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El Núcleo Estratégico de Gobierno



por Ascanio Cavallo

Publicado en Reportajes de La Tercera, 04 de agosto, 2012.
El libro La trastienda del poder no está dedicado a descubrir sorpresas (aunque contiene muchas), sino a subrayar que el extremo personalismo en la formación del Núcleo Estratégico de un gobierno, que hace que ninguno funcione igual que otro, perjudica la calidad de la democracia.

El concepto lo inventó el fallecido Luciano Tomassini: Núcleo Estratégico de Gobierno. Quería describir con ello al grupo de personas e instituciones por las que pasan las decisiones más importantes del gobierno. Pero tal Núcleo no existe en Chile como institución: cada Presidente lo ha modelado a su gusto, a veces de manera deliberada, a veces por simple default. ¿Es esta informalidad otra de las debilidades de la democracia chilena?

Es lo que creen María de los Angeles Fernández y Eugenio Rivera, directora e investigador de Chile 21, que el jueves presentaron el libro La trastienda del poder, constituido por 10 artículos de investigadores y políticos que estudiaron diversas facetas de los Núcleos Estratégicos en los últimos cinco gobiernos.

La mayoría  de los articulistas coincide en señalar al gobierno de Patricio Aylwin como el momento dorado de la coordinación estratégica. En esos años el eje de las decisiones se concentró en los ministerios secretaría general de la Presidencia (Edgardo Boeninger) y Secretaría General de Gobierno (Enrique Correa), además de Hacienda (Alejandro Foxley). El grupo fue favorecido por los temores de la transición y la estricta disciplina de los partidos en torno al propósito de restaurar la democracia.

Con Eduardo Frei Ruiz-Tagle las decisiones se trasladaron a los amigos de confianza del Presidente, el llamado “Círculo de Hierro” que integraban Carlos Figueroa, Genaro Arriagada, Edmundo Pérez Yoma y José Miguel Insulza. Este grupo se entregó a la tarea de proteger al Presidente, y se infatuó en ella hasta que comenzaron las discrepancias internas y se vino encima la crisis asiática. Más que Núcleo Estratégico, fue un club de amigos, que se terminó cuando la amistad se trizó.

Ricardo Lagos quitó la importancia que había tenido el consejo de gabinete -su sucesora lo eliminaría- y traspasó el centro de las decisiones hacia tres anillos separados, pero a menudo coordinados: el equipo político, liderado por Interior (Insulza); el Ministerio de Hacienda (Nicolás Eyzaguirre) y el asesor presidencial del segundo piso, Ernesto Ottone. Con Lagos nació el concepto de “segundo piso” y fue la primera vez que decisiones políticas centrales pasaron a ser visadas por alguien que no era ministro. A pesar de su alto grado de coordinación, esos equipos no lograron anticipar los escándalos de los sobresueldos ni del MOP-Gate, aunque también se puede decir que pudieron ser peores sin ellos.

Con Michelle Bachelet se esfumó la eminencia de todos los ministros, excepto el de Hacienda, Andrés Velasco. En el libro, el ex asesor Francisco Javier Díaz afirma que hubo un eje estratégico permanente, que se formó durante la campaña presidencial; en la presentación del libro, el ex ministro Francisco Vidal dijo que nunca conoció tal eje, excepto que se entienda por tal la línea de la asesora personal “Jupi” Alvarez y los asesores políticos Juan Carvajal, Rodrigo Peñailillo y el mismo Díaz. Dado que no les asigna a ellos funciones estratégicas, sino puntuales, Vidal ha llegado a la conclusión de que ese eje no era otro que el ministro Velasco.

A partir de Bachelet se creó la doble cuerda de los asesores presidenciales, más los asesores personales. Pero ni ellos ni los ministros tenían las capacidades técnicas para chequear la viabilidad de proyectos complejos. De ello deja un testimonio escalofriante el ex ministro Germán Correa, que muestra cómo el inicio del Transantiago quedó en manos de la Secretaría Ejecutiva de Transportes (Sectra), sin que nadie más en el gobierno (ni en la Presidencia) pudiera contrarrestar sus apreciaciones. Esa experiencia dinamitó el valor de las tecnocracias que hasta entonces reinaban en las decisiones oficiales.

Con Sebastián Piñera, los articulistas se confunden. En el “primer piso” sólo parecen tener importancia los ministros Andrés Chadwick y Cristián Larroulet (que dedica su artículo a detallar las numerosas unidades de “control de gestión” de la secretaría general de la Presidencia); el segundo piso también cumple funciones de control, y lo mismo hace la Dirección de Presupuestos. La articulación política recae sólo en Chadwick, lo que es un reflejo de la condición secundaria que le asigna el gobierno. No por Chadwick, sino por su soledad.

Así, el Núcleo Estratégico de Piñera es el mismo Presidente, cuyos equipos más cercanos cumplen funciones de controllers, sin nadie que se dedique a vigilar el horizonte estratégico. O, para decirlo de otra manera, ese horizonte, que por en otros casos tiene un fuerte componente ideológico, ha sido sustituido por una hiper valoración de las realizaciones concretas del gobierno -promesas, proyectos, leyes-, que deben ser vigiladas como las metas de un equipo gerencial en el mundo privado.

El libro de Fernández y Rivera no está dedicado a descubrir sorpresas (aunque contiene muchas), sino a subrayar que el extremo personalismo en la formación del Núcleo Estratégico de un gobierno, que hace que ninguno funcione igual que otro, perjudica la calidad de la democracia.

¿Funcionarían mejor las cosas si hubiese una institucionalidad del Núcleo Estratégico, con cargos, tareas y facultades definidas? No es seguro. Pero quizás esa no sea la discusión de fondo. Cuando el Presidente tiene los poderes de un virrey, lo que corresponde es limitar esos poderes monárquicos, no decirle cómo debe formar sus equipos. Y ese es un tema mayor del sistema político chileno, que parece estar empezando a entrar en la discusión pública.

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