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1969



por Fernando Villegas

Publicado en Reportajes de La Tercera, 01 de septiembre, 2012


De no ser por la gloriosa pata de Neil Armstrong, la cual aún veo tal como la vi esa noche en el televisor “Olympic”, en el living de mi casa, imagen imprecisa y en blanco y negro de un pie colgando fuera del peldaño del módulo de descenso de la Apolo 11, pie dubitativo, casi renuente, vacilando unos segundos antes de posarse sobre el ceniciento polvo de la Luna, de no ser por eso, digo, visto desde el presente ese año 1969, habría sido como casi cualquier otro más de los muchos que hemos olvidado - ¡43 años, nada menos, desde entonces!- por estar repletos del mismo material de antes y después del 69, el libreto rebosante de brutalidades de casi la entera historia humana antigua y moderna. Por eso, muchos de los episodios del casi medio siglo entre el día del alunizaje y hoy, aunque terribles, furiosos y amargos, se deslizaron ya al olvido. Es verdad que en medio de tanta desmemoria se yergue, como una inolvidable pira funeraria, el fatídico 1973, pero no por ser distinto al guión habitual, sino por ser demasiado enfático en la continuación del mismo argumento feroz y terrible. Sin embargo, fuera del alunizaje, ciertamente olvidamos casi todos los demás hechos de 1969. Olvidamos esa batalla en Vietnam que fue bautizada “la colina de la hamburguesa”, tanta fue la sangre derramada y la carne mutilada; olvidamos que fueron elegidos para presidir sus naciones Nixon y Pompidou; olvidamos el último concierto de los Beatles en el techo del sello Apple;  el primer vuelo del primer Jumbo; los incendios, cataclismos, terremotos, protestas y revueltas. De todo eso casi no nos queda nada en la memoria. A lo más, tal vez podría rescatarse que fue también el año cuando Silo, un gurú argentino, pronunció en Punta de Vacas, Mendoza, su primer statement, titulado “La curación del sufrimiento”. Quién sabe, en una de esas dicho remoto documento filosófico fue el punto de partida e inspiración del ilustre Bienvenido, dolor, de Pilar Sordo.

Pero hubo “ese” 21 de julio, y por eso hay entonces este 1969 icónico. La historia humana es así: presenta de vez en cuando, de modo intermitente, momentos con fecha y hasta hora marcando un antes y un después. En esa lista onomástica de seguro están los Idus de marzo del 44 a.C., cuando aristócratas romanos nostálgicos de una república buena sólo para ellos cosieron a puñaladas a Julio César; también debe estar el 28 de junio de 1914, un día soleado en Sarajevo, cuando un nacionalista serbio, Gavrilo Princip, baleó al archiduque Franz Ferdinand de Austria y su consorte Sophie, duquesa de Hohenberg, dando así el puntapié inicial de la Primera Guerra Mundial. Y está ese 18 de junio de 1815, fecha sombría para mis tatara-tatarabuelos franceses, el día que Stefan Zweig inmortalizó, en un libro llamado precisamente Momentos estelares de la humanidad, la gaffe monumental del mariscal Grouchy, esa vacilación fatal que repite una y otra vez ante cada nueva generación de lectores y que le costó a Napoleón la derrota en Waterloo.

A diferencia de esas fechas, todas llenas del estrépito de la batalla o de  fatales pistoletazos o de muchedumbres enardecidas, la jornada del  21 de julio de 1969 fue vivida en el silencio de un satélite sin atmósfera ni sonidos, en el silencio de la noche en que la vivió la mitad de la Tierra, en el silencio pasmado de las muchedumbre que lo vieron a plena luz del día en parpadeantes televisores instalados en la vía pública. El hombre estaba poniendo por primera vez un pie más allá del umbral de su hogar.

EL HOMBRE
No era “El Hombre” en realidad. Fue sólo el hombre dueño del vacilante pie y se llamaba Neil Armstrong.  De 39 años, era un experto piloto de pruebas, tenía un grado de bachiller como ingeniero aeronáutico, máster en Ciencias de Ingeniería Aeroespacial y poseía un coeficiente intelectual de alrededor de 140, lo que en la prueba Stanford-Binet califica como “genio o casi genio”. Fue el primer hombre en la Luna y quizás también su primer demagogo, por haber soltado esa frase ya famosa que de seguro venía preparando desde hacía semanas, quizás meses: “Un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad”.

¿Podrá creerse que un fulano protagonizando tan monumental hecho como ese guardara casi estricto silencio hasta el día de su muerte, acaecida hace menos de un mes? ¿Puede concebirse, en esta Era de comunicación delirante y de ansiedad sin límites por rayar nuestro nombre en la pared o dejarlo marcado en la corteza del árbol, en esta época de “redes sociales” y egos desmesurados, hinchados e inflados tecleando sin cesar en el Twitter para contar que están haciendo pipí frente a las Torres del Paine, que ese hombre del primer paso en la Luna mantuviera su silencio, les hiciera el quite a las cámaras, viviera en su mundo privado, se negara a escribir sobre el tema, rechazara las ofertas de Hollywood y les dijera no a los políticos? ¡Imaginen por un momento, en comparación, a cualquiera de nuestros prohombres!  ¡Con qué frecuencia y gula se cuelgan del primer micrófono a mano para hablar de nada y/o espetar la primera estupidez que se les viene al magín!

Hay grandeza en esa reserva. Grandeza de carácter y de inteligencia. El recogimiento de Neil Armstrong seguramente no fue resultado sólo de un temperamento solitario y quizás poco amigo del prójimo, como casi siempre sucede con gente de su calibre intelectual, sino, además, de su plena comprensión de que lo suyo fue simplemente la culminación espectacular de la entera historia de la ciencia y tecnología, de los matemáticos, físicos e ingenieros que diseñaron y calcularon, de científicos cuyos nombres la masa no conoce. Su silencio tal vez fue su modo de expresar con elocuencia inaudible su respeto y modestia ante esos héroes desconocidos.

CHILE 1969…
Junto a ese televisor “Olympic” de 23 pulgadas estaba entonces este cronista, esa noche, con su máquina fotográfica de 35 mm debidamente instalada frente a la pantalla en un temblequeante trípode de mala muerte. Más temblequeante, sin embargo, estaba el país. De alrededor de ocho millones y medio de habitantes y un ingreso per cápita de cerca de 2.000 dólares (“valores ajustados a 2012”, como dicen los economistas), Chile vivía el penúltimo año de la “Revolución en Libertad” de Eduardo Frei, cuando  desvanecidas estaban ya hacía rato las esperanzas e ilusiones de una reforma social conforme a la ley. Entonces, como hoy, la juventud había sufrido una muy rápida y masiva conversión espiritual y se confesaba de izquierda, aunque a diferencia de la actual tenían un referente específico con el cual alimentar su nueva hornada de ilusiones, el socialismo, el de la URSS y uno aun más glamoroso, el del “hombre nuevo” que supuestamente se forjaba en Cuba. Era una juventud optimista y combatiente -en el discurso- que ya venía de vuelta del hipismo, pero aún usaba pantalones pata de elefante, auditora devota de los Beatles en las fiestas y de los Quilapayún y otros conjuntos por el estilo en las jornadas de lucha, niños con ansias de imitar a los barbudos de las selvas para lo cual se dejaban barbita y bigotes -la eterna moda capilar en las épocas reformistas-, y con chinches pegaban afiches del Che Guevara en los muros de sus dormitorios. Eran también adictos a heroicas poses revolucionarias, en especial delante de las niñas, y en todo sentido se encontraban bajo esa eterna dominación que en los menores de 30 años ejerce el sistema parasimpático por sobre el sistema nervioso central.  En su calidad de comunistas o socialistas o miristas o espartaquistas, de vez en cuando los más ilustrados de entre ellos blandían a guisa de arma contundente su ejemplar del Manifiesto Comunista o los números empastados de la revista cubana “Bohemia”, por entonces el evangelio cultural del progresismo. En cuanto a los democratacristianos, ya muchos menos ese año, especie en rápida extinción, los pocos que quedaban andaban pegados a las paredes.  No la llevaban. Se consideraba a su colectividad culpable de una reforma agraria “insuficiente” y, por tanto, eran cómplices de arreglos con el imperialismo; se les tildaba de reformistas haciéndole el juego a la burguesía, de  gatopardistas intentando cambiar algo para dejar todo igual. De liderar las marchas de la juventud, que según Germán Becker brillaba bajo el sol todo el día, se habían convertido en el tipo de personajes de quienes en sus canciones se burlaban los artistas populares de moda. Fueron las encarnaciones ambulantes del “usté, no es na, ni chicha ni limoná…”. La revolución de verdad se presumía, en 1969, que iba por otro camino, el de las manifestaciones frente al consulado yanqui, las protestas contra la guerra de Vietnam y el oír con embeleso discos de Fidel dando largas explicaciones del porqué de la última fallida zafra. Si no, era usted un fascista.

TACNAZO
Ese espíritu revolucionario de los jóvenes de mirada solemne clavada en el infinito fue parte de un cuadro general, algo esquizofrénico, donde compartían espacio en el mismo cráneo de la ciudadanía, en esos años, un sentimiento de frustración por lo que Frei no había hecho y otro de enloquecida esperanza de lo que la izquierda iba a hacer, la “construcción del socialismo”. En programas políticos populares de esa época, como A esta hora se improvisa, de Canal 13, ese clima mental, de ilusión y desilusión al mismo tiempo, era el predominante, el combustible incendiando todas las polémicas. ¿Habría socialismo en Chile? ¿Iban a llegar, después de todo, los tanques rusos que ya habían pronosticado el 64?

Los que llegaron fueron los tanques del Regimiento Tacna. Sucedió cuando Roberto Viaux organizó un motín local con pretexto de problemas gremiales de las Fuerzas Armadas. El asunto fue súbito, inesperado y algo aterrador en un país que se jactaba de estar al margen de las intervenciones militares que plagaban al resto de Latinoamérica. Lo de Viaux, como tantas otras cosas, fue una muestra de las fuerzas que se habían estado acumulando bajo la superficie y durante toda esa década, el atraso y letargia de una sociedad cuyo modelo de “sustitución de importaciones” ya no daba más.  Era la raíz profunda del descontento de las FF.AA. El descontento está siempre presente, pero a veces más y a veces menos. A diferencia del actual, del de los “indignados”, el de 1969 tenía una veta de ilusión por el futuro, cosa que hoy se echa en falta, salvo que consideremos como adecuado sucedáneo el afán nihilista de los jóvenes dados a recordar a los anarquistas decimonónicos.

DE REGRESO A NEIL…
¿Cómo habrá visto Neil Armstrong y si no visto al menos supuesto o imaginado, cuando pisaba la Luna, el clima mental y moral imperante en el planeta? ¿Se acordaría de los jóvenes americanos que mataban y eran muertos en la selva vietnamita? Desde la superficie lunar la Tierra sólo se le apareció como un maravillosamente bello globo de color azul, pero tal vez esa mirada a 300 mil kilómetros de distancia y esa apariencia de reposo del planeta, girando lentamente alrededor de sí mismo, sea la verdadera imagen, la que describe la esencia de nuestra historia. Era, al menos, la imagen que sólo se podía tener por virtud de la acumulación tecnológica de 10 mil años de historia y que puso a Armstrong y a sus colegas Edwin E. Aldrin y Michael Collins (esperándolos en órbita lunar) en ese privilegiado punto de vista. Quizás Neil pensó que podemos golpearnos y mordernos en el día a día, pero tras todo eso y poco a poco las matemáticas empíricas de los egipcios hacían posible la geometría de Euclides, el álgebra hindú y árabe, el cálculo de Leibniz y Newton y los descubrimientos de Gauss y Poincaré... Y del mismo modo, en curso paralelo, los primeros golpes en un tronco vacío permitirían, milenios después, el genio incomparable de Haydn, de Mozart y de Bach. Creo que en ese 1969, los que mirábamos a Neil mientras él quizás nos miraba a nosotros, sentimos exactamente lo mismo. Ya habría tiempo, después, para volver a la Tierra…

1 comentario:

  1. A PROPÓSTO DEL AÑO 1969...

    Claro, el año en que el Hombre puso pie en la Luna.



    El año en que nuestra generación

    puso pie en la Elipse del Parque Cousiño

    desfilando como Soldados Estudiantes en la Parada Militar.



    El año en que el gato Cortez

    parecía un San Francisco de Asís,

    mientras rezábamos un Padre Nuestro

    ante un conjunto de inquietas mascotas,

    incluyendo, mastines, conejos, catitas y canarios

    los cuales salieron desbandados junto a sus dueños,

    en el contexto de la celebración de la Junior Week.



    El año de Woodstock, de experimentos de Rock progresivo

    con King Crimson, de todo…a punto de terminarse una era

    iban a desaparecer conjuntos como los Beatles, Cream,

    iban a morir Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison,…



    El año en que vimos en el teatro del colegio

    de Las Monjas Argentinas, la película

    Largo Viaje de Patricio Kaulen…

    (y la famosa escena de El Angelito),

    y escuchar a Víctor Jara (con la reacción

    de un iracundo Pancho Pérez Yoma

    tras la interpretación Puerto Montt

    (no confundir con el tema del grupo uruguayo).



    Recuerdo unos altos

    e incómodos taburetes

    donde nos sentábamos

    en quinto año

    en el tercer piso

    del Edificio de Humanidades

    a escuchar la afilada ironía,

    singular sentido del humor

    y cierto aparente desprecio

    con el que chico Petit

    trataba a sus alumnos

    sazonando a su manera

    la insípida química escolar.



    Uno de esos taburetes

    sirvió tiempo después

    (todavía en el colegio)

    de asiento al baterista

    del conjunto que formamos

    con Ricardo Yazigi, Cristián Ugarte,

    Rodrigo Rojas y Fernando Verdaguer.



    Y canciones sin fin… algunas pocas de ese año:



    "Badge" – Cream

    "Delta Lady" – Joe Cocker

    "For Once in My Life" – Stevie Wonder

    "Get Back" – The Beatles

    "Give Peace a Chance" – Plastic Ono Band

    "Honky Tonk Women" – Rolling Stones

    "Je t'aime... moi non plus" – Jane Birkin & Serge Gainsbourg

    "Lay Lady Lay" – Bob Dylan

    "Living In The Past" – Jethro Tull

    "Love Theme from Romeo and Juliet" – Henry Mancini

    "My Cherie Amour" – Stevie Wonder

    "My Way" – Frank Sinatra

    "Pinball Wizard" – The Who

    "Proud Mary" – Creedence Clearwater Revival

    "Someday We'll Be Together" – Diana Ross & the Supremes

    "Something/Come Together" – The Beatles

    "Space Oddity" – David Bowie

    "Spinning Wheel" – Blood, Sweat & Tears

    "Suite: Judy Blue Eyes" – Crosby, Stills & Nash

    "Suspicious Minds" – Elvis Presley

    "Sweet Caroline" – Neil Diamond

    "That's The Way God Planned It" – Billy Preston

    "This Girl's In Love With You" – Dionne Warwick

    "To Love Somebody – Nina Simone

    "Whole Lotta Love" – Led Zeppelin

    "Yester-Me, Yester-You, Yesterday" – Stevie Wonder

    "You've Made Me So Very Happy" – Blood, Sweat & Tears

    "I Started a Joke" – The Bee Gees

    "He Ain't Heavy, He's My Brother" – The Hollies

    "Ballad of John and Yoko" – The Beatles

    "Crimson and Clover" – Tommy James & the Shondells

    etc, etc...

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