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Voy y vuelvo





por Francisco Mouat
Diario El Mercurio, Sábado 14 de Julio de 2012


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No soy de ver televisión los sábados a las doce de la noche. Prefiero a esa hora dormir, amar, leer, ver cine, conversar con amigos. A las doce de la noche no parece demasiado natural sentarse a ver televisión, pero es la única manera de encontrarse con el mejor programa de este momento: Voy y vuelvo, el último trabajo de Cristián Leighton en la televisión abierta. Historias de chilenos que alguna vez dijeron voy y vuelvo y se quedaron allá, en otra tierra. Cristián Leighton entiende que Voy y vuelvo es una nueva estación de un largo trabajo sobre la diáspora chilena que inició muchos años atrás en Los patiperros. Lo que en un comienzo fueron historias de inmigrantes, con el tiempo se fueron convirtiendo en historias de vida donde apreciar la diversidad y complejidad de los sueños que abrazamos y el desarraigo. Voy y vuelvo deja instaladas muchas preguntas en un telespectador activo, y lo hace con herramientas legítimas. Si emociona o provoca risa, no es porque pica cebolla de manera teletonesca o pega un tortazo en la cara. Es porque la historia contada se muestra con delicadeza, respeto y lucidez.
He visto de cerca lo que cuesta hacer un programa como Voy y vuelvo, lo que está muy bien, porque se trata de un formato exigente y de estándares altos. También he visto lo que cuesta que este programa encuentre un espacio en la pantalla. Eso ya me parece una aberración. A los canales abiertos no les interesan estos programas, y si los dan es porque están de alguna forma obligados por el Consejo Nacional de Televisión.
Leighton se rebela, y celebro que lo haga. Sé que no son pocos los chilenos que valoran la oportunidad de encontrarse en la pantalla con la historia de una pareja joven y sus dos hijas pequeñas que viven en Bali con energía y cierta paz interior, lo que en Chile se había convertido en una tortura: la discapacidad de una de sus pequeñas hijas. Es bonito apreciar el gesto de estos ciudadanos de animarse a torcer el destino, y con ese gesto instalar entre nosotros la duda sobre por qué las cosas son aquí de este modo. El solo hecho de cuestionarnos la normalidad con que aquí la salud se transformó en un negocio despiadado, y cómo ese negocio afectó nuestra calidad de vida, y cómo además se discrimina al discapacitado, me parece un ejercicio saludable. Leía el otro día el titular de un importante ejecutivo de la televisión chilena que sostenía que cualquier mirada educativa sobre la tevé era una antigualla, propia de los años sesenta. Tiene razón. El problema es que él no se dé cuenta de que eso en sí es aberrante, y se rinda al capitalismo salvaje. Ese ejecutivo ha elegido sobrevivir en estas aguas, y no lo culpo. Es su opción. Es la opción de prácticamente todos los que eligen jugar ese rol. ¿Estamos perdidos entonces? ¿Programas como Voy y vuelvo están destinados a desaparecer de la pantalla, o a terminar dándose a las dos de la mañana, cuando ya no interese la medición online? Probablemente. O tal vez será una industria más pequeña y menos ambiciosa la que acoja estos espacios que no fueron concebidos para que otros ganen dinero, pero que legítimamente podrían ser vistos por mucha gente que ni se imagina la enorme diferencia entre comer chatarra o un plato sencillo pero elaborado con ingredientes nobles. Hay una actitud pusilánime en ese ejecutivo de televisión que gana mucho dinero a costa de rendirse y aceptar las reglas del juego que impone la mentalidad de los avisadores, financistas del sistema. No lo digo desde una supuesta superioridad moral. Lo digo desde la tristeza que provoca advertir que esa bendita palabra, educación, es considerada un estorbo, una piedra en el zapato, una molestia, una soberana desubicación. ¿En qué trampa nos han atrapado, que ahora en los noticiarios apreciamos, en horario estelar, cómo acríticamente nuestros compatriotas se sacan fotos en la puerta del famoso Costanera Center, como si hubieran conquistado el territorio más preciado de sus vidas? Estos ciudadanos son manipulados y anestesiados por el dueño del centro comercial y por los ejecutivos de la televisión que promueven la noticia del último viaje de los chilenos a los confines de un gran mall.
Programas como Voy y vuelvo alientan la esperanza. Alegran la vida. Nos despiertan con inteligencia y con cariño.

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