de la lengua vernácula,
en el sentido de las reglas inconscientes
que ligan las palabras para construir 
frases y enunciados coloquiales,
es mucho más sofisticada.

Si intentamos simplemente 
determinar qué clase de programación mental 
haría falta para generar el habla de una persona corriente, 
o un niño de cuatro años típico, encontraremos 
que siempre es extraordinariamente compleja 
y que tiene el mismo diseño general 
tanto dentro como entre sociedades. 

Todos los lenguajes hacen uso de cosas 
como nombres y verbos, sujetos y objetos, 
casos y concordancias, formas auxiliares 
y un vocabulario del orden de miles 
o decenas de miles de palabras.

La universalidad del lenguaje 
y la universalidad del diseño del lenguaje, 
esto es, los algoritmos mentales que subyacen 
tras la capacidad de hablar, 
son las dos primeras evidencias.  

La tercera corresponde al desarrollo del lenguaje en niños.  

El desarrollo del lenguaje procede 
de la misma forma en todas las culturas del mundo.  

Es notablemente rápido, 
como cualquier padre puede atestiguar.  

Los niños comienzan a balbucear 
dentro de su primer año de vida.  

Las primeras palabras aparecen hacia el año de edad.  

Las primeras combinaciones de palabras, 
aparecen hacia los dieciocho meses.  

Después, hacia los dos años de edad, 
hay una explosión de unos seis meses
-incluso menos en algunos niños- 
en que uno ve florecer virtualmente 
toda la gramática: oraciones subordinadas, 
pasivas, interrogaciones y construcciones 
tan complejas que los investigadores 
en inteligencia artificial no han sido capaces 
de reproducirlas en los computadores.  

En cambio los niños dominan estas construcciones 
antes de los tres años, y uno tiene la impresión 
de que en un momento dado 
ya puede conversar con su hijo, 
cuando hasta hace muy poco 
apenas pronunciaba más de dos palabras seguidas.

Lo que el niño ha hecho en este tiempo 
es resolver un problema informático sumamente difícil: 
diseñar un algoritmo que tome una muestra de oraciones 
con sus contextos: -digamos unas doscientas mil- 
extraída de cualquiera de ls cinco mil lenguas del planeta 
y, tras asimilarlas, producir una gramática para esa lengua, 
con independencia de la que sea.  

Esto es, si se introducen oraciones en japonés, 
que salga la gramática japonesa, 
y si se introducen oraciones en swahili, 
que salga la gramática swahili.

Este problema sobrepasa las capacidades 
de cualquiera de los sistemas de inteligencia artificial actuales. 
[Este artículo fue escrito hace poco más de quince años].

Los sistemas de procesamiento 
de lenguajes naturales disponibles 
ni siquiera consiguen asimilar una lengua concreta, 
mucho menos aprender cualquiera de ellas.  

Pero esto es lo que hace el niño en esos seis meses, 
a pesar de no recibir lecciones de gramática 
e incluso sin el refuerzo de los padres.  

Más aún, si examinamos 
con microscopio el habla infantil, 
a menudo veremos que se atiene 
a reglas universales que caracterizan 
las lenguas del planeta.  

Cuando el niño tiene que hacer uso 
de alguna construcción con la que 
no se ha enfrentado previamente, 
se observa que el niño a menudo 
acierta a la primera, 
como si dispusiera de todas las piezas 
y sólo tuviera que alinearlas.

Los niños tienen también 
una notable habilidad para evitar errores.  

Es cierto que nos «duelen las orejas» 
cuando oímos cosas como 
«yo sabo», «yo cabo» o «yo quero».  

Pero estos errores con verbos irregulares, 
no son comparables con la enorme cantidad 
de errores que cometería un computador, 
errores que serían conclusiones naturales 
de la lógica de la lengua de turno; 
en la mayoría de los casos 
los niños nunca cometen esa clase de errores, 
aunque el primero que un lógico, un criptógrafo 
o un programador de computadores esperaría.

El desarrollo del lenguaje no se rige 
por la capacidad comunicativa general.  

El niño no habla cada vez mejor 
para conseguir más galletas, 
o para ver más televisión, 
o para que lo dejen salir a jugar más a menudo.  

Muchos de los cambios 
que observamos en el desarrollo infantil 
simplemente hacen  que su habla 
se corresponda mejor con la gramática 
de la lengua que están adquiriendo.

A veces los errores que cometen 
corresponden, por ejemplo, 
a distinciones lógicas entre pasado y futuro, 
que la lengua no hace. 

Cuando los niños aprenden 
a corregir dicho «error», 
en cierta forma están perdiendo 
algo de su capacidad para comunicar ideas.  

Lo que ocurre en la mente del niño 
no es como escalar montañas 
donde cuanto más perfeccionada es la técnica 
más equipamiento se tiene que llevar a cuestas, 
sino un programa inconsciente 
que sincroniza el lenguaje del niño 
con el lenguaje de la comunidad.

Hay circunstancias exóticas 
donde se puede ver cómo los niños 
inyectan complejidad en el lenguaje.  

No se limitan a repetir 
o reproducir imperfectamente lo que oyen, 
sino que hacen más compleja la lengua que hablan.

La primera generación de niños expuestos 
a una cierta mescolanza de palabras 
ensartadas sin ninguna estructura gramatical 
-lo que sirve de lengua franca entre adultos 
de diferentes comunidades lingüísticas, 
convierten dicha mescolanza en una gramática sistemática. 

E incluso niños sordomudos expuestos 
a una versión defectuosa del lenguaje de los sordomudos, 
o porque simplemente no existe ningún lenguaje de signos previo, 
llegan a la escuela (como ocurrió en Nicaragua) y se les ve inventar delante de nuestros ojos, una lengua con una gramática sistemática.
  
Extracto de la contribución
«El lenguaje es un instinto humano»,
de Steven Pinker
publicado en La Tercera Cultura
-Más allá de la revolución científica
Editado por John Brockman
Tusquets Editores (Barcelona, 1996)
Metatemas 43 - Libros para pensar la Ciencia

1 comentario:

  1. Todos los niños son genios lingüísticos... y los adultos pasamos los primeros años de su vida intentando apagar esa genialidad.

    Los niños podrían aprender dos, tres, cuatro y más idiomas, al mismo tiempo, si les diéramos la oportunidad.

    También podrían aprender a leer, mucho antes de que sea tiempo de ir a la escuela.

    ¡Gracias por compartir! Coincido con las ideas!

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