Acostumbrados a vivir,
los viejos encuentran
que el tiempo pasa
cada vez más rápido.
Se les van las semanas,
los años, sin darse cuenta.
Simultáneamente, sin embargo,
les parece incomprensible
que en la actualidad
los menores que ellos
accedan tan pronto
a los papeles que
deberían estar reservados,
por su gravedad,
para ancianos.
No asocian nunca
la velocidad de su propio tiempo
con las posibilidades
de crecimiento de los jóvenes.
Comentan: se ven niños de once años
que se besan en las plazas públicas,
se lamen las mejillas unos a otros
como si ya hubiesen superado
las emociones que van
con tomarse de la mano
por primera vez.
Adolescentes de veinte años
que son nombrados ahora
ministros de Defensa
de países que no hacen la guerra.
Cualquier día le dan el Premio Nobel
a uno de quince que acaba de publicar
sus Obras Completas.
La aceleración de la experiencia de los días y los años
tiene mucho que ver con caminar cuesta abajo.
Es una rapidez involuntaria,
un síntoma de dejarse ir
abandonándose a la costumbre de vivir
sin poner nada de su parte.
Cuesta arriba nadie siente
que el tiempo pasa rápido
y que, cuando va cayendo
por su cuenta, alguien
lo empuja por la espalda.
Carla Cordua
Cabos sueltos
Editorial Sudamericana
Colección Señales
Random House Mondadori
(Buenos Aires, 2003)
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