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Pequeño homenaje Por Marcelo Munch

Se aparecieron como un par de comensales más entre las mesas del pequeño restaurant La Sazón, de Cañete. Era el año 2007, afuera llovía.
 
Acomodaron sus micrófonos y comenzaron a cantar. Una andanada de nostalgias atiborraron nuestras cabezas y nos recordaron más jóvenes, cuando éramos niños y escuchábamos esas melodías impregnadas a leña y penas de mar que hablaban del hombre con el hombre, de desnudarse por dentro, de hacerse de nuevo cada día y de las verdades sufridas en las pobres alamedas de un país sin avenidas.
 
Nelson, como siempre, sosteniéndose en su risa, con su mirada en paz de sobreviviente sin complejos de asumirse más viejo o de ofrecer mesa por mesa al final del recital alguno de sus discos para la venta. Todos allí esa noche, sin conocernos, nos descubrimos susurrando esas letras y nos tomamos de las manos invisiblemente. Sin saberlo, formaban parte de nuestro mirar atrás y, a lo mejor, de nuestra esperanza secreta. Yo, con nostalgia, ese día, en ese Arauco que me acogió, supe que que era tiempo de partir.
 
Han pasado cinco años y me parece que fue hoy, ayer. Aquí es invierno y hace un calor horrible. Es Centroamérica. Es Centroamérica en invierno y ha llovido poco. El Salvador es un lugar que alberga contrastes difíciles de comprender de buenas a primeras, cuesta mucho verbalizar lo poco y nada que he visto. La gente es hermosa y amable, es un pueblo cordial. Pero el miedo se siente en el aire, se hace difícil transitar libremente por las calles, ir al mercado, ver a los suplementeros corriendo ligeros, comprar pescado los viernes, como poetizaban los Schwenke & Nilo junto con Riedemann.
 
Observo en silencio con mi cigarrillo y llega la noticia de la partida de Nelson. Entonces una pena inmensa y la nostalgia me envuelven con su aroma a pan, me quiebran y me hacen escribir. Las nubes desde el Quezaltepec se cierran y anuncian tal vez un aguacero. Recién ahora caigo en cuenta que extraño todo y a los míos, y en mi extrañeza tengo enredada una lágrima que me debía. Dejo que mi cigarrillo se consuma solo en homenaje, albergando, el día que el sol venga a mi puerta a conversar. Y si no, ponerme temprano los zapatos que me lleven hacia el arcoíris donde están la idea, el fruto, el canto, y juntar nuestras verdades, reír a toda costa, inventarme la esperanza, hacerme de nuevo cada día… y agradecer el viaje mutuo, la compañía, y la semilla.
 
 

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