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El ''horror'' de la asamblea



por Ascanio Cavallo

Publicado en La Tercera, 01 de septiembre, 2012.
http://blog.latercera.com/blog/acavallo/entry/el_horror_de_la_asamblea
¿Es descabellada la promoción de una Asamblea Constituyente? Por cierto. Las encuestas recientes muestran que la preocupación por el sistema político es todavía secundaria para la mayoría de los chilenos. Pero ya es una propuesta menos exótica que hace dos años y quizás en dos años lo sea todavía menos.

EL ex Presidente Ricardo Lagos ha estado estudiando casos históricos. En las directivas de algunos partidos opositores se ha propuesto escuchar a especialistas. Por algunos mentideros de la Concertación ha circulado la idea de una “cuarta urna” en las elecciones del 2013.

¿Es descabellada la promoción de una Asamblea Constituyente? Por cierto. Las encuestas recientes muestran que la preocupación por el sistema político es todavía secundaria para la mayoría de los chilenos. Pero ya es una propuesta menos exótica que hace dos años y quizás en dos años lo sea todavía menos. Las mismas encuestas sugieren que el descrédito de las instituciones, los partidos y los dirigentes políticos se acerca a los bordes de una crisis de legitimidad.

No pocos dirigentes de la Concertación se sienten atrapados por una asfixiante dialéctica entre el desprestigio y el alza de la “democracia a la calle”, que se retroalimentan sin parar. Y cada vez son más los que piensan -como Lagos o el presidente de la DC, Ignacio Walker, cuyas opiniones incendiaron al oficialismo- que el inmovilismo en el sistema político, representado principalmente por la UDI y su rechazo a cualquier esbozo de reforma, puede conducir a un escenario en que la protesta callejera se vuelva permanente y en algún momento salga de control. La “cuarta urna” podría ser una respuesta a esa duda: una consulta plebiscitaria que, junto a las elecciones presidenciales, senatoriales y de diputados, plantease la opción de reformar o no la Constitución, junto con el mecanismo para hacerlo.

Como ha subrayado el historiador Gabriel Salazar, no hay ningún caso, en toda la historia de Chile, en que los partidos y sus líderes hayan promovido la deliberación abierta para transformar el sistema constitucional. Ni siquiera durante la Unidad Popular. Pero tampoco hay muchos precedentes de la caída prolongada y en picada del prestigio de la clase política, que ya casi completa 10 años.

En rigor, la Asamblea Constituyente forma parte de la estrategia política que fue derrotada en los años 80, la que se fundaba en las protestas, el desconocimiento de la Constitución dictada por Pinochet y la derrota por asfixia (o por la fuerza) del régimen militar. Al aceptar las condiciones de esa Constitución y vencer a Pinochet “desde adentro”, la Concertación dirigió y materializó la derrota de esa estrategia alternativa.

Pero, 23 años después, las condiciones sociales han cambiado. Ya no se trata de triunfar sobre un régimen, sino de discutir el sistema, esto es, las instituciones políticas, económicas y sociales sobre las cuales opera la democracia vigente. El hecho de que sea la UDI, el partido más identificado con la Constitución del 80 y con el régimen militar, el que defienda el statu quo aporta cierta confusión: muchos de los promotores de la Asamblea Constituyente -incluyendo a estudiantes que no habían nacido- parecen estar aún en una cruzada contra Pinochet, lo que los rodea de un aire ochentero y anacrónico.

Al mismo tiempo, la Constitución del 80 es la que más modificaciones ha sufrido en toda la historia de Chile, incluyendo esas reformas del 2005 que hicieron que su texto ya no lleve la firma del general, sino de… Lagos. Esa masa de enmiendas hace pensar a algunos que la Constitución se ha ido perfeccionando con el debido cuidado hacia la estabilidad social; otros creen que ella demuestra que nunca fue legítima, equilibrada y justa, y que los cambios sólo han sido remiendos que no han llegado a tocar lo esencial. Es una discusión difícil, pero se vuelve ciega cuando los que piensan lo primero rechazan todo cambio nuevo y cuando los segundos niegan la validez de cualquier cambio que no sea total.

El “horror” hacia la idea de la Asamblea Constituyente (como lo llamó el presidente de RN, aunque esa palabra describiría mejor los sentimientos de la UDI) tiene un aire más aristocrático que histórico, y toma como modelos a los tres últimos procesos similares de Sudamérica, el de Venezuela en 1999 (Hugo Chávez) y los de Bolivia (Evo Morales) y Ecuador (Rafael Correa) en el 2007. Estos ejemplos tumultuosos oscurecen otros menos traumáticos, como los de Colombia en 1991 y Perú en 1992.

La historia de estos mecanismos de deliberación tiene más de 200 años y se remonta a la Francia de 1789, que produjo una revolución, pero también la Declaración de Derechos del Hombre, la base de las democracias modernas. En ese y muchos de los casos que sobrevinieron, el gran sacudón del statu quo fue seguido por la generación de instituciones algo más estables y aceptadas que las anteriores. La historia no ofrece respaldo factual al “horror”.

Lo que hace parecer poco viable la demanda actual de la Asamblea Constituyente es su atracción por el movimientismo -el horror de Marx y Lenin-, que es la expresión de grupos de intereses específicos que encuentran grandes dificultades para proponer programas nacionales con bases creíbles. Por ejemplo, los estudiantes. Gabriel Salazar, el gran referente intelectual de estos grupos, imagina un proceso de agregación de demandas “de base” que son transmitidas no por “representantes” sino por “voceros”, y que parten de escalas locales hasta llegar a la gran asamblea reformadora nacional; en otras palabras, un proceso que podría tomar décadas.

La clase política chilena enfrenta problemas crecientes de legitimidad y representación. Al mismo tiempo que confirman este fenómeno, los estudios sociales revelan que la satisfacción de los chilenos con sus vidas ha aumentado. Una cosa incrementa el apetito por reformas; la otra lo aplaca. Esta encrucijada es la que tiene enrarecido el clima político chileno. Si se necesitan pruebas, no hay más que mirar el especioso y accidentado debate por la reforma tributaria. Y, en realidad, cualquier otro de los debates en curs

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