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Libertad, igualdad y terror


Visiones La Revolución Francesa a sangre y guillotina


Ni psicopatías ni "residuos callejeros". El miedo al enemigo externo, pero sobre todo al interno, y la lucha entre facciones son las razones que desarrolla el historiador inglés David Andress en "El Terror", para explicar el sanguinario período. A propósito de la obra, revisamos también las tradiciones historiográficas sobre la revolución.  

por Juan Ignacio Rodríguez Medina 
Diario El Mercurio, domingo 22 de julio de 2012

De fraternidad, poco. En septiembre de 1793, la republicana Convención Nacional que regía los destinos de Francia tras la muerte en la guillotina de Luis XVI, se debatía en una lucha interna que enfrentaba a girondinos y jacobinos. Azuzados estos últimos por las clases media y baja, los sans-culottes , para radicalizar la revolución, espetaron: "Es tiempo de que la igualdad pasee su guadaña por sobre nuestras cabezas. Ha llegado el momento de aterrar a todos los conspiradores. Así que, legisladores, ¡incluid el Terror en el orden del día! Sumámonos en la revolución, ya que nuestros enemigos están fraguando la contrarrevolución en todas partes. ¡Que se sienta la hoja de la ley sobre los culpables!".
Era el inicio oficial, y sin dobles tintas, del Terror: el período dentro del proceso revolucionario francés que se propuso purgar a la nueva República de cualquier sospecha de contrarrevolución. Una política que les costó la vida a 17 mil personas, que levantó y echó abajo a figuras como Marat y Robespierre, y que retrata, en el nuevo libro "El Terror. Los años de la guillotina" (Edhasa) el historiador inglés David Andress -profesor de Historia Contemporánea de Europa en la Universidad de Portsmouth, especialista en la Revolución Francesa y autor de "The French Society in Revolution", "The French Revolution and the People", entre otras obras.
Según el autor, hay una tradición -que va de Edmund Burke hasta Hippolyte Taine- que ve en este período una "mezcla de carnicerías y actos de violencia protagonizados por la turbamulta". Se habla en esa tradición -agrega- de "residuos callejeros" o incluso se identifica la violencia con la revolución misma. La tesis de Andress es, en cambio, que "El Terror no fue ninguna sustancia misteriosa inmanente a la agitación social (...), fue, por encima de todo, el resultado de una falta de consenso (...) que acabó por desembocar en una verdadera guerra civil".
Paranoia
En junio de 1791, el rey Luis XVI y su familia intentan huir a Varennes, pero son detenidos. Ello, según Andress, da paso, "en el sentir popular", al temor a que los avances obtenidos "quedaran anulados por obra de las confabulaciones de los enemigos de la Revolución". Por eso, los sectores radicales comienzan a presionar para destituir al rey, y por una intervención militar contra los nobles en el exilio y Austria, lo que se concreta en 1792. En medio de eso, a principios de ese año, se suceden las protestas por la escasez de alimentos y los moderados (principalmente los feuillants , un grupo escindido de los jacobinos que defendía a la Monarquía Constitucional) quedan atrapados entre el radicalismo político, que abogaba por la República, y el conservadurismo social.
Finalmente, el republicanismo se impone -representado en la Asamblea por jacobinos, cordeliers y girondinos, y fuera de ella, por los radicales sans-culottes - y el Palacio de las Tullerías es asaltado en agosto para detener a la familia real. Un mes antes, Prusia había entrado a la guerra. A principios de septiembre, por los temores de traición, se producen "juicios expeditivos" y matanzas en las prisiones parisinas; y a finales del mismo mes, la Convención Nacional declara la República.
Por entonces, habían empezado los enfrentamientos entre girondinos y sectores más radicales. El rey es guillotinado en enero de 1793 y se declara la guerra al Reino Unido, España y a los Países Bajos. Se produce un levantamiento monarquista en la región de Vendée. Comienzan la censura y las penas contra cualquier cosa que oliera a contrarrevolución, y los girondinos son proscritos de la Convención y sus líderes son guillotinados; lo que provoca protestas y motines en algunas regiones. Finalmente, el 5 septiembre, la Convención aprueba la declaración del Terror: persecución de sospechosos (incluidos los federalistas o girondinos), regulación de los precios de los alimentos, y creación de un nuevo ejército revolucionario que supervisaría el abastecimiento.
El Terror -es la tesis de Andress- fue el resultado del miedo; incluso, la paranoia a los enemigos externos; pero sobre todo, internos. Incluidos aquellos que no se ajustaban a la pureza revolucionaria, según lo fueran determinando Robespierre, Marat y compañía. Eso explica la razia que les costó la cabeza a los girondinos, luego a Danton, más tarde a los radicales y, finalmente, al propio "Incorruptible" y sus jacobinos: terror contra el terror, señala el autor. Lo que deja en claro que todas las facciones estaban afanadas -honesta y deshonestamente- en descubrir a traidores y erigirse en sostenedores de la inefable "voluntad general". Había "una batalla real en pos del alma de la nueva República", se lee.
Antes que una hipótesis macro sobre la naturaleza burguesa o no de la revolución (ver recuadro), Andress se aboca al contexto político y social en que se da y que explica el Terror, y a la cotidianidad del mismo, además de hacer narración -muy ágil- de los sucesos. Lo suyo es más un llamado al escepticismo, expresado en las preguntas que abren el libro: "¿Hasta dónde puede llegar a deshumanizar a sus enemigos de forma legítima un Estado? ¿Cuándo es correcto detener arbitrariamente a quienes son sospechosos de subversión? ¿Puede llegar a justificarse el terror en cuanto instrumento político?".
EL TERROR
David Andress
Edhasa, Barcelona, 2011, $44.800.
Distribuye Contrapunto.
 Historiografía socialista y revisionista
Qué es la revolución francesa y cómo entender el Terror, es un asunto que ha preocupado a la historiografía gala siempre, y en especial en el siglo XX. Según la visión socialista, la revolución es el resultado de una lucha de clases entre la burguesía y la nobleza que, con el triunfo de la primera, logra la imposición del capitalismo . Dicha línea interpretativa la inaugura Jean Jaurês, con su "Historia socialista de la Revolución Francesa", de 1901. De ahí en adelante los principales nombres son: Albert Mathiez -quien fundó la Sociedad de Estudios Robespierristas-, Georges Lefebvre, Ernest Labrousse y Albert Soboul. Amén de matices y divergencias, la lectura socialista, o jacobina, presta atención a "la evolución económica y la profunda y emocionante vida social" que -según Jaurês- había omitido la historiografía. El período jacobino es visto como un momento necesario para preservar la revolución, surgido de una alianza coyuntural entre las masas populares y la burguesía, debido a la precaria situación económica. De ahí, entonces, la política de regulación de la economía -a contrapelo de los sectores que abogaban por el libre mercado-. Incluso, Soboul llega a ver en la dictadura de Robespierre un intento frustrado (por la burguesía) de gobierno proletario.
Frente a tales perspectivas, a partir de los sesenta surge un revisionismo que tiene como figuras destacadas a François Furet y Denis Richet. Se cuestiona el carácter burgués de la revolución. Pero no a favor de una proletaria, sino contra la idea de la lucha de clases y de un proceso unitario.Furet y Richet sostienen que hubo tres revoluciones simultáneas: la de 1789, de los diputados de los Estados Generales de Versalles; la de las capas bajas y pequeño-burguesas en ciudades como París, y finalmente la de los campesinos. A propósito de las dos últimas, los autores se refieren al período 1792-1794 como un Dérapage o desliz del proceso original... un desvío sin consecuencias para la revolución burguesa , que es tal no en un sentido de clase, sino en el de una élite liberal conformada por miembros de los tres estados (nobleza, clero y estado llano).
Si bien Andress presta atención a la situación económica, descarta que existiera un proletariado representado en los sans-culottes , como afirma la tradición socialista . "No estamos hablando de proletariado ni del concepto moderno de «clase obrera» de asalariados" , escribe, sino de "hombres cualificados y dueños de sus propios recursos, aunque bien inmersos en el entorno popular de los vecindarios, y dotados de un sentido común propio del vulgo y del recelo que los consumidores en apuros profesan a las maquinaciones políticas y económicas". De hecho, afirma, los cabecillas radicales pertenecían, en su mayor parte, "a las clases políticas instruidas". Y coincide en explicar el Terror como resultado de una disputa de facciones políticas, y no un enfrentamiento entre clases. Ahora, no por eso arroja al Terror al tacho, como mero desliz sin trascendencia. Al contrario, sostiene que tiene una significación más amplia, y destaca que algunas de las ideas que lo sostuvieron resuenan hasta hoy: el compromiso con la sociedad civil, la igualdad y la dignidad personales y los derechos individuales. "Tal circunstancia fue, al cabo, la que alimentó el deseo de no permitir la victoria de la contrarrevolución", concluye.








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