por Cristóbal Bellolio
Diario Las Últimas Noticias
Jueves 13 de septiembre de 2012
Dieciséis años tendría el asesino
del cabo de carabineros Cristián Martínez.
Un video lo mostraría junto a otros menores
portando el casco y el escudo de la víctima
como si se tratara de un botín
que se le arrebata al enemigo en batalla.
Niños jugando a la guerra,
dueños de la noche oscura,
con la adrenalina a tope,
dando rienda suelta
a sus macabras travesuras.
El 11 de septiembre sirvió
para celebrar su propio nihilismo
en el teatro de la marginalidad,
exhibiendo las destrezas
que se aprenden en la calle
para ganar autoridad, identidad y estatus.
Preguntarse dónde están los padres
de estos niños es ingenuo y cruel.
La estadística y los testimonios indican
que sus figuras paternas viven tras las rejas
mientras las maternas se debaten
entre la negación, las adicciones,
la impotente desesperación o la resignación.
Es difícil saber si esta violencia emana de las
leyendas de resistencia poblacional contra la dictadura
o tan sólo obedece a problemas de desigualdad
o segregación urbana que alimentan
el vandalismo y la criminalidad.
Es complejo determinar
cuánta responsabilidad recae
sobre una clase política
que fue incapaz de hacer justicia,
pero siempre ha estado dispuesta
a transmitir a sus hijos
la lógica del enfrentamiento.
Los nada infantiles juegos de guerra
del 11 de Septiembre parecen haberse convertido
en una tradición emancipada de su origen.
Ojalá no dure mucho.
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