La vieja Mecánica Clásica
con su dinámica de cuerpo rígido
enseñada con rigor en las aulas de Beauchef
y llevada a la práctica, con pequeñas oscilaciones
y música de esferas, a la mesa de billar o de pool
en algún tugurio de la calle Blanco Encalada.
Aquel sonido característico de las carambolas,
esa música de solitarios -marfil contra marfil-
que se ha ido apagando con el tiempo,
en un diminuendo que pareciera
significar muchas cosas,
como nos recuerda Leonardo Sanhueza
-el notable poeta y geólogo de profesión
que estudió también en aquellas aulas-
entre otras significancias insignificantes,
la de recordarnos unos tiempos
que no volverán
ya que han transcurrido ya
varias décadas desde que salimos de allí
disparados como cometas
en todas direcciones,
aunque muy de tarde en tarde
volvamos a reencontrarnos
en dicho plano de coordenadas
en que otrora nos desplazamos
cotidianamente y caíamos
como minúsculos meteoritos
en torno a ese potencial central
hasta quedar atrapados
tras una clase de Cálculo III
en una partida de ajedrez
con un súbito enroque de la torre,
o en equilibrio estático
como poleas de un diagrama
de cuerpo libre, del cual
surgían las componentes
de la fuerza que había
que calcular para satisfacer
a las eminencias grises
de esa bullente torre de marfil...
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