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Educación cívica para la cohesión nacional


por Karin Ebensperger 
Diario El Mercurio, Lunes 23 de Julio de 2012 



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El destino de los países se define en la actitud mental de sus habitantes. Las naciones son mucho más que territorio, recursos naturales, ubicación geoestratégica. Hay ciertas cualidades -morales o de carácter- que se presentan en forma diferente en cada pueblo. Ese sello distintivo, particular, es lo que nombramos idiosincrasia.
Tan potente es, que del carácter nacional o idiosincrasia dependen la calidad de las instituciones, la estabilidad política y, por ende, el desarrollo. Más que el tipo de régimen político imperante, lo que interesa es la calidad de la institucionalidad que va construyendo una sociedad, y el grado de apoyo que genera en la población. La inestabilidad es fatal para el desarrollo. En definitiva, lo que marca a una nación es la presencia o ausencia de cohesión interna, ese intangible fundamental que se revela diariamente, pero sobre todo ante los grandes desafíos -políticos o naturales- en los que se pone a prueba la moral nacional. La reacción colectiva refleja lo que la gente ha internalizado respecto de sus derechos, deberes y su compromiso con la comunidad.
El carácter nacional no surge por generación espontánea. Se forja. Y por eso considero crucial que a los niños, desde la primera infancia, se les impartan conceptos de educación cívica para que se formen como ciudadanos. Lo que hace la diferencia entre un país que progresa y uno que se estanca es la mentalidad, el grado de compromiso de la sociedad civil con la legalidad, los derechos de los demás, el esfuerzo, la inversión asociada a la postergación de recompensas, el aprecio por la historia común y el proyecto colectivo. Sin un sentido de pertenencia y valores compartidos, las sociedades quedan a merced de vaivenes externos, populismos internos y mayorías circunstanciales, que utilizan el poder sin compromiso con las instituciones y las futuras generaciones.
Por eso es tan importante incorporar la educación cívica en la instrucción formal de colegios y universidades. En Chile hemos vivido divisiones ideológicas que aún dejan secuelas. Tal vez nunca borraremos nuestras diferencias y, al contrario, ellas nos podrían enriquecer si lográramos canalizarlas para aprender de ellas y progresar en el respeto. Eduquemos a los niños chilenos con un espíritu consciente de que cada uno -con sus diferencias- está construyendo la historia colectiva de nuestra comunidad. La cohesión nacional es resultado de la educación cívica, una larga cadena de aprendizaje que comienza en la infancia y termina en la clase dirigente.

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